“Todos los cretenses mienten, dijo un cretense”: Epiménides
Realidades
Camino cada día por las pocas y largas calles de mi pueblo. Los vecinos me miran, me comprenden, me compadecen, pero me ignoran con su silencio cómplice. Mi mente no duerme desde hace quince años, cuando mi hijo adolescente, sin querer irse, salió por las calles desiertas luego de la balacera y su rastro se esfumó entre la niebla de la guerra. Desde entonces mi vida quedó sumergida en el pantano de la incertidumbre y el dolor.
Finita Castro
Se miraba cada tres horas en el espejo y se decía: estoy muy gorda. El espejo devolvía una figura lánguida y sufrida, pero la mujer solo veía kilos de más y arreciaba la dieta de lechugas. De pronto se iluminó su mente. Corrió a la notaría y pidió cambio de nombre. Quiero llamarme Finesst en lugar de Golda. Hecho, dijo el notario. Esa noche Finita Castro durmió tranquila y plácida en el filo de su cama.
Hobo
Le advirtieron en la estación de combustibles que está a la entrada al pueblo: “Es mejor que siga de largo, no pare en este pueblo”. Las brujas de Hobo no le dejarán salir intacto. No creo en brujas, dijo el cliente, y se adentró por la calle principal. Esperó ver duendes o mujeres con nariz puntiaguda y capas negras. Nada de eso vio en su camino, solo una larga línea de algarrobos, algunas tiendas de abarrotes y unas gitanas leyendo la suerte en el parque principal. Cuando salió del pueblo, sin parar se repitió: “Sé que no hay que creer en brujas, pero que las hay, las hay”. Lo dijo sin saber que llevaba cara de calabaza y en las puertas laterales traseras, letreros de pintura roja aún escurriendo birria sobre el fondo blanco de su camioneta: ¡viva Halloween!
Cogiendo café
Al llegar a la gran plaza, la turba planetaria desbordó la barrera de la policía universal antimotines protestando por las muertes de los líderes sociales. La tropa reaccionó y todos corrieron en tropel dispersándose hacia los puntos cardinales. El tirano, aturdido por el dolor de patria, según dijo horas más tarde, y dueño del orden y del destino universal, según él, por delegación del Sagrado Corazón, ordenó a los helicópteros soltar las bombas de humo sobre una multitud que se atropelló a sí misma. Mijiticos, dijo después a los medios, justificando las acciones: “Seguro que esos que murieron no eran campesinos cogiendo café”.
Morir en mayo
Es mayo, el mes de la virgen, y casi siempre para el día de la cruz cae un pequeño diluvio que hace reverdecer las lomas. En la zona llueve poco porque el viento es más fuerte que las nubes y se las lleva, cumpliendo su destino. Se las lleva más al norte, donde sí llueve de verdad. El viento y la sequía se sienten con fuerza en la cima de las lomas que protegen al valle sembrado de viñedos que se acomodan a la falta de lluvias para ser más dulces. Ese día, en el filo de la loma grande, Antonia pensaba sentada afuera de su casita, mientras veía caer la lluvia en el valle: “Mayo es un buen mes para morir en desamor”. Con un racimo de uvas en las manos, halaba una a una, como deshojando margaritas, y en silencio contaba al comer cada pepa: “Regresa, no regresa, regresa, no regresa”. La última uva fue no regresa. Entonces se quedó dormida y no sintió cuando Tánatos vino por ella y se la llevó con el primer viento en una nube que marchaba hacia el norte.