Peinados, corbatas y mentiras
Opinión

Peinados, corbatas y mentiras

Un candidato regional y otro internacional entienden que las personas prefieren muchas veces ignorar la verdad para proteger ilusiones

Por:
junio 05, 2016
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“La verdad no importa en una campaña política” dice un personaje bien peinado y  encorbatado al frente de un grupo de periodistas. Lo acompañan los políticos tradicionales del departamento y lo apoyan grupos políticos cuyos líderes se encuentran prófugos de la justicia pero, con una mueca picaresca, afirma ser un candidato de opinión.  Recuerda, cada que puede, su violenta “pacificación” de la Comuna 13 de Medellín, pero reclama y reivindica al papa Francisco y a Gandhi  como consejeros y faros de su campaña.  Suelta enormes cifras de pavimentación de vías que exceden por mucho la capacidad financiera del ente territorial sin sonrojarse ni perturbarse.  El objetivo es ganar las elecciones y ni las cifras ni la realidad ni las normas son obstáculos. El candidato es coherente hasta los tuétanos … con el entierro de la verdad.

En otra campaña, en otra latitud, otro encorbatado mejor peinado se lanza, ya no a  pensar sino a “Hacer grande a América otra vez”. Ambos candidatos, el regional y el internacional, hablan sin parar sobre un territorio orgulloso y amado que dejó de ser grande y que hay que recuperar.  Uno y otro entienden que las personas, como decía Nietzsche, prefieren muchas veces ignorar la verdad para proteger ilusiones. El excéntrico millonario sustenta su odio y sus prejuicios por los musulmanes en una fantasiosa celebración de “miles y miles” ante el espectáculo macabro de los ataques del 9-11. Asevera que el gobierno mexicano envía criminales y violadores a través de la frontera y que la mayoría de los asesinatos de personas de raza blanca son cometidos por negros. No hay nada, absolutamente nada que sustente las anteriores afirmaciones y cualquier ciudadano curioso podría derrumbarlas en tres búsquedas de Google, pero lo cierto es que estos señalamientos sustentan muchos de los miedos y canalizan muchas de las desilusiones de una gran cantidad de personas.

¿Por qué un personaje que hace algunos meses era considerado un payaso, ignorante y bravucón ha ganado la nominación para ser el candidato presidencial del partido fundado por el gran Thomas Jefferson?

En otras latitudes, otro encorbatado, mejor peinado,
se lanza, ya no a pensar
sino a “Hacer grande a América otra vez”

En primer lugar hay una explicación de contexto.  La crisis profunda en la representación política y la inmensa distancia que separa la movida del poder en Washington con respecto a la gran mayoría de ciudadanos abre espacios para figuras alternativas, marginales o francamente contrarias a la clase política.  El “Jefe” que acostumbró a la audiencia televisiva a sus despiadadas despedidas de empleados representa precisamente ese hombre decidido y “exitoso” que habla claro y saca adelante sus proyectos sin contar con el sistema.  Una especie de solitario hombre Marlboro que lleva a la manada a buen recaudo.

Esta explicación no es, sin embargo,  suficiente.  Al candidato ligero y mentiroso hay que reconocerle ciertas habilidades y competencias gracias a las cuales está donde está y que pueden, quién dijo miedo, llevarlo a su objetivo final.  Una de ellas es el tono animado y la estructura conversacional de todos sus discursos e intervenciones.  Palabras comunes, dichos populares, expresiones simples y mucha informalidad.  “Este hombre es alguien con quien se puede hablar”, parecen decir muchos de sus oyentes y seguidores.  En segundo lugar, ese tono de buen conversador va siempre acompañando de historias, relatos y experiencias que permiten que personas, a miles de años luz de distancia en lo económico y social, perciban como cercano a  un millonario ambicioso e indolente.  Por último, y como lo reconocen varios analistas, esa informalidad, ese tono y esa santa ignorancia hacen que sus acciones, cualquiera que estas sean, transpiren y transmitan verdadera pasión y autenticidad.  Para muchos, nada es más agradable que ver a un hombre gozar genuinamente lanzando cifras, juicios y propuestas, vagas e indefinidas sin filtros de coherencia o rigor técnico, contra un establecimiento político y unos medios de comunicación mayoritariamente cuestionados y hasta odiados.

El candidato regional, peinado y encorbatado,
ahora gobierna de la mano de una penosa mezcla de mentiras,
ambigüedades e imprecisiones

Las mentiras y la utilización de las competencias comunicativas para discriminar, perseguir o esconder podrían ser solo temas de estudio y de discusión si no fuera porque con ellas se ganan elecciones y luego se gobierna.  El primer personaje, candidato regional, peinado y encorbatado, complementó su sentencia inicial y ahora gobierna de la mano de una penosa mezcla de mentiras, ambigüedades e imprecisiones.  Sin sustento, con mala intención y con pasmosa serenidad lanza términos como “quiebra”, “ilegalidad” y “elefantes blancos”.  Se afirma en la prensa nacional que los homicidios descienden en 83 % de un año a otro cuando la realidad, rectificada por el periódico, es que el descenso no pasa de un 1%.  Ante industriales, empresarios y diputados se sostiene que el ahorro en tiempo del que será el túnel más largo del país está entre 1 y 5 minutos cuando los cálculos y documentos de autoridades nacionales y de expertos certifican un tiempo entre 50 minutos y 1 hora 25 minutos.  No hay cifras y no hay vergüenza.

En política la mentira puede venir del margen o del centro.  El desprecio por las cifras y los datos y la consecuente oscuridad se pueden expresar y comunicar con elegancia y consistencia o con informalidad y desorden.   La democracia liberal más antigua del mundo tiene aun la posibilidad de mantener al encorbatado bien peinado y mentiroso por fuera de la Casa Blanca.  Otros buscamos luz al final del túnel.

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