¿Por qué Ciro Guerra y Cristina Gallego podrían darle el primer Oscar a Colombia?

¿Por qué Ciro Guerra y Cristina Gallego podrían darle el primer Oscar a Colombia?

Una sangrienta pelea de clanes por el negocio de la marihuana en los 70, le acaba de dar el premio Fénix, el Oscar de México, a la producción colombiana

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julio 18, 2018
¿Por qué Ciro Guerra y Cristina Gallego podrían darle el primer Oscar a Colombia?
Fotos cortesía película. Mateo Contreras

Un imbécil mientras esperaba que se proyectara en la inmensa pantalla del Dinamix de Titán Plaza Pájaros de Verano, veía en su celular la etapa número 11 del Tour de Francia y comía con fruición palomitas de maíz y el perro caliente que regalaban en la cafetería. Los periodistas culturales más importantes del país se acomodaban en sus puestos impacientes ante el estreno para la prensa de la película más esperada del año. La actriz Carmiña Martínez, protagonista del filme, con su traje wayúu, saludaba a sus admiradores. Pasó por el lado del idiota que, desconsolado y furioso, le gritaba insultos a Nairo Quintana, quien conseguía un heroíco noveno lugar en una durísima etapa de montaña.

En uno de sus manotazos regó buena parte de las palomitas en el piso. Ninguna de las palomitas tocó el vestido sagrado de Carmiña. Detrás de ella venía el legendario crítico Mauricio Laurens, quien comentó: “pisar palomitas es como caminar entre la nieve”. Al frente ya aparecía Cristina Gallego, co-directora de filme, a decir los comentarios y dar los agradecimientos que suelen tener ese tipo de eventos. Se apagaron las luces y el idiota despotricador de Nairo y otros héroes apagó su celular y apenas vio el desierto, las gallinas picoteando las piedras, a Natalia Reyes, vestida de rojo incandescente bailando una ceremonia wayúu. Se quedó quieto, dejó la caja de palomitas en el suelo y logró lo imposible, apagar su celular. Entonces, como las 100 personas que estábamos en esa sala de Cine Colombia, quedó hipnotizados.

Foto: imágenes de la película. Cortesía. Mateo Contreras

La Guajira, 1969: tres gringos pertenecientes a los cuerpos de paz caminan por el desierto. Vienen a promover el anticomunismo, bandera del primer gobierno Nixon, pero en sus ratos libres buscan un poco de diversión. Nada mejor que un poco de marihuana para ver los atardeceres al lado del mar en Punta Gallinas. Moisés, un negro arijuna (así llaman los wayúu a los forasteros) amigo de toda la vida de Raphayet, wayúu perteneciente a la etnia Abuchaibe, escucha las súplicas de los gringos. Le compran 25 kilos de la hierba a Aníbal, un primo suyo. En ese primer negocio conocen a Bill y resulta que el buenazo de Bill es mucho más que un hippie consumidor de hongos y rock and roll. Exporta cosas, cosas bellas, paraísos artificiales. Ese par de amigos desatan lo que Colombia conocería como la bonanza marimbera. Años antes de que el Cartel de Medellín inundara de cocaína Manhattan, La Guajira y buena parte de la costa pusieron a fumar yerba caribeña a Haight- Ashbury y otros barrios bohemios gringos. Si algo ha enseñado la historia, desde la Biblia hasta el Señor de los anillos, es que el poder corrompe a los hombres. Y los Abuchaibe no serán la excepción.

Detrás de cámaras. Foto: Cortesía. Mateo Contreras

Hay muchas razones para pensar que la obra de Cristina Gallego y Ciro Guerra es la mejor película de la historia del cine colombiano. No sólo es poética, los animales desollados, las langostas comiéndose los moños de la marihuana en los cultivos, el desierto como un personaje protagónico, las garzas con sus ojos grandes, amarillentos, monstruosos, mirando un cadáver descomponerse, las mujeres con la cara tapada llorando a sus muertos, una banda de waypuus armados reflejados en los lentes de Raphayet, sino que Pájaros de verano es una película narrada por un maestro, en realidad por dos maestros, Jacques Toulemonde y María Camila Arias. La solidez e intensidad del relato la convierten en una de esas películas que se ven en el filo del asiento, con las uñas en la boca. Nunca antes 120 minutos pasaron tan rápido. Esa fue una de las razones de que haya tenido el honor de abrir la Quincena de Realizadores en Cannes, algo que nunca antes una película colombiana había conseguido y de que Martin Scorsese la aplaudiera esa noche a rabiar. Es que es una especie de Goodfellas en wayuunaiki.

Detrás de cámaras. Foto: Cortesía. Mateo Contreras

Como sucede con las obras maestras, con los clásicos, Pájaros de verano saca lo peor de ti. Uno llega a entender por qué matar a otra persona a tiempo, en los códigos wayúu, podría evitar el exterminio de un clan. Por eso una hechicera, a quien no le tiembla el pulso cortar cabezas, es nuestra heroína.

Detrás de cámaras. Foto: Cortesía. Mateo Contreras

Filmada en La Guajira y la Sierra Nevada en nueve semanas, un tiempo relativamente corto para una película con aliento herzoguiano, con más de 2.000 extras y la actuación mística y profunda de Carmiña Martínez, actriz de teatro que logra lo imposible: dominar sus gestos, la sobreactuación que hacen de la dramaturgia y el cine dos enemigos, Pájaros de verano es desde ya y según la prensa internacional, firme candidata a llevar el Óscar a mejor película extranjera. Por eso la opinión de la crítica especializada hoy en el Titán Plaza fue unánime: obra maestra absoluta, clásico instantáneo. Hasta el imbécil comedor de crispetas terminó aplaudiendo y hasta con lágrimas en los ojos, orgulloso de ser colombiano.

 

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