Nairo Cáceres, un digno representante de la identidad caribe

Nairo Cáceres, un digno representante de la identidad caribe

Treinta y tres años en Bogotá no le han hecho ni cosquillas a su origen costeño

Por: LUIS EDUARDO PATERNINA AMAYA
marzo 12, 2021
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Nairo Cáceres, un digno representante de la identidad caribe
Foto: Facebook @nairocaceresbigband

Habla rápido, se come las últimas sílabas hasta golpear cada fonema como para hacernos saber que no tiene nada de cachaco. Es que Nairo Cáceres jamás negará su identidad caribe, caracterizada por la espontaneidad, los sueños, el repentismo, la creación, el optimismo, la gracia, el sentido del humor y una marcada influencia de las frondosas expresiones culturales que identifican a su natal Córdoba, donde aún la abarca se usa sin vergüenza, el sombrero vueltiao refresca la inteligencia, el novillo apurado por el sofocante calor expresa su lamentoso mugido, y la melodía del porro sale del cualquier rincón para recordarle que sin este alimento espiritual, la vida andaría cojeando, convenciéndonos de cuan es de importante la música con sus distintos ritmos en el desarrollo de los pueblos.

Su condición de maestro, según el título concedido por la Universidad INCCA de Colombia, donde perfeccionó los conocimientos musicales, no le han afectado la humildad y sencillez, ni aunque la tarima lo transforme en el extraordinario músico que es. Nace en Ayapel entre instrumentos musicales, antes que en medio de elementos de labranza, no obstante la vocación agrícola y ganadera de sus gentes.

El torrente sanguíneo se le agita cuando las notas musicales de una banda lo visitan ejecutando un porro que como un brebaje mágico le entusiasma la creación y le espanta toda sombra que pretenda entristecerse. Entonces recuerda dos composiciones de las muchas que creó su padre José “Chelo” Cáceres convertidas en símbolos del folclor cordobés y que no deben faltar en ningún fandango, fiesta o escenario que se precie para encumbrarse.

Ayapel y Margento, par de porros con los cuales homenajeó a la cabecera municipal y al corregimiento con los mismos nombres. Se ilumina su rostro cuando los tararea como para enseñarme de donde viene y por qué es considerado un heredero del talento de su progenitor, destacándose, no solo como arreglista y productor, sino también como compositor e intérprete de porros orquestados que perfecciona con su Big Band, como se le llama ahora a las orquestas, con los cuales ha puesto a bailar a los colombianos que cuando danzan asistidos por el contagiante ritmo, el alma lo acepta como de su propia esencia.

De Chelo Cáceres además se afirma que en sus inicios se inclinó por la trompeta y el bombardino, pero su destreza la demostró ejecutando el trombón, siendo insustituible en el memorable conjunto Los Corralejos de Majagual, el cual ayudó a fundar al lado de leyendas de la música popular bailable como Calixto Ochoa, Lisandro Meza, Alfredo Gutiérrez, Nacho Paredes, Eliseo Herrera, Chico Cervantes, Cesar Castro y otros que aún hoy nos sacan de la monotonía con sus composiciones inmortales, cada vez que las recordamos. Luego, ¿a qué otra actividad podría dedicarse Nairo sino a la música? Es que el mango no puede dar guayabas. Ni la guacharaca dejar de cantar mientras su genética asociada con la impronta del medio que la alegra, la empuje a seguir haciéndolo por mucho que la tala, el gavilán o el cazador la acosen.

Un padre como el de Nairo, nacido en San Marcos, donde los hermanos Piña fundaron una verdadera escuela musical de la cual proviene el gran Chelo componiendo y perfeccionando el dominio de su instrumento preferido, fue precisamente la influencia que recibió su hijo mientras lo arrullaban las caricias melódicas de tan connotado personaje, señalándole el destino para que, a través de su descendencia, siguiéramos disfrutando de la música en todas sus facetas, pero preferentemente circunscrita al ritmo del porro que distrae los apremios en que la vida a veces esta nos mete, llámense pandemias, sobregiros, traiciones, desengaños o ingratitudes.

Nairo Cáceres nos hace llegar con su particular tacto y fidelidad interpretativa sus emociones musicales con la destreza y convencimiento de quien ama lo que hace sin contaminar con influencias extranjeras la originalidad de las voces de su región, reafirmando la cultura que le es propia.

Manipula con fruición los tres trabajos que hasta ahora recogen su producción como compositor y arreglista. Se ríe por todo, pero especialmente cuando el recuerdo le refresca la memoria trayéndole al presente sus apoteósicas presentaciones, en las cuales ha compartido tarima con Checo Acosta, Joe Arroyo, Lucho Bermudez, Jorge Oñate, Juan Piña, Gali Galeano, Grupo Banana, Grupo Raíces, Carolina Sabino, Ray Ruiz, así como con las mejores bandas de Sucre, Córdoba y Bolívar y con los más representativos conjuntos vallenatos y un cúmulo de artistas de reconocida trayectoria nacional e internacional.

No obstante su discreta estatura, sobresale ante los dieciocho músicos que lo superan físicamente, pero que él sabe disimular con su vestimenta carnavalesca unas veces; otras, adornada con lentejuelas brillantes, y las más de las ocasiones, de rojo o blanco, según sea el ambiente en que se mueva, agigantándose cada vez que levanta la vara mágica de la dirección anunciando con el estallido de sus porros que el expectante espacio queda cubierto de alegría, entre tanto aquellas notas complementadas con el diálogo de su trombón, se apoderan de la única realidad que nos transporta a otras dimensiones que solo la música nos ofrece para nutrirlo de fortaleza, seguridad e imaginación si los sonidos nativos de su tierra están presente. Entonces se siente pletórico de vida, mientras sigue riendo y cantando, devolviéndonos el descanso físico y espiritual estropeado por el trabajo que nos hace olvidar las responsabilidades y hasta la presión de una pandemia con un enemigo misterioso y letal que la causa, pero no inmortal.

¡Que viva el porro carajo!

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