Colombia ya hace mucho tiempo es ejemplo de protección del medio ambiente. La sede de la COP y Cali así lo mostraron al mundo. Ahora, de cara a la decisión de los Estados Unidos de América de dejar de ser parte del Acuerdo de París, nuestro país debe evitar ser, además, el mártir de esa causa.
La historia del medio ambiente a nivel global entraña una gran paradoja: Los países desarrollados llegaron a ese estado de avance, en gran parte, usando y abusando de los recursos del planeta. Para hacerlo más crítico, forzaron su avance, en gran medida, utilizando los recursos de otras naciones que no han logrado aún ese estado de privilegios.
Así las cosas, siempre ha sido una agresión que, precisamente, esas naciones desarrolladas sean las que, con mayor vehemencia, exijan grandes sacrificios en términos de no usar nuestros recursos naturales para lograr el desarrollo económico de nuestra gente. Peor aún, para hacer esa injustificada exigencia, nunca han ofrecido ninguna alternativa realista para que, por otros medios, se cierren las brechas económicas abismales que hay entre nosotros y ellos.
Esa dolorosa paradoja llegó, con la llegada del señor Trump a la presidencia de los Estados Unidos de América, a un extremo inaceptable. El primer día de su mandato firmó una orden ejecutiva que retira a ese país del Acuerdo de París para el Medio Ambiente.
Siendo que el principal propósito de ese Acuerdo es la reducción de las causas del calentamiento global y que ese país del norte es uno de los mayores causantes de esa condición, la decisión es preocupante. Pero, para más dolor, al mismo tiempo se ratificó ayer, sin tapujos, la política de usar al máximo posible el petróleo y gas que están dentro de sus fronteras.
Para más dolor, al mismo tiempo Trump se ratificó ayer, sin tapujos, la política de usar al máximo posible el petróleo y gas que están dentro de sus fronteras
Notando que uno de los objetivos que se proponían en el Acuerdo de París era que otras naciones, como Colombia, contaran con el apoyo que se precisa y necesita para poder lograr desarrollo sin afectar el medio ambiente, como sí lo hicieron esos otros países, estamos ahora en condiciones críticas.
Veamos:
¿Cómo vamos a explicar que Colombia ofrezca al mundo su Amazonía, la Orinoquía y tantas otras zonas vedadas, con restricciones o de protección, para que sigan siendo el pulmón de la humanidad, mientras que los verdaderamente causantes de la erosión de los niveles ambientales no nos apoyan y ahora, para colmo, descreen del mínimo aporte que se esperaba de ellos?
¿De qué manera podremos justificarle a las generaciones futuras de colombianos que deben resignarse a que la brecha económica que los separa de los que nacen en otras latitudes se haga, por ese motivo, cada vez más gigante?
¿Cuándo vamos a liderar un movimiento de todos los países en desarrollo para exigir que los países desarrollados asuman su deuda con la humanidad de manera real y práctica?
¿No es ya evidente que, si somos una misma humanidad, las fronteras políticas de las naciones no pueden hacer que unos se deban sacrificar para que otros tengan su conciencia tranquila y sus bolsillos llenos?
Es el momento. Para ello, con mi más absoluto respeto con todos, es preciso que cerremos por un tiempo la antagonía interna entre ambientalistas y desarrollistas, y nos pongamos todos la camiseta de colombianos.
Debemos valorar el aporte que hemos hecho y que haríamos al futuro del planeta. Y, al valorarlo, exigir que todos los demás que se van a privilegiar de nuestra abstención contribuyan de manera efectiva, concreta y monetaria, para que tengamos medios diferentes de lograr nuestro desarrollo al máximo del potencial posible.
Del mismo autor: ¡Lo que es conmigo, es con todos!