Lenguaje inclusivo: una discusión mal enfocada

Lenguaje inclusivo: una discusión mal enfocada

El lenguaje inclusivo se parece más a lo que hicieron españoles con los indígenas: hacer que hablaran español, para que ser parte de su proyecto político y económico

Por: Daniel Scwarz
octubre 11, 2023
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Lenguaje inclusivo: una discusión mal enfocada

Si hay un tema actual que deja indiferentes a pocos es el llamado lenguaje inclusivo. Si bien para la mayoría de personas es un asunto que le es indiferente o le incomoda, porque sienten que es innecesario, pocas veces se reconoce cuál es su verdadero trasfondo político y su importancia social. Así que hablemos un poco de él, especialmente con quienes son críticos con su uso.

La apelación estéril a la RAE

La gran mayoría de personas que están en desacuerdo con el lenguaje inclusivo tienden a usar a la RAE para desestimarlo. Su argumento principal es que existe un idioma español correcto y otro incorrecto y que el lenguaje inclusivo estaría en el campo del español incorrecto, sobre todo porque en los diccionarios de la RAE no está aprobado.

Sin embargo, esta apelación a la autoridad de la RAE tiene dos problemas fundamentales, que los defensores del lenguaje inclusivo usan con razón: el primero es que la RAE no puede ni debe controlar el habla de las personas y que el lenguaje cambia constantemente, por lo que no hay una especie de autoridad o policía de la lengua (piénsese, por ejemplo, en que bajo las lógicas de un español correcto, el uso cotidiano de ustedes en vez de vosotros que hacemos en América sería incorrecto, porque el ustedes solo debería usarse en situaciones formales, no cuando hablamos con la familia o los amigos); y, segundo, que la RAE solo da recomendaciones sobre el habla y la escritura de la lengua española y consigna cambios y adiciones que se van generando con el tiempo. En esa medida, si el lenguaje inclusivo se extiende a buena parte de la población, será cuestión de tiempo para que aparezca en los diccionarios de la RAE. Piénsese de nuevo en palabras como changua, mamitis o puntocom.

Es decir, alegar que el lenguaje inclusivo está mal porque la RAE no lo ha aprobado es, simplemente, desconocer que las lenguas cambian todo el tiempo, que son los hablantes los dueños de las lenguas y los únicos que generan cambios sobre ellas y que la RAE no tiene competencia para castigar a quienes digan amigues en vez de amigos. Por eso, la apelación a la RAE es una discusión estéril y sin sentido. Siempre la van a ganar los defensores del lenguaje inclusivo y con varios goles a favor, al menos en principio y tal como está enfocada la discusión. Más tarde volveremos sobre este punto para encontrar su debilidad. Mientras tanto, ¿cómo entender al lenguaje inclusivo y oponerse a quienes lo defienden?

La teoría queer, el identitarismo y la construcción cultural de la realidad

Quizá la forma más estratégica para criticar al lenguaje inclusivo es comprender sus bases teóricas y su origen. Por eso, es importante comenzar por entender a la teoría queer, la madre de todo.

La teoría queer proviene de las especulaciones filosóficas de Judith Butler, profesora de la Universidad de California en Berkeley, cuando en 1990 publicó su obra cumbre “El género en disputa”. En este libro, Butler plantea las bases de la teoría queer, la cual hunde sus raíces en los postulados de Michel Foucault, Monique Wittig y otros pensadores de origen francés.

Para Butler, la idea de que el sexo es una verdad biológica y el género una construcción cultural (como afirma el feminismo radical) es errónea. Según sus planteamientos, el sexo mismo es culturalmente construido. Eso quiere decir que la creencia en que el sexo es un armazón biológico que contiene genitales, aparatos reproductivos, cromosomas y hormonas es una consecuencia histórica, discursiva y cultural de algo que ella llama matriz heterosexual y que sirve para dividir al mundo en dos sexos: masculino y femenino. Al sexo masculino se le asignan, entonces, características como hombre, macho, testosterona, pene, testículos, cromosoma XY; mientas que al sexo femenino se le asignan cosas como mujer, hembra, vagina, útero, cromosoma XX. Supongo que alguna vez habrán escuchado la frase “fue asignado hombre al nacer”.

Esta división sexual entre hombres y mujeres es conocida en la teoría queer como binarismo y, se dice, funciona como principio para que nuestros cuerpos solo puedan ser o de hombre o de mujer. En esa medida, ser hombre y ser mujer es siempre y solamente resultado de procesos culturales. Para la teoría queer, la biología y la medicina son una ideología funcional al binarismo sexual y de género y no disciplinas con verdades objetivas.

Ahora bien, para Butler, esa construcción binaria del mundo que crea al sexo, en la que solo puede haber hombres masculinos con pene y mujeres femeninas con vagina tiene como resultado desconocer a otras formas que se salen de las dos únicas opciones legítimas, o sea, del binarismo. Formas que se entienden como identidades que se crean culturalmente y que desestabilizan al sistema binario. De ahí nace, entonces, que puedan existir, desde su lógica, hombres con vagina o mujeres con pene.

Si el sexo es solo una construcción cultural y no una realidad biológica, que únicamente los hombres tengan pene o las mujeres vagina sería resultado de procesos de naturalización de discursos que nos llevan a creer que eso es verdad. Por eso, la tarea para eliminar al binarismo (hijo del heteropatriarcado) es salirnos de la lógica hombre/mujer y jugar con el género para crear nuevas formas no-binarias.

Entonces, cuando una persona dice que “se identifica como no-binaria”, lo que está afirmando es que acepta que el sexo biológico es una construcción cultural y, por lo tanto, que está intentando romper con esa supuesta ideología en la que solo pueden existir hombres (con pene) y mujeres (con vagina), para construir algo nuevo, algo diferente, llamado no-binario o género fluido o agénero o xenogénero o maverique o cualquiera de las cientos de opciones disponibles.

Teoría queer y lenguaje inclusivo

Teniendo en cuenta lo anterior, ¿qué tiene que ver una cosa con la otra? Pues, que como en el idioma español solo tenemos dos opciones de género, sustentadas en el sexo, para nombrar a las personas y a las cosas (masculino y femenino), el lenguaje inclusivo llega para nombrar a todas estas personas que consideran que, al ser el sexo biológico una construcción cultural, pueden salirse del binario hombre/mujer y ser otra cosa, otro género o ninguno. Eso es lo que agrupa el todes o el niñes.

Como consecuencia, cada vez que usamos lenguaje inclusivo lo que estamos haciendo es aceptar también que el sexo no es una realidad biológica sino cultural, que ser macho/hembra es una consecuencia del discurso y no algo que pueda observarse mediante datos objetivos y que la ciencia es una ideología, por lo que la verdad no existe, sino que eso que llamamos verdad es solo una construcción cultural y discursiva. El lenguaje inclusivo es hijo del relativismo epistemológico que defiende la teoría queer.

Bajo esa medida, las mujeres, especialmente, ya no son una realidad objetiva consecuencia del sexo biológico, sino un producto de la cultura: una identidad. De ahí proviene, por ejemplo, considerar que una persona ya no es una mujer, sino que una mujer es alguien que se identifica como mujer; y para identificarse como mujer solo es necesario sentirse apropiado o apropiade del calificativo mujer, por lo que pueden existir mujeres con pene o con próstata o con testículos. Este planteamiento es el que está debajo de las discusiones sobre los deportes femeninos o sobre quiénes pueden entrar a los baños de mujeres.

El lenguaje inclusivo es colonial

Ahora bien, el lenguaje inclusivo no es algo que fue pensado en América Latina o en África o en el sudeste asiático. El lenguaje inclusivo en español es una adaptación a nuestra lengua de los usos anglosajones que han usado “They/Them” para referirse a las llamadas personas no-binarias. Una estrategia que varias feministas francesas ya habían más o menos insinuado por allá en los setenta y los ochenta. Además, la teoría queer es una propuesta filosófica nacida en las universidades más caras y prestigiosas de los Estados Unidos, de la mano de pensadoras y pensadores blancos y privilegiados, sentados en sus sillones de profesores universitarios del primer mundo.

Por eso, el lenguaje inclusivo y toda la parafernalia del no-binarismo son una importación estadounidense a nuestras realidades, que se ha insertado aquí mediante las universidades criollas (la Universidad de Buenos Aires, los Andes, etc.) y el activismo LGBTIQ, que abrazó estas afirmaciones relativistas, casi siempre desconociendo sus implicaciones, pero confiado de que eran buenas para todos, porque, cómo no, provienen de Estados Unidos y están de moda. Entonces, mientras las universidades y el activismo latinoamericanos hablan una y otra vez de decolonialidad, de antirracismo, de Sur Global, de romper con el pensamiento occidental blanco y opresor, se sienten cómodos reproduciendo la teoría queer, el identitarismo y el lenguaje inclusivo, todas formas colonizadoras provenientes del imperio.

El lenguaje inclusivo no es un cambio normal de la lengua

Por último, es importante señalar algo que los defensores del lenguaje inclusivo usan siempre como argumento y que toqué más arriba: que las lenguas cambian todo el tiempo, que no se puede controlar este cambio y que el lenguaje inclusivo es parte de eso. Si bien las primeras dos afirmaciones son ciertas, no lo es la del lenguaje inclusivo.

A diferencia de cambios en la lengua que se dieron con el tiempo, como el paso de f por h (forno-horno) o de o por ue (porta-puerta), el lenguaje inclusivo no es consecuencia del habla cotidiana de las personas, sino de un proyecto político que tiene como sustrato a la teoría queer y al relativismo epistemológico. Es un proyecto anti-racionalidad, anti-ciencia y anti-verdad. Y si bien no es posible afirmar que sus defensores nos obligan a usarlo, sí es cierto que usan la victimización y la apelación a la empatía desinteresada y acrítica cada vez que alguien se niega a hacerlo y, desde ahí, dividen constantemente al mundo en un binarismo entre buenos/malos. Irónicamente, ya que elles detestan lo binario.

Entonces, el lenguaje inclusivo no proviene de las relaciones sociales, sino de arriba, de unas élites políticas, universitarias y activistas que buscan educar al pueblo para que se acomode a sus creencias posmodernas y sus intereses económicos de consumo.

Si lo miramos en perspectiva, el lenguaje inclusivo se parece más a lo que hicieron los españoles con los indígenas americanos: hacer que hablaran español, para que pudieran ser parte de su proyecto político y económico, mediante la colonización del lenguaje y de las creencias. El lenguaje inclusivo busca más o menos lo mismo: colonizar la lengua para cambiar las formas de percibir la realidad, para convertirla en algo relativo. Una colonización que ahora viene de Estados Unidos.

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