De la vieja pizarra a la pizarra digital
Opinión

De la vieja pizarra a la pizarra digital

Asistimos a la emergencia de una nueva educación impuesta por las circunstancias, y a un desafío para educadores y quienes creemos que la escuela no es posible sin mirarnos a los ojos

Por:
septiembre 23, 2020
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Las epidemias del siglo XX y la pandemia covid-19 tuvieron y tienen una notable influencia en la vida de la escuela y en los cambios educativos. Las medidas tomadas para enfrentar las epidemias de comienzos del siglo pasado provocaron el paso del uso de la pizarra al uso del cuaderno, toda una revolución pedagógica en los métodos de enseñanza, en el papel del alumno y el maestro, el paso de la escuela repetitiva y pasiva a la escuela activa. La pandemia covid-19 de hoy está provocando profundas transformaciones en la educación como fruto del confinamiento y el uso creciente y generalizado de las tecnologías de la información como sustitutos de la educación presencial.

La Guerra de los Mil Dias, con la cual se inició el siglo XX, dejó un país asolado por la miseria, el atraso y la enfermedad. Las sucesivas epidemias de enfermedades como la peste bubónica o peste negra, la tuberculosis, la tosferina y la recordada y asoladora gripa española de 1918 obligaron al Estado a convertir la salud publica en una de sus prioridades para hacer frente a la enfermedad que devastaba la población.

Igual que ocurre hoy, a comienzos del siglo XX los colegios y escuelas fueron considerados una de las principales fuentes de contagio. En la mayoría las escasas escuelas públicas de entonces se utilizaba la pizarra individual como principal medio de trabajo en el aula. El uso del cuaderno era un privilegio del cual disponían solo unos pocos. Los niños solían escupir en las pizarras e incluso pasar su lengua en el afán de limpiarla. De igual manera ellos estudiaban aglomerados en bancas y mesas. Lo pupitres personales o para dos no existían tampoco.  Condiciones que hacían de las escuelas una fuente de contagio y propagación de las enfermedades y extensión de las epidemias.

Como lo documentan y explican los pedagogos e investigadores Javier Sáenz Obregón, Óscar Saldarriaga y Armando Ospina, en su libro Mirar la infancia: pedagogía, moral y modernidad en Colombia, 1903-1946, “La escuela pública por sus condiciones higiénicas era considerada un lugar propicio para la enfermedad y el contagio, el hacinamiento y la promiscuidad de los niños, las enfermedades contagiosas y las epidemias, sumadas a la falta de aseo y a la incuria de los maestros convertían la escuela pública en un lugar peligroso para la salud. Por esto se buscaba infructuosamente que la escuela cumpliera con los requisitos de higiene o que fomentara un mayor aislamiento entre los niños con el fin de evitar los contagios, preocupación que se plasmó en los pupitres unipersonales”.

“Las enfermedades y el contagio desterraron las pizarras de la escuela teniendo en cuenta que este elemento era de uso común e intercambiable entre los niños. La resolución 569 del 6 de agosto de 1928, expedida en el Valle del Cauca, suprimió el uso de las pizarras en las escuelas, los estudios realizados por los higienistas mostraron que ella era el vehículo más eficaz para la transmisión de toda clase de microbios”. “El Decreto 1667 de 1928 prohíbe su uso a nivel nacional, señalando que “el empleo de la pizarra es considerado como ineficaz y antihigiénico”.

“Muy difícil es conseguir que en cada escuela le corresponda al niño una misma pizarra para sus ejercicios; casi siempre las pizarras van de mano en mano y en ella —según estudio de los médicos pasan el millón de microbios que contienen cada centímetro cuadrado de su superficie. Por lo regular borra con la mano mojada y muchas veces lo hace con la lengua”.

En 1936, el Ministerio de Educación Nacional en 1936 determinó que “cada niño tendrá su pupitre o lo más que se podrá en un pupitre doble con otro, sus puestos en las clases, el refectorio y el dormitorio deben ser siempre los mismos para cada uno. Sus útiles de estudio y uso personal no deben ser usados por ningún alumno a menos de ser desinfectados, debe tratarse de que entre niños no haya ningún contagio”. (Sáenz, Saldarriaga y Ospina).

En la actual pandemia la educación ha sido duramente castigada. Ha tenido que soportar el más prolongado confinamiento extremo. Seguramente será, junto a los bares, discotecas y cantinas, de los últimos espacios y actividades sociales objeto de la trajinada apertura.

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Millones de niños y jóvenes fueron expulsados del paraíso del colegio al incierto, traumático y desconocido mundo de la virtualidad y a educarse desde el confinamiento de sus hogares

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De manera abrupta la presencialidad junto a la feliz convivencia social que ella encarna, la enriquecedora experiencia que representan los años escolares fue sustituida por la acción educativa en casa mediada por las tecnologías de la comunicación. La virtualidad se apoderó de la escuela y la ha sometido a sus lógicas, a sus lenguajes, a sus limitaciones, a su poder difícilmente controlable. Millones de niños y jóvenes fueron expulsados del paraíso del colegio al incierto, traumático y desconocido mundo de la virtualidad y a educarse desde el confinamiento de sus hogares.

La educación virtual, el obligado aprender en casa, han puesto de presente las profundas brechas e inequidades existentes entre la educación pública y privada, al igual que las inocultables carencias que de tiempo atrás arrastra nuestra educación pública. Según el último censo del Dane, solo el 43 por ciento de las personas tienen acceso a Internet móvil o fijo. La situación empeora en las regiones apartadas del país. Según estudios del Laboratorio de Economía de la Educación (LEE) de la Pontificia Universidad Javeriana, el 96 % de los municipios del país no tiene los recursos ni la cobertura para desarrollar cursos virtuales. En Bogotá el 40 % de los niños y jóvenes de los colegios públicos distritales (cerca de 300.000) no tienen conexión a internet ni disponen de un computador o una Tablet.

Asistimos a la emergencia de una nueva educación impuesta por las circunstancias, con todos los inconvenientes que ello implica. El cuaderno que reemplazó a la pizarra, en pocos años será sustituido masivamente por la pizarra digital. Los textos escolares y los cuadernos por materia reposarán en las tablets. La escritura y la lectura tan esenciales a la escuela serán reemplazadas por las nuevas formas de leer y escribir. El papel del maestro sufrirá grandes trasformaciones. Los tiempos, los espacios, los mobiliarios escolares serán enteramente distintos.

Todo un reto para la pedagogía y los pedagogos, amenazados por los comunicólogos y los tecnólogos de la educación virtual y asistida por ordenador. Un cambio que se aceleró por la emergente pandemia y que a futuro estará impulsado por los grandes y todopoderosos intereses económicos y políticos que están detrás del sueño y de la “nueva realidad” de una educación sin educadores ni escuelas. Una controversia y una disputa que atravesará la escuela en los próximos años. Un desafío para los educadores y para quienes creemos que la escuela no es posible sin mirarnos a los ojos, sin la presencia del otro, sin la palabra salida de la boca, sin el maestro objeto tanto de burlas como reconocimientos, sin la complicidad y la libertad de los recreos y los salones bulliciosos cuando no está el maestro, en fin, una escuela y una educación sin corazón y sin afectos.

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