¿Qué he aprendido en mis últimos 365 días?

¿Qué he aprendido en mis últimos 365 días?

"He constatado directamente que la solidaridad nacional e internacional existen y que necesitamos contar a los cuatro vientos lo que está pasando en Colombia"

Por: Sara Yaneth Fernández Moreno
marzo 04, 2021
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¿Qué he aprendido en mis últimos 365 días?
Foto: Esteban Lopera

Gracias doy a la desgracia

Y a la mano con puñal

Porque me mató tan mal…

¿Qué he aprendido en mis últimos 365 días?

Que pude sobrevivir a la muerte y que esta no tuvo señorío sobre mí antes del día que sea marcado. No fue el 4 de marzo de 2020 por cuestión de milímetros, no fue por voluntades nefastas, ni por sombríos intereses. Para quienes tienen algunas dudas debo aclarar, no fue un menor de edad quien entró a mi casa a las dos de la madrugada, no fue un habitante de calle y no entró a robar, lo hubiera podido hacer perfectamente porque nunca advertí su presencia.

Me despertó el cuchillo enterrado en mi cuerpo, atravesando mi humanidad, me despertó mi pulsión de vida que nunca antes estuvo tan fuerte, tan guerrera y tan decidida por vivir. Comprendí entonces que las amenazas que recibimos dos días antes diferentes instancias, colectivos, vocerías, estudiantes y profes de la universidad eran ciertas, hirieron a la universidad pública.

No basta desfinanciarla, no basta desprestigiarla, no basta infiltrar sus marchas, criminalizar a quienes marchan, no basta militarizarla autorizando la entrada del Esmad o desalojándola desde helicópteros que lanzan lacrimógenos, no basta judicializar a sus activistas, no basta con confundir y ofender con terminología que ni existe como la llamada ideología de izquierda a quienes defendemos la educación pública, gratuita, garantizada como derecho, y la ideología de género a quienes promovemos la autonomía y los derechos que las mujeres y los jóvenes tienen sobre su propio cuerpo.

No basta retirarle el soporte básico que necesita para su funcionamiento y que por ley le pertenece cuando la educación es y debe ser un derecho humano fundamental garantizado por el Estado, no basta con imponer para un derecho que es de todas y todos una competencia donde solamente las personas mejor calificadas accedan a la universidad cuando justamente son todas las personas las que necesitan y deben formarse.

Temí y sigo temiendo por la universidad, por la indiferencia y la injusticia frente a su sostenimiento, ahora en pandemia hay un largo paréntesis que solamente deja pendiente las preguntas sobre su sobrevivencia a corto, mediano y largo plazo.

He conocido de cerca la solidaridad, el cariño y la compañía; recibí el abrazo y me alegré de que abrazáramos a la salud que también está en riesgo, especialmente la salud pública, la salud colectiva la que es para todas y todos y no solamente para quienes puedan pagarla. Recibí el abrazo en el que tendría que ser hace mucho rato nuestro hospital universitario gratuito y de atención abierta para aprender acompañando; para devolver a la ciudadanía que paga con sus impuestos nuestro funcionamiento, los servicios y la atención en salud que tanto necesitan, dentro y fuera de los hospitales.

He podido constatar que falta compromiso e interés por la vida por parte de quienes deben protegerla, que hay defensoras y defensores de derechos humanos sin protección ninguna, que hay amenazas en todas partes y que no hay oídos que escuchen, auxilien y atiendan esas voces. Quienes creemos y luchamos por la paz seguimos siendo inconvenientes para quienes abrazan la guerra y se lucran con ella.

He constatado directamente que la solidaridad nacional e internacional existen y que necesitamos contar a los cuatro vientos lo que está pasando en Colombia, la vergüenza, la desfachatez, la injusticia con la que estamos siendo “gobernados”. Sé de la impotencia de no poder garantizar la vida, la vida buena, la vida plena, la vida sabrosa que nos merecemos. También sé que gastamos mucho tiempo, demasiado, un tiempo valioso que se nos va entre el miedo, el temor y la amenaza de poder seguir siendo; que trabajar por los derechos y la dignidad sigue representando un riesgo para la propia integridad y la vida. Ese tiempo deberíamos invertirlo en otras cosas más amables, más creativas, más propositivas, más tercamente esperanzadas por otros mundos posibles, en donde quepan muchos mundos.

He sido abrigada y acogida por esa solidaridad y la agradezco infinitamente, soy afortunada, me rodean muchos brazos de familia, amigas, amigos, colegas, estudiantes, compañeros, compañeras, familia extendida que me acunan para seguir siendo. No creo estar por encima de nadie, no me considero moralmente ni mejor ni peor que nadie, pero me siento en deuda, siento que falta mucho por hacer estoy convencida de que defender la educación y la salud como derecho, nos hace mejores personas, mejores seres humanos convivientes con las demás especies del planeta, no hemos estado a la altura de ellas que sí respetan a la Pacha Mama y la saben habitar sin destruirla. Muchas han sido las vidas tempranamente perdidas por esas y otras justas causas, y sus banderas siguen en pie y necesitan ser levantadas con determinación si queremos seguir siendo.

Cantando al sol como la cigarra

Después de un año bajo la tierra

Igual que el sobreviviente

Que vuelve de la guerra.

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