No somos nada, somos alguien
Opinión

No somos nada, somos alguien

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agosto 01, 2014
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Camus en La Peste escribe que debemos sentir vergüenza de estar felices solos. Parafraseándolo, no podemos ser felices solos. ¿Puede usted imaginar el pavor de estar absolutamente solo en el Universo y saber que ha nacido y morirá así porque sí? Como para pegarse un tiro ¿no? Pero nunca estamos solos, somos comunidad desde nuestros más bajos niveles biológicos hasta nuestras más complejas relaciones. Los otros —el infierno son ellos dirá Sartre, compañero y rival de Camus— amigos e irritantes enemigos de todo tamaño son necesarios para nuestra vida más elemental. No somos nada sin los otros, somos siempre comunidad. Esto lo sabrá, si aceptamos la discutible ética del experimento, el primer humano con material genético de tres progenitores: un padre y dos madres.

Una propuesta reciente de fertilización in vitro es tomar un núcleo de célula fecundada (ADN de “padre” y “madre No. 1”) e implantarlo en el citoplasma de otra célula sin núcleo (“madre No. 2”) para iniciar el desarrollo embrionario con material genético de tres orígenes. Esto se haría para evitar la herencia citoplasmática materna a través del ADN mitocondrial. Pues normalmente tenemos herencia paterna a través del núcleo del espermatozoide, herencia materna a través del núcleo del óvulo y otra mínima herencia materna a través de mitocondrias en el citoplasma del óvulo (el espermatozoide masculino no nos “pasa” citoplasma con mitocondrias). El ADN mitocondrial materno no interviene mucho en nuestras características individuales y hasta ahora solo nos ha servido como instrumento de investigación para trazar el árbol genealógico del lado de nuestras madres. Así algunos genetistas han propuesto, basados en estudios de ese material genético citoplasmático, que el género humano proviene de un único sujeto femenino llamado la Eva Africana.  Parece entonces que tuvimos una sola fértil madre primigenia con varios padres sucesivos, mezclados y medio confundidos me imagino.  Por eso quizás se dice “madre hay solo una”. Sin negar la presencia milenaria de padres y padrastros responsables y admirables.

Esa bizarra fertilización in vitro con tres progenitores se ha propuesto para evitar algunas infrecuentes enfermedades heredadas a través de material genético mitocondrial. Todavía es solo una posibilidad experimental con serios y aterradores problemas éticos. Pero ilustra el modelo actual de célula como comunidad de núcleo y organelas citoplasmáticas. Las mitocondrias serían unas antiquísimas bacterias que aprendieron a convivir con un núcleo con su respectivo ADN en un espacio limitado por la membrana celular. Las células que nos forman como ladrillos son comunidades biomoleculares de cositas más pequeñas desde hace siglos de siglos.  Si exploramos nuestra base biológica esta se fragmenta en una multitud de entidades biomoleculares ordenadas por la evolución en sistemas cada vez más elaborados. En el fondo no somos nada fundamental e indivisible aunque somos un alguien cada vez más consciente de su complejidad, su buena suerte evolutiva y permanente fragilidad.  No somos las cartas somos el castillo de naipes.

No tenemos que ir hasta las profundidades moleculares para reconocer nuestra multiplicidad biológica. ¿Sabía usted que tenemos en nuestro cuerpo diez veces más microbios que células? (Scientific American, junio, 2014). ¿Que somos un montón de bacterias, virus y otras cositas entremezclados con una minoría de células humanas? ¿Y quién manda la parada? No lo sabemos con certeza. La flora intestinal puede determinar qué digerimos, cómo lo digerimos y finalmente si somos flacos o gordos.

Y si un microbio nos habita no es fácil sacarlo si se adapta a nuestras íntimas profundidades.Esto tristemente se ha demostrado en un caso de nuestra “peste” contemporánea, la infección por VIH (BBC, julio 10, 2014). Una niña nació con el virus en el estado norteamericano de Mississippi hace cuatro años. Era hija de una madre que no había recibido tratamiento prenatal para prevenir la trasmisión congénita. Luego del parto la niña recibió antivirales por dieciocho meses. Después, como muchos de nuestros pacientes, desapareció del sistema de salud por dos años. Al volver a ser vista fue examinada con sofisticadas pruebas de laboratorio y no se encontró evidencia alguna del virus en su organismo.  Se publicó el caso como excepcional “cura” de la infección por su estricto y temprano tratamiento.  Ahora se da la triste noticia que se ha encontrado de nuevo el virus en la sangre de la niña. Esto se acompaña de la publicación (Nature, julio, 2014) de una investigación con monos demostrando que un tratamiento tan temprano como tres días después de la inoculación del virus no detiene su posterior replicación.  El VIH queda escondido en células del tracto intestinal y el cerebro aunque no se encuentre en la sangre.

Muchos microbios saben camuflarse en nuestro cuerpo con gran habilidad. Es que si descendemos no somos nada sino una compleja multitud de células y moléculas, propias y extrañas. Pero somos, sorprendentemente, alguien: ese es nuestro problema y promesa.

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