Nostalgias de buques fantásticos

Nostalgias de buques fantásticos

El Maravelí, El Milparches y La Felicidad hacen parte del imaginario colectivo. Una mirada rápida a sus respectivas historias

Por: Oscar Seidel
enero 10, 2023
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Nostalgias de buques fantásticos
Foto: Pixnio

En el Pacífico Sur de Colombia hubo tres buques fantásticos: El Maravelí, El Milparches y La Felicidad. Cada uno tuvo una connotación diferente y todos ellos pasaron a hacer leyenda en el imaginario popular:

El Maravelí

Según su bitácora, el Maravelí navegaba desde la Isla de la Gorgona tripulado por demonios. Su carga eran las almas de los difuntos que habían hecho pacto con el diablo. Cada noche, arrimaba a las poblaciones costeras de Cauca y Nariño y citaba a las doce a las personas vivas que adoraban a Lucifer para que reservaran su cupo en el próximo viaje a la eternidad.

Según los lugareños, ellos veían en las noches que este buque fantasma subía y bajaba con las olas y huía de los vientos violentos; llevaba lámparas amarillas con candelas en el palo mayor. Su luz refulgente era de tal intensidad que enceguecía a los animales, helaba la sangre de los hombres y dañaba los sembrados. Por lo que comentaron los nativos, deducimos que tenía como mil brazas de largo, quinientos pies de eslora, una gran manga, ochenta pies de puntal y una gran velocidad.

Este buque era la proyección de una embarcación que hizo piratería antes que la invasión castellana llegara por estas tierras. Otros, relataron que era el fantasma de una embarcación que cargó las riquezas obtenidas de las explotaciones del oro de la región de los indígenas Barbacoas, y que se hundió en el mar con toda su tripulación. Existía la creencia entre los habitantes del Pacífico que quien era malo y miraba de cerca el Maravelí se enloquecía, quedaba ciego o moría lanzando gritos espantosos (los perros aullaban y los animales corrían presos del terror).

El buque fantasma viajaba sin descanso a toda vela, estremecía los bosques de manglares y llenaba de misterio la naturaleza. Era el terror de las gentes del mar del sur. Los nativos dijeron que la única manera de ahuyentar al Maravelí era enfocándole una luz fija sobre la proa. Así lograron desaparecerlo para siempre.

El Milparches                                                                                                                     

El Milparches en sus inicios fue buque carguero que transportaba madera entre Salahonda y Tumaco. Después el armador naval Alfred Le Pillullé lo convirtió en un barco que atrapaba el pez ambulú. Dado que su casco era de hierro y la dura faena de pesca a la que era sometido, su estructura se fue deteriorando con el correr del tiempo debido.

Inicialmente, los orificios ocasionados por la sal marina los resanaban con cemento. Después, trataron de arreglar los forámenes con láminas de zinc. Esto conllevó a que El Milparches se volviera más lento, y como consecuencia, la producción pesquera se vino abajo.

Una madrugada, cuando los marinos iban a abordar el barco, lo encontraron hundido por la Escalera de Piedra en Tumaco para su asombro. El mismo no soportó el peso y la ignominia a la que estaba expuesto, y se fue al fondo del mar con dignidad.

La felicidad

Por la década de los años setenta, existió un buque que nunca navegó, sino que siempre estuvo anclado en el espíritu de un grupo de amigos en el puerto de Buenaventura. El capitán Albert Fortich fue un ser extraordinario que logro reunir a sus amigos de farra, para que alcanzaran el norte de la felicidad a través de la fantasía de conformar una tripulación, que se divirtiera en el cabaret El Jardín de las Estrellas.

Cada mes, el buque se acoderaba en la pista de baile para disfrutar del goce pagano, y todos los fines de año celebraban un baile de gala, en el que la tripulación vestía de smoking, y las chicas del cabaret lucían trajes de fantasía confeccionados en las mejores casas de moda en Cali. Ese día, realizaban el ascenso en el mando del Buque, y obviamente lo obtenían quienes más habían asistido a las bacanales durante el año que terminaba.

Todo iba muy bien, hasta que apareció Luchín, un presentador gay que lo habían contratado en Pereira. Desde el primer momento, él obligó a las chicas a dejar la confianza con la tripulación del Buque, ya que debían atender con prelación a los marineros extranjeros, quienes pagaban sus servicios con moneda más fuerte.

Cierta noche, asistió un grupo de marinos noruegos, quienes después de navegar un mes de seguido, estaban ansiosos de obtener los favores sexuales de las chicas del cabaret. De forma inmediata, Luchín los observó y estuvo presto a saludar por altavoz al capitán Henry Jacobsen y su lujosa comitiva. De hecho, centró el espectáculo multicolor hacia ellos. Ese fue el detonante de la pelea más feroz que jamás se había dado en el Jardín de las Estrellas, puesto que, por celos, los tripulantes del buque se agarraron a puños con los noruegos.

Tuvo que llegar la infantería de marina para apaciguar los ánimos. A la tripulación de El Buque de la Felicidad la obligaron a firmar un documento en el que se comprometía a jamás volver al sitio de sus placeres. No me puedo imaginar el sinnúmero de matrimonios que se dañaron, pero solo me queda la inquietud: ¡Qué rico que la pasaron!

Todos obedecieron la orden, salvo el capitán Albert Fortich, a quien, por ser viudo, le aceptaron vivir eternamente en aquel lugar. Todas las noches, cuando se encienden las luces del cabaret, en una mesa alejada se ve el fantasma de un capitán envuelto en el mar de sus recuerdos

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