Recordando Aracataca, cuna de nuestro Nobel de Literatura

Recordando Aracataca, cuna de nuestro Nobel de Literatura

Un hombre originario del municipio magdalenense recuerda algunas tradiciones de este entrañable lugar

Por: Dustin Tahisin Gómez Rodríguez
septiembre 22, 2020
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Recordando Aracataca, cuna de nuestro Nobel de Literatura
Foto: Dustin Tahisin Gómez Rodríguez

Algo que pasó en Aracataca (Magdalena) que en promedio no se ve en el resto del país es la celebración del Día de los Muertos el 1º de noviembre. Algo muy normal en México, pero no necesariamente acá en Colombia.

La anécdota se puede sintetizar de la siguiente forma. El 31 de octubre, los niños se iban a acostar muy temprano para que pudieran levantarse en la madrugada para ir al cementerio del pueblo. Aunque suena macabro, para ellos era genial porque se podían encontrar con los demás familiares, amigos y se ponían a jugar con ellos. Mientras los adultos rezaban con velas prendidas en las tumbas, los pequeños esperaban a que se derritieran las velas, las cogían y hacían bolas grandes de cebo (con las cuales jugaban entre ellos y corrían a lo largo del cementerio, iluminado por las demás velas).

Otra anécdota es el día de las velitas. Mientras que en el interior se ponen en la noche, en Aracataca se pone en la madrugada. Los niños se dormían temprano y como a las 4:00 a.m. salían en piyama y ponían las velas a las 6:00 a.m. jugando con sus amigos. Precisamente, si utilizaba pólvora, había dos artefactos que los niños querían, pero no podían, dado los peligros que generaban: una piedra llena de pólvora que se lanzaba en las aceras generando un sonido estruendoso pero divertido; y una esponjilla amarrada con una pita que era prendida en el extremo y se le daba vueltas, generando un destello de luces faraónicas que emocionaba tanto al que lo hacía como a los que lo veían.

En el libro Cien años de soledad, el Nobel describe la procesión de un sepelio. Pues, les comento que eso no es macondiano sino cultural. En la niñez cuando pasaba un velorio por las calles de Aracataca, los niños tenían que bajar la voz, dejar de jugar, apagar el equipo de sonido y hacer un silencio mientras tanto. Los únicos sonidos que se escuchaban eran los gemidos de los familiares del difunto. 

Finiquitando, el presente escrito es un diálogo entre la historia oral y las anécdotas de la niñez en las décadas de 1980 y 1990 en un territorio que expresa su territorialidad anclada desde su cultura, su construcción social y sobre todo desde su diversidad étnica y cultural.

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