Somos un país amnésico, afásico, aséptico y anestesiado

Somos un país amnésico, afásico, aséptico y anestesiado

"La anestesia como indiferencia, como la nombra José Saramago, es la inmunidad frente al sufrimiento y el dolor de otro"

Por: Piedad Ortega
octubre 17, 2017
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Somos un país amnésico, afásico, aséptico y anestesiado
Foto: iStock

Vivimos tiempos donde la precariedad existencial, social, cultural y política hace resonancia en los modos cómo nos relacionamos con un “otro” que es diferente. La precariedad es la presencia cotidiana de la crueldad y el desprecio en todos sus repertorios y rituales, los cuales se reconocen en expresiones de hostilidad, indiferencia, explotación, y, en muchos casos, en la degradación y en la anulación de horizontes temporales, espaciales, laborales y existenciales para los sujetos y colectivos.

Crueldad que habita simultáneamente con una retórica excesiva del perdón. No podemos perdonar sin antes como lo plantea el autor de la memoria histórica Paul Ricoeur (2003) no construimos las condiciones para un perdón indulgente (que consiste en el pago de una deuda) en el marco de una responsabilidad ética y política para poder atender las injusticias irreparables que se ha sufrido. De modo, que no podemos aceptar “perdones” benevolentes y complacientes.

Hablamos entonces de la necesidad de deconstruir las siguientes expresiones de crueldad y desprecio instaladas en la cultura política de nuestro país, hacemos mención de la amnesia; generadora de impunidad, la afasia existente en el silencio y en el miedo que se tiene para hablar, en la falta de lenguaje para nombrar lo que no pasa. La anestesia como indiferencia, como la nombra José Saramago, es la inmunidad frente al sufrimiento y el dolor de otro y la asepsia que circula en las políticas de higienización y en toda la retórica de la reinserción.
Porque a su vez este país afásico no quiere nombrar lo que nos pasa. Es la incapacidad misma del lenguaje. Es la desmemoria inducida en políticas de olvido.

Borramos lo propio, lo que somos, lo que hemos construido. Pero también es la pérdida de nuestras trayectorias biográficas, colectivas, comunitarias. Es el despojo de los recuerdos. Es la amnesia la que hace presencia en toda conversación. No solamente nos “duele” recordar, es que no queremos recordar y para ello desde muchos escenarios educativos, culturales, sociales, religiosos, sobre todo religiosos estamos asistiendo a una política de higienización de la diferencia. Como lo expresa este literato Sudafricano J.M. Coetzee en “Esperando a los Bárbaros” se pretende suprimir, expulsar, recluir todo aquello y a todo aquel que es diverso, que porta una letra escarlata de “excombatiente, exconvito, exdelincuente”, que además es pobre, desigual, habitante de calle, desplazado. Y que decir entonces de la “anestesia” que nos acomoda, que nos desvincula.

¿Qué efectos tiene hoy en nosotros la existencia plena de la desconfianza y la indiferencia?

¿Qué significa una ética de la experiencia de la venganza?

¿Cómo deconstruir el código ético que legitima que en nuestro país a la diferencia se le desprecie, se le trate con crueldad, se le otorgue una marca de enemigo. Se le borre y se le suprima?

¿Quiénes somos? Cómo somos? ¿Dónde estamos? ¿Qué pensamos del otro? ¿Qué representa el nosotros?

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