A la Universidad de los Andes le importa más salir bien rankeada que la educación de sus alumnos

A la Universidad de los Andes le importa más salir bien rankeada que la educación de sus alumnos

"El alumno se convierte en un esclavo de la memorización y el profesor en un fabricante de papers, más no de conocimiento"

Por: Mateo Zuluaga
noviembre 11, 2017
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A la Universidad de los Andes le importa más salir bien rankeada que la educación de sus alumnos

Los estudiantes se endeudan. Piden prestamos con tal de acabar su carrera en una prestigiosa universidad. Prestigiosa universidad que endulza los oídos de los hasta entonces niños de prom con la promesa de ir al olimpo empresarial, de innovación, o del paraíso al cual solo van los mejores (implicación directa de los tan afamados rankings universitarios). Rankings que cada día más recuerdan, en su manera de medir y de influenciar, a esos rankings chichipatos de los mejores compositores de música clásica de todos los tiempos, las mejores películas del año, los mejores rockeros de la década, los más ricos del mundo, etc. Rankings que se afanan por generalizar e imponer tendencia, pero que no acercan a su lector a pensar acerca de la verdadera importancia de cada uno de los mencionados en su tiempo, en su espacio, en su contexto. En fin, rankings que influencian nuevos compradores, nuevos clientes más no nuevos estudiantes.

El estudiante no tiene tiempo para protestar, no tiene tiempo para salir a pelear por una mejor educación. Qué tiempo le va quedar a este cuando se tiene hipotecada la casa, los padres trabajan de sol a sol, y muchas veces el estudiante mismo trabaja en sus horas libres para conseguir algo de mantenimiento, sin contar que tempestuosamente se avecina la deuda con la que tendrá que llevar acuestas unos años más (antes, si se dan las cositas, de pensionarse). Indirecta o directamente, dice Chomsky, los créditos universitarios han amilanado al estudiante y lo han adoctrinado. Ya no hay tiempo para pensar, hay tiempo para aprender de memoria. Ya no hay tiempo de compartir en tertulias, hay que trabajar. Ya no hay tiempo de criticar el mismo sistema, hay que pagar la universidad. Ya no hay tiempo de pensar los grandes problemas de la ciencia, sino de publicar lo primero que se venga en mente en estos seis meses. Ya no se está en la catedral del conocimiento, sino en la empresa de los certificados, donde lo más valioso es saber resolver el examen sin entender lo que se cuestiona.

Porque no existe institución quizá más opresora que la universidad contemporánea. El estudiante tiene miedo de caer en desgracia económica, social, personal. El profesor se siente amenazado y en la obligación de escribir una publicación, preferiblemente en inglés para un país “tan bilingüe”, al menos anualmente o sino será condenado hacia el temible despido (¿qué serían de los grandes problemas de la ciencia si se le hubiera dicho por ejemplo a Newton que solo contaba con un año o seis meses para hacer sus investigaciones sobre óptica o gravedad?). Y ante esto, ni profesor, ni alumno se sienten con cabeza para salir a protestar. El alumno se convierte en un esclavo de la memorización y el profesor en un fabricante de papers, más no de conocimiento. La opresión es silenciosa, es tácita, es oculta y muchas veces ni los estudiantes, ni los profesores la notan. La burocracia, cada vez más voluminosa, se convierte en el instrumento perfecto para llevar a cabo ese temor insensato y silencioso que se respira hoy en el día a día en las aulas de clase. Cantidades de comités que superan con creces el número de grupos de investigación. Sinnúmero de estatutos que regulan la universidad dejándola a merced de extraños y ocultos entes del poder al mejor estilo de la novela Kafkiana.

Quedan varias preguntas:

1. ¿Cuál es el fin de tener esta idea de universidad y cuál es el fin de seguir alimentando este modelo? ¿Cuál es el fin con respecto del país?

  1. ¿No es hora de qué la universidad tenga una participación mucho más democrática con su comunidad?¿Cómo quieren construir comunidad y cómo quieren que haya una relación mucho más allá de cliente-vendedor, sino se deja al estudiante y al maestro, como a otros miembros de la comunidad, participar en las decisiones que toman las directivas?
    3. ¿No es hora de detenernos a revaluar qué tanta de esa burocracia universitaria es necesaria, y de ojear otros modelos en el mundo (porque sí, amigos anglófilos, hay mucho mundo más allá de Estados Unidos y el Reino Unido.)?
    4. ¿Vale la pena, en un país tan desigual como Colombia, seguir cobrando más de 5000 dólares por una matrícula universitaria y en algunos casos hasta 7000 dólares (Medicina-Uniandes)? ¿No son estos precios desorbitados el caldo de cultivo para perpetuar el sistema de castas económicas que impera en Colombia?
    5. ¿Cómo va el Estado en este “chico” (Ser Pilo Paga)? ¿No es un irrespeto con nuestros recursos que el estado no tenga la capacidad de ponerle un tope a estos aumentos, cada vez más usuales, en las matriculas de las universidades privadas? ¿No tiene el Estado ninguna representación, ninguna voz, ni voto en la universidad que se hace llamar la universidad más pública?

Todo esto es lo que se esconde detrás del número $16.345.000. Espero que mis compañeros con más recursos se solidaricen con la clase media: los más grandes afectados con estas medidas arbitrarias que se basan en incrementos inflacionarios, que rara vez van de la mano con incrementos salariales. Espero que se solidaricen porque si hay algo que merece este país, es que ellos, los que no se ven afectados, sientan empatía y se calcen en los zapatos de aquellos que no pudieron correr con su misma suerte. Porque en un país donde los niveles de confianza por el otro son tan bajos, sería alentador ver marchando a los que no sufren por estas medidas, apoyando a aquellos que más les cuesta. En un país que busca la paz, la solidaridad tiene que ser uno de los principios fundamentales para poder avanzar hacia un mejor porvenir. También este mismo argumento se aplica para los becados que ven en el Estado o en la universidad un padre putativo, pues no podemos quedar impávidos ante las injusticias y vejámenes que se cometen ante nuestros ojos, sin contar que el día de mañana la matrícula pueda costar 40 millones o más para los que serán nuestros hijos, y puede que ellos no cuenten con la misma suerte que nosotros.

Atentamente: Un estudiante becado en la Universidad de Los Andes que siente solidaridad por sus compañeros.

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