¿Quién vigila a quien vigila?
Opinión

¿Quién vigila a quien vigila?

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octubre 27, 2014
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Estos días presenciamos dos importantes victorias contra lo peor de la delincuencia: la captura del poderoso mafioso Marquitos Figueroa en Brasil y el desmantelamiento de una red de prostitución de menores en Cartagena.

En ambos casos, la participación —e incluso cabría decir que el liderazgo— de actores internacionales fue de vital importancia para el éxito de las operaciones.

Valientemente, como siempre, la senadora Claudia López expresó su inconformidad respecto a la protección recibida por Marquitos Figueroa en Colombia, tanto por parte de sus aliados políticos, como por parte de la Policía Nacional, y dejando entrever que, de no haber sido por la Interpol y la policía brasilera, tan importante captura aún estaría pendiente.

Por otro lado, el desmantelamiento de la red de trata de menores en Cartagena parece haber sido posible solo gracias al liderazgo de una organización no gubernamental de origen estadounidense. ¿Será que, de no haber sido por el trabajo de Operation Underground Railroad, esta red seguiría prostituyendo niñas y niños en Cartagena?

Así, mientras que, por supuesto, estos días no han dejado de aparecer las siempre recurrentes noticias sobre la complicidad de miembros de la Policía Nacional activos con todo tipo de empresas criminales, estos acontecimientos recientes también traen a la mente casos históricos como el de la operación para asesinar a Pablo Escobar, que solo fue finalmente posible por cuenta de la alianza de la Policía Nacional con otros actores interesados en la muerte del famoso capo, incluyendo no solo agencias de seguridad internacionales, sino además poderosas estructuras criminales.

No puede dejar uno de preguntarse entonces, estos días y tantos otros, si la policía que tenemos hace parte de la solución de nuestros profundos problemas, o si es, por el contrario, uno de los más profundos.

Este dilema no es exclusivo de Colombia (aunque claramente se ve exacerbado por nuestra mayor desgracia: la combinación de un conflicto armado interno profundamente arraigado y la guerra contra las drogas); podría decirse que este es el principal dilema de la teoría del diseño institucional: ¿quién vigila a los vigilantes?

Un importante estudio reciente realizado por Dejusticia, muestra cómo las fallas de la Policía Nacional, tal como todos lo intuimos desde nuestro trato cotidiano con sus agentes, se remonta a la relación que ella establece con la comunidad. La Policía Nacional es una institución que nos maltrata sistemáticamente (a unos más que a otros: a quienes peor les va cuando se topan con un policía es a las mujeres, a los pobres, y a los miembros de minorías poblacionales).

Otra fuente importante para comenzar a comprender mejor los orígenes sociopolíticos y culturales del comportamiento de la Policía Nacional es el reciente libro de Francisco Gutiérrez Sanín, El orangután con sacoleva: Cien años de democracia y represión en Colombia, 1910 – 2010, en el cual se retrata y se analiza en detalle el devenir histórico de las estructuras encargadas de la función policial en Colombia.

Particularmente interesante resulta, desde su narración histórica, la instrumentalización de los cuerpos de policía municipales (antes de la existencia de una Policía Nacional) por parte de las élites regionales que buscaban consolidar su poder político y económico en las regiones a través de una estrategia de terror, desplazamiento y despojo que luego llegó a llamarse, en abstracto, La Violencia, y que sentó las bases estructurales para lo que luego sobrevendría como el fenómeno paramilitar.

Otras organizaciones, como la Fundación Ideas para la Paz y Corpovisionarios, están realizando investigaciones interesantes y relevantes sobre la estrategia y la cultura organizacional de la Policía.

He aquí, entonces, uno de los más importantes y urgentes temas de rediseño institucional y organizacional que debemos emprender en Colombia si queremos avanzar hacia la construcción de un país en paz: la reforma policial. Lástima que, al parecer, nadie quiera ni reconocerlo, ni hablar de él, ni abordarlo con la seriedad y el ímpetu que merece.

 

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