Por fin la naturaleza juzgó y condenó a su enemigo más mortal

Por fin la naturaleza juzgó y condenó a su enemigo más mortal

Hoy, el hombre, este ser soberbio, altivo y prepotente, se encuentra confinado detrás de las paredes de su casa, huyéndole a un adversario que ni siquiera puede ver

Por: WLADIMIR PINO SANJUR
abril 01, 2020
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Por fin la naturaleza juzgó y condenó a su enemigo más mortal
Foto: Pixabay

Ayer sentado en el balcón de mi residencia, viendo las calles desoladas de Valledupar, tratando de matar la rutina monótona que implica la cuarentena, me puse la tarea de contar cuántas personas, cuántas motos y cuántos carros pasaban por la calle. En las dos horas observé 4 motos conducidas por trabajadores de mensajería, 3 taxis y 4 personas. Me llamaron la atención las 2 últimas personas: un anciano de unos 75 años que retaba el aislamiento y un niño de unos 5 años. En la mano el abuelo llevaba una bolsa de leche y el niño, un pan. Lo curioso es que mientras caminaban por debajo del frente de mi casa, el niño le preguntó al anciano: “¿Por qué no hay gente en la calle abuelo?”. Este, rascándose la cabeza llena de canas, le respondió: “Es necesario encerrarse para que la naturaleza respire, nene”. Ellos siguieron su diálogo en la medida que yo los observaba, hasta que cruzaron la cuadra siguiente y yo no pude escuchar más por la lejanía. Sin embargo, durante todo el día me quedó sonando la pregunta del niño y la respuesta del anciano.

Hoy yo me cuestiono lo mismo: ¿por qué nos encerramos? La respuesta es evidente en el análisis objetivo de las cosas, pero cabe plantearse el interrogante, una y otra vez, pues analizando quién es el preso y quién el carcelero, las respuestas se quedan cortas, toda vez que el carcelero es un virus. ¿Y qué es un virus? En biología, “un virus es un agente infeccioso microscópico acelular que solo puede multiplicarse dentro de las células de otros organismos. ​Los virus están constituidos, básicamente, por material genético. Al infectar una célula, estos genes ‘obligan’ a la célula huésped a producir copias del virus”. Siendo esto así, es fácil deducir que el virus no tiene inteligencia ni voluntad, pero que el preso, el ser humano, depositario del mayor grado de soberbia intelectual del universo, se autoproclamó rey y conquistador del mundo, cabeza de la creación. El autorreconocido como hecho a imagen y semejanza del poder superior, este arrogante ser que desprecia la naturaleza que lo rodea (contaminando el agua, talando árboles, extrayendo minerales contaminantes, bombardeando su propio planeta), es quien ha llenado de basura cósmica el espacio sideral. Este es el preso, el mismo que puso un hombre en la luna, desafiando su propia inteligencia, quien tiene un carro espacial en martes tomando fotos y recolectando muestras para establecer el origen de la vida. Es el mismo hombre que descubrió la redondez de la tierra y la inmensidad del universo el mismo que se atreve a trasplantar corazones, el que manipula la genética de los animales y es capaz de clonar una oveja exactamente igual a partir de la manipulación de sus genes.

Hoy este ser soberbio, altivo y prepotente se encuentra confinado detrás de las paredes de su casa, huyéndole a un enemigo que no habla, que no camina, que no ve, pero que tiene la capacidad de hacerse ver, hablar y de caminar utilizando al ser humano; es decir lo conquista, lo posee y lo hace su esclavo para poder vivir y a través de él perseguir al resto de la humanidad. Hoy estamos encerrados en nuestras casas ilusionándonos con películas de Hollywood donde los monos del norte vencen la muerte y reivindican la supervivencia humana.

Me regresa a la mente la respuesta del anciano: “es necesario que el hombre se encierre para que la naturaleza respire”. Es probable que esta inteligencia superior, este ser natural, por fin se haya sacudido de tanto daño y haya soltado el virus para obligar al enemigo a mantenerse aislado, mientras ella cura sus heridas para que sus venas, ríos y océanos sean oxigenadas, la capa de ozono restablecida, la gélida Antártida vuelva a congelarse. Por fin la naturaleza juzgó y condenó a su enemigo más mortal y lo confinó a pagar cárcel en su propio hogar. Ojalá cuando purgue la pena, salga rehabilitado.

 

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