Quién creería que los nuevos mamertos son los de derecha

Quién creería que los nuevos mamertos son los de derecha

La oposición se alista con una malintencionada protesta: por primera vez saldrán a marchar con cacerolas porque no quieren dejar de vivir sabroso por herencia

Por: Marcos Velásquez
septiembre 02, 2022
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Quién creería que los nuevos mamertos son los de derecha
Foto: Leonel Cordero

Que <<la Paz Total no es posible>>, dice ahora la nueva oposición, en su afanada propaganda de generar incertidumbre y su malintencionada campaña de desinformación.

Claro que para ellos no es posible, porque, o desconocen el motor financiero del país, o desean que no se desmonte la fuente de financiación de sus actividades financieras.

Tratando de situar el origen de la desenfrenada violencia, posterior a la de los años cincuenta, consecuencia de lo que para ellos no es posible, en 1972, ya la cultura traqueta hacia parte del imaginario urbano de Colombia.

Hacer plata fácil, sin matarse trabajando, disfrutar de mujeres bonitas, sin necesidad de ser bonito, tener carros último modelo, sin necesidad de venir de los pocos barrios de ricos, pasar por “inteligente”, sin haber pisado un plantel educativo, era viable para una sociedad de jóvenes que no tenían compromiso con su patria, pero sí tenían deseo de “vivir sabroso”, como lo nombró la ruin y clasista pregunta de la “periodista” de CM& a nuestra Vicepresidenta.

Allí Colombia se bifurcó. Por un camino estaba la generación que quería dinero “fácil”, y por el otro, la “temerosa de Dios”, que quería hacer las cosas bien, aunque se demorara más tiempo.

En esta segunda, a pesar del ardor de algunos, estaba también la generación de nuestro gobernante, quien dejó las ideas guerrilleras y las armas, con tal de continuar su compromiso con su nación, en pro de restaurar el lazo social, a pesar de que los delfines del país pretendieran el poder para sí mismos y para nadie más.

En la década de los setenta se despertó la Hidra de Lerna del narcotráfico en Colombia, la que logró con su dinero, seducir a todo aquel que quería vivir sabroso, consiguiendo fijar su mirada en esa forma rápida de obtener dinero, comprar tierras, caballos y hacer negocios poniendo el precio que ellos quisieran, porque tenían con qué, después de haber vivido sin con qué comer muchos de ellos, generando también otro número de muertes que no se han registrado, porque se han justificado como ajuste de cuentas entre estos.

El dinero del narcotráfico inundó el flujo de caja del país, aflorando una mecánica comercial que ha logrado sostener negocios, empresas, dinámicas políticas y el silenciamiento de la conciencia social, una vez que las madres en la dramática época del sicariato en Colombia, con la cruda frase: <<Traiga comida a la casa, mijo.  No importa cómo, pero traiga comida>>, autorizaran a sus hijos justificando la subversión del mal por el amor a la Cucha.

De modo directo o indirecto, el narcotráfico tocó el estilo de vida de una Colombia, antes de él, campesina y urbana. En otras palabras, de una Colombia que seguía en una lucha bipartidista, tratando de creer que con un nuevo gobierno las cosas iban a cambiar, y que, si volviera Jorge Eliécer Gaitán, el pueblo iba a tener pan.

El deseo manda, a pesar y por encima del capricho y el miedo de quienes han estado acostumbrados a vivir sabroso por herencia, por delfines o por las causas y azares de sus vidas.

La generación que creció en el imaginario del <<Trabaje duro mijo, para que a los 50 tenga carro, casa y beca (leída esta como vacaciones o jubilación)>>,  enfrentando algunos un real donde el trabajo duro no les ha alcanzado para todo lo que la sociedad prometió como ilusión de vida e intentando sostener sus comodidades, a pesar de las circunstancias y apoyados por sus padres, tíos y algunos férreos abuelos, ahora quieren hacer creer a quienes no han tenido nada, o a la clase trabajadora donde algunos son sus empleados y al laborioso vendedor ambulante que no alcanza a pagar impuestos, pero se nutre de la calle para llevar comida  a casa y pagar servicios y arriendo, que por culpa de la reforma tributaria que plantea el presidente Petro, Colombia va a estar peor de como la dejó el gobierno saliente, sin reconocer, eso sí, que el gobierno saliente no dejó bien al país.

Desarticular el narcotráfico es clave para concebir una paz total. Empezando porque al pensar el comercio ilegal de drogas como algo diferente, se pasa forzadamente a desmontar el imaginario de la cultura traqueta, donde todo es fácil, rápido y posible, porque la plata lo compra todo.

Es claro que el gobierno de Gustavo Petro no será un gobierno fácil. No solo por ser un presidente con propuestas de progreso y de paz, por ser la antípoda del socarrado discurso mafioso que reinó en gobiernos anteriores, dándole la espalda al pueblo y rienda suelta a la violencia, sino porque quienes se oponen a un bien común, harán todo lo posible para torpedear la construcción de una Colombia Humana que puede vivir en paz, siempre y cuando se administren los recursos con los que cuenta el país, para que la brecha social y el clasismo exacerbado que se han encargado de fraguar disminuya.

En sus patadas de ahorcado, hoy suenan vientos de una malintencionada protesta social que, a la luz de lo expuesto, se nutrirán las calles de personas caminando quizá por primera vez las calles, exhibiendo sus ropas, cacerolas y demás atuendos o utensilios de marca, antes que su deseo por el equilibrio social fragmentado, que hizo que el pueblo hastiado de violencia, desgarrado por la falta de oportunidades y cansado de trabajar mucho por nada, no viera un futuro posible ni para ellos ni para sus hijos en la continuidad.

Aún el pueblo pide pan, y aunque quieran malograr las intensiones del presidente Gustavo Petro, quienes nunca han pensado en el pueblo, haciendo bulla por la “reforma del salchichón” a pesar de siempre haber tenido con qué comprarlo, los que lo eligieron saben que el proceso de reparación del lazo social es lento, riesgoso y necesario para una Colombia que puede vivir en paz, a pesar de que la oposición no quiera reconocer o desmontar la violencia que les ha permitido vivir sabroso solo a ellos.

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