Un Snowden en mi edificio
Opinión

Un Snowden en mi edificio

Por:
julio 18, 2013
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El Snowden de mi edificio se apellida Betancur, es solterón y vive en el dieciocho. Y tenemos sospechas fundadas de que sus dedos de puntas amarillas están detrás de las continuas caídas del sistema y los extraños comportamientos de varios computadores, el mío entre ellos, tan loco a veces que ya estoy por cambiarle el técnico por un siquiatra.

Advierto, para empezar, que esta es la hora en la que no tengo clara mi posición frente a Snowden, el de verdad. A veces pienso que es un hacker resentido que soltó la lengua porque perdió el trabajo; a veces, que es uno arrepentido que la soltó, atendiendo consejos del pepe grillo que lleva dentro. O que ha visto muchas películas de superhéroes, o que estaba jarto con la rutina que llevaba; o que se siente mesías, pero no logró adeptos para fundar iglesia. (Sea lo que sea, menos mal no fue hacerse francotirador, en sentido literal, lo que se le ocurrió).

En fin, que entre el demonio encarnado que persigue el Departamento de Estado y el benefactor de la humanidad que eleva a los altares William Ospina, cualquier cosa puede ser Edward, nuestro espía que salió del clóset tumbando la puerta. Y vaya si la tumbó.

Lo cierto es que, al igual que Clark Kent, Edward Snowden despierta mi solidaridad; por ingenuo, no calculó a dónde iba a parar el globo de sus revelaciones; por indefenso, a pesar del contenido del maletín; por nerdo, esa barbita de tres días tan bien cuidada no tiene pierdis y, sobre todo, por gafotas. (Desde los cuatro años, quienes oyen mejor, piensan mejor y ven mejor con gafas, son mi debilidad). Además, por creíble. Seguro que dice la verdad.

Verdad que no es novedad.

El fisgoneo: profesional o amateur, de Estado o de vecindario, camuflado o evidente, es tan antiguo como la humanidad. ¿Por qué se supo que Adán había mordido la manzana? ¡Pues porque lo estaban vigilando! Y desde ahí, nadie, n-a-d-i-e, se ha escapado de fisgonear y de que lo fisgoneen. El desaplicado que copia en un examen, el curioso que se mete a muros ajenos en Facebook, el chico que armado de binóculos se instala en la ventana, los porteros que anotan las placas de los visitantes, y hasta el señor Betancur, todos ellos, sin excepción y aunque no sean del DAS, están fisgonenado…

Ojos y oídos abiertos, los hay por donde quiera. En bancos, centros comerciales, hospitales, urbanizaciones, aeropuertos, baños, cruces de calles… Eso sin hablar de los paparazzi que pagan escondrijo a peso para “hacer robados” de celebridades empelotas o en planes exagerados de infidelidad. Y sin hablar, incluso, de periodistas y medios de comunicación serios que, escudándose en el secreto sagrado de la fuente, filtran informaciones ajenas a voluntad propia y de terceros con el fin de dar chivas y aumentar audiencias. El espionaje está servido y los espías al asecho, con saberlo podríamos evitar el papelón de sociedad ofendida que estamos representando.

¿A qué tanta alharaca porque el Tío Sam está metiendo las narices en el resto del mundo?, me pregunto. ¡Si la noticia sería que no lo estuviese haciendo! Quiero decir, es lo normal en la geopolítica. Y aunque no lo aprobemos —personalmente no soporto al pirata chambón de Betancur ni a los preguntones compulsivos de ascensor, esos que uno llama “la gente metida”—, tenemos que aceptarlo y aprender a hacerle el quite. No nos rasguemos, entonces, las vestiduras y dejemos quieto a George Orwell de una vez. Y juguemos al que primero deje de decir: “el que nada debe, nada teme”.

Echémosle cabeza, más bien, a cuán enclenque está Occidente para que un flautista de Hamelín, sin flauta pero con maletín, lo ponga a tambalear de la manera en que lo ha hecho Snowden gafotas. (El Snowden de mi edificio no usa gafas. Con razón…).

Copete de crema: Lo más triste y preocupante de la situación en el nordeste de Norte de Santander, es que ya no sabemos quiénes son los campesinos y quienes los que llegaron a ocupar los espacios vacíos que por años ha dejado el Estado, disfrazados de campesinos. En Catatumbo revuelto, ganancia de aprovechados.

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