Para ser ladrón no es necesario atracar, fletear ni nada parecido: basta con colarse

Para ser ladrón no es necesario atracar, fletear ni nada parecido: basta con colarse

No pagar el pasaje implica robarle el sueldo a conductores, orientadores de ruta, aseadores, guardas y demás funcionarios que de un modo u otro prestan sus servicios

Por: Carlos Santiago Figueroa Londoño
septiembre 03, 2019
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Para ser ladrón no es necesario atracar, fletear ni nada parecido: basta con colarse

Lo vi ingresar al sistema sin pagar. Claro, lo hizo por una de las puertas que da acceso a los articulados. Dijo un amigo: "se me sale lo nazi cuando veo eso". A mí no se me salió; de mí, se apoderó. Lo devolví al asfalto de una patada y dejé que uno de los buses que se aproximaba hiciera el resto. Todo esto pasó en mi nefasta imaginación. Y no se crean. Esto no sería ningún tipo de justicia. No es ni legal, ni legítimo, ni moral, ni ético, ni gracioso siquiera pensar en algo así. No me compete a mí juzgar a ningún criminal. Era justamente ese uno de los mensajes de Jesús.

Ahora bien, lo siguiente sí pasó en la vida real. A Ortega, Tolima, volví un fin de semana de julio del 2019. Lo especial de esa eventualidad era que no había pisado su tierra en 4 años desde poco antes de la mudanza de mis padres. Alcancé a saludar a un par de personas que uno reconoce dentro de aquellos kilómetros cuadrados urbanos. Resalto el reencuentro con dos mujeres que no pensé que me fueran a recibir con tanta efusividad: doña Carmenza, la bibliotecaria de toda la vida de mi colegio (que Dios la guarde), y la señora Abdil (perdóneme si no logro escribir correctamente su nombre). El abrazo de esta última mujer me transmitió una añoranza maternal que no recuerdo haber percibido en mi vida. Ella me miró y dijo sollozando: “¡Tan grande que está y ya es todo un profesional!”. Luego, giró su cabeza para dirigirse a su esposo y decirle: “¿Se acuerda de Santiaguito, el hijo de Maria Elena? Mírelo. Ya todo un profesional”. Se dirigió nuevamente a mí y me dijo: “Papito, aproveche mucho las oportunidades y viva bien su vida”. En ese instante, le rodó una lágrima por cada ojo. Se secó la del ojo derecho con la mano derecha y al contrario. Prosiguió sosteniendo el llanto: “Rebuscarse es duro. Yo ya estoy vieja y me siento cansada. Danielito no quiso seguir estudiando para ser un profesional. Nosotros quisimos darle una mejor vida que la que tuvimos, pero él no supo aprovechar eso. Yo hubiera querido tener esas oportunidades pero, de joven, a mí me decían ‘usted es mujer; usted qué va a estudiar; usted tiene que estar es en la casa’”. Su esposo añadió con la humildad que siempre les caracterizó: “Nosotros somos brutos”. Ahí fue cuando a mí me dolió. Más. Yo omitiré lo que repliqué. No quiero hacerme el formal ni ponerme en ridículo. “Mi esposo cumple 101 años mañana”, concluyó ella. La conversación finalizó entre un abrazo, un apretón de manos y los mejores éxitos que me pudieran desear.

Esta es una mujer de edad avanzada que trabaja duro y un hijo que, al parecer, no tanto. No estoy juzgando a absolutamente nadie, por favor. Faltaría más. No tengo ni idea de las dificultades que su muchacho haya tenido. Lo que sí nos atañe con respecto a esta situación es preguntarnos: ¿hasta cuándo? De TransMilenio, más que la incompetencia y mezquindad de Peñalosa, me incomodan profundamente los colados. Es pan de cada día ver un desadaptado social ingresar al sistema sin pagar su respectiva tarifa. ¿Qué edades pueden tener estos individuos? 40, a lo sumo. Jóvenes. He presenciado la escena de un orangután saltándose los torniquetes y, detrás, la anciana descontando el saldo de su tarjeta para ingresar como se debe. La vida me ha permitido asistir a cuenteros en Cali, a tours en Bogotá, a catedrales en Manchester y Liverpool y a una visita guiada en la Trinity College de Dublín. Todas estas actividades tenían la característica de recibir una propina voluntaria. No dar ninguna daba pena, pero estaba bien porque igual era voluntaria. Aun así, uno terminaba aportando mil, dos mil pesitos, tal vez £1 o £2. Jóvenes, TransMilenio parece pero no es un teatro callejero ni un paseo organizado para primíparos que recién llegan a conocer Bogotá. Para robar no es necesario atracar ni fletear ni cosquillear ni nada que se le parezca. ¿Están cansados del gobierno que les roba? Yo estoy harto de ustedes, pútridas alimañas. Basta con no pagar sus pasajes para robarles el sueldo a cada vendedor de pasajes, a cada orientador de rutas, a cada conductor de bus, SITP y alimentador, a cada aseador, a cada guarda de seguridad y a cada uno de los funcionarios que, en últimas, terminan prestándoles el mismo servicio que nos prestan a nosotros. ¿Y así se quejan? Sigan así y llegarán a poco más que a uribistas, cínicos deleznables.

Esperen, que no he terminado. ¿Se acuerdan de la señora Abdil, la señora mayor cansada de toda una vida de trabajo? ¿Se acuerdan de su hijo Daniel? ¿Se acuerdan del orangután saltando los torniquetes? ¿Se acuerdan de la viejita que sí pagó su pasaje? ¿Alcanzan a percibir la brecha etaria? Hace parte de la dignidad humana el derecho a llegar a viejos descansando del trabajo y disfrutando de sus sacrificios. Ustedes, ladrones disimulados, están condenando a las personas de la tercera edad a renunciar a tales derechos. A este paso, van a conseguir dos cosas: que sean los ancianos quienes sostengan su holgazanería y que mueran de cansancio y no de muerte natural. Pero tranquilos: ya llegarán ustedes a viejos. Entonces, podrán purgar sus pecados.

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