Tener coherencia, la gran lección de Luis Carlos Galán

Tener coherencia, la gran lección de Luis Carlos Galán

Es vital tener una actitud lógica y consecuente con los principios que se profesan

Por: CÉSAR CURVELO
julio 13, 2021
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Tener coherencia, la gran lección de Luis Carlos Galán

La primera vez que vi a Luis Carlos Galán en persona fue a principios de 1982. Tal ocasión se dio por la apertura de una sede de un insipiente grupo político, la cual estaba ubicada en una manzana que hoy hace parte del Parque-Plaza de la Paz, en Barranquilla. Por ese entonces del siglo pasado era un estudiante universitario interesado en vivir en carne propia tejemanejes, debates y avatares relativos al arte de gobernar.

Días antes, de curioso, me había acercado al comando. Allí los encargados de la atención al público me obsequiaron, de modo muy amable, varios ejemplares de un documento en formato de revista llamado Nuevo Liberalismo para una Colombia nueva, que tenía en la portada una foto a colores del rostro del inmolado líder.

Galán inauguró la sede dando una emotiva disertación desde la improvisada tarima que era la silla en que se había encaramado, en plena acera pública. Mal contados, lo oímos unos quince simpatizantes y dirigentes.

En lo consecutivo, me metí de cabeza a activista como miembro de las juventudes. Recuerdo que uno de mis primeros compromisos fue asistir a una reunión con Rodrigo Lara Bonilla, el senador segundo a bordo en la dirección del movimiento.

Volviendo a Galán, vale recordar que este connotado caudillo dejó huellas indelebles de su insurgente ideología a través de largas correrías por la geografía nacional. Ayer había recorrido su natal Bucaramanga, hoy estaba en la Puerta de Oro, mañana regresaría al pandemónium de la capital, y pasado podría estar de gira proselitista en la incaica Pasto, la milagrosa Armenia, la porteña Buenaventura, la llanera Villavicencio o la selvática Leticia.

Uno de los más vehementes llamados de este economista y abogado, que se puede realzar hoy por su total vigencia, es el referente a que uno debe tener coherencia. Se refería a la segunda acepción de tal palabra según la Real Academia Española: actitud lógica y consecuente con los principios que se profesan. Actitud bastante desconocida en nuestro medio, por cierto.

Todo politiquero en campaña es un verdadero doctor Jekyll: vomita avalanchas de promesas y luego, ya atornillado con soldadura al cargo, se convierte en un corrupto y diabólico Hide. Al respecto un cuento trajinado, pero pertinente: un candidatucho, con su desaforada verborrea en una concentración, promete construir un puente en un apartado municipio. De inmediato, alguien le comunica al oído que el pueblo no tiene río. De una el politicastro corrige la metida de pata y añade sin pestañear: “...no importa, entonces haré un canal hasta aquí desde el río más cercano y ahí sí levantaré el puente”.

Ofertas demagógicas en el fragor de grandilocuentes peroratas. Luego, en el poder, lo jurado y rejurado será lo que dice una canción de la orquesta La Playa: “promesas de cumbiambera, hojas que se llevó el viento...o “palabras, palabras, tan solo palabras...”, del dúo Pimpinela. Y otra vez, en el caso presidencial, durante cuatro años podríamos terminar cantando como Amanda Miguel, “él me mintió”. O Daniela Romo, “...dime por qué no dices nunca la verdad...”. O el Grupo Niche: “me pinto pajaritos en el aire...”.

Es indudable que, como dijo una vez el expresidente Juan Manuel Santos, “solo los imbéciles no cambian de opinión cuando cambian las circunstancias”. Mas no todo lo prometido puede trasmutarse de la noche a la mañana, las promisiones de campaña no pueden desaparecer con volteretas de 180°.

Sirva esto, afable ciudadana, estimado ciudadano, para ir poniéndote en guardia ante la reaparición de las conocidas y mañosas prácticas tradicionales de grupúsculos politicuchos que te pueden contactar en tu trabajo, tu entidad educativa, tu clan familiar consanguíneo o tu vecindario. Ya tú sabes que hay toda clase de presiones y manipulaciones con puestos burocráticos de libre nombramiento y “remezón”, contratos clientelistas miti-miti en cuanto a la coima o mordida, becas y calificaciones tibias o calientes, consejos solapados de patrones de empresas privadas y propagandas mediáticas que podrían incidir para que te inclines de rodillas, contra tu voluntad, a dar apoyo a quienes han arrastrado el país hacia el borde del abismo.

O puede ser que se te dé por oír populistas cantos de sirena que te podrían encantar, idealizándote con visiones paradisiacas del futuro inmediato.

¡Ponte duro! Está en ti pararte firme al pie del tembloroso cubículo, tomar con fuerza y pulso patriota el bolígrafo, y marcar el tarjetón como te dé la triple regalada gana, importándote un bledo las consabidas coacciones.

No te apresures por ahora. Dale tiempo al tiempo y “...espera un poco, un poquito más...”, como dice un bolero del argentino Dino Ramos, cuyas versiones más conocidas son la de nuestro Rodolfo Aicardi y la del mexicano José José. Pronto caerán volando las hojas del calendario. No te “precipites”: llegada la hora podrás tomar la decisión que mejor te parezca y consideres para ti, tu familia y nuestra nación.

De seguro eres una persona interesada en respaldar posibles remedios razonables a los complejos, múltiples y cruciales problemas institucionales, económicos y sociales que todas y todos vivimos dentro del contexto personal o en el núcleo familiar. Así que ojalá sigas leyendo notas, crónicas y ensayos sobre los temas conexos a las crisis que atravesamos y que, como dice una canción del gaucho-colombiano Piero, llevan siglos tras siglos sin solución.

Mi admonición, como te venía diciendo, es que no te desesperes, Pérez. Aguarda con paciencia de morrocoyo a que se desenrede el saco de anzuelos de las precandidaturas presidenciales, que allá a finales de este covidantesco 2021 estará bastante requetecomplicado, en la plenitud kafkiana de su cantinflesco berenjenal. ¡Ojo con el 2022, como dijo el otro!

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