Las mujeres tambaleantes
Opinión

Las mujeres tambaleantes

Por:
diciembre 23, 2014
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En medio tanto trabajo, de tantas tensiones en la vida personal, del país y del mundo, dan ganas de seguir pensando,  hablando y tratando de comprender los “grandes temas”, casi todos relacionados con la guerra, la muerte y la infelicidad. Sin embargo, como así es la vida,  también poblada de “pequeños temas, que cruzan la cotidianidad, quiero contarles que por primera vez en mucho tiempo, asistí a una fiesta de celebración de quince años.

Debo decir que, aunque me encantan las celebraciones y adoro ritualizar la vida,  soy poco amiga de las fiestas formales y las celebraciones estandarizadas, así que por lo general no voy.

Pero la oportunidad de acompañar momentos que son importantes para la gente que una quiere, amerita salir a asomarse en qué van los rituales de paso de niña a mujer, que es como se comprende una “Fiesta de Quince” en nuestra sociedad.

Nos horrorizan —con razón— algunos rituales de otras culturas que hemos visto como atrasadas que dan la bienvenida a la pubertad de las niñas con golpizas, o aislamiento, o enterrando a las niñas, o peor aún, los rituales que se basan en operaciones sobre el cuerpo, como las  mutilaciones. La mayoría de rituales de paso parecen estar instalando el significado de que ser mujer es sufrimiento y dolor.

A los chicos tampoco les va bien en estas culturas lejanas. En algunos rituales de paso exponen su vida cumpliendo tareas o asumiendo riesgos que desde afuera parecieran estar instalando el significado de que ser hombre es igual a riesgo.

En nuestra sociedad el ritual de paso de niñez a vida adulta más evidente es la celebración de  los quince años en las niñas. Hay cantidad de canciones, casi todas ellas muy cursis, que hablan de la mujer como una rosa floreciendo y recalcan la resistencia al cambio sobre todo del padre, que con nostalgia llora por perder el control sobre su niña.

En realidad, muchas de las ceremonias con las que el mundo occidental celebra el paso de niñas a mujeres pueden también ser vistas como una exposición al mercado afectivo o al mercado de valores, en el caso de las familias pudientes, de sus hijas, con el propósito tácito de conseguirles un marido que le convenga a la familia.

La sociedad de mercado que todo lo copa y lo mercantiliza, tiene una oferta de fiestas estándar que ofrecen a los orgullosos padres y madres, quienes no dudan en invertir grandes sumas de dinero, en la mayoría de los casos para manifestar su amor y complacer a su hija, en otros casos para no quedarse atrás con las celebraciones de las demás amigas y en otras ocasiones, calculando que su inversión tal vez ayude a emparentar a la familia con otra más pudiente o de mayor prestigio social.

Cualquiera que sea la motivación, hay en el mercado una cuantiosa (y costosa) oferta de fiestas que impresionan porque traen y reencauchan símbolos francamente odiosos y decadentes: en general se viste a las chicas con trajes de princesas occidentales de cuentos de hadas, no importa su origen social, ni étnico, ni la forma de su cuerpo.

Se planea en un momento una entrada triunfal.  Algunas veces baja unas largas y adornadas escaleras  con música de princesas Disney, o peor aún, llega en una carroza en forma de calabaza tirada por caballos blancos, o la peor de todas a mi juicio: pasa, de la mano de  un edecán, en medio de hombres vestidos de militares, quienes con sables forman un techo a su paso.

Este ridículo desfile inicial termina con el centro del ritual: se sienta a la adolescente en un trono y el padre le retira sus sandalias para poner en su lugar unos zapatos de tacón alto, con los que deberá bailar el vals y permanecer gran parte de la noche.

Quienes estudian el poder, hablan de los sutiles mecanismos con los que las sociedades enseñan a las nuevas generaciones contenidos tan grandes, que sin darnos cuenta se instalan en las mentes, en los cuerpos y en las creencias, algunos les llaman tecnologías del poder y operan así: forman cuerpos dóciles, forman ideas de que cada cosa debe ocupar un lugar, de que las cosas siempre han sido y serán así. Entonces a las niñas con esos tacones les dejan un clarísimo mensaje: el mundo es un lugar inseguro, para transitarlo tambaleando, midiendo cada paso. La incomodidad es parte del ser mujer. Hay que sacrificar la estabilidad, la comodidad y hasta la salud para ser aceptada y reconocida como mujer.

https://www.youtube.com/watch?v=5IrDXVrGbZ4

Luego, los directores de la fiesta dicen quién y cuándo puede hablar o reír o llorar, cuándo y con quién tomarse fotos, dónde  y cuándo se come o se toma. La gente está tranquila porque sabe que toda su alegría se podrá demostrar (también obligatoriamente) en “la hora loca”.  Y también esa hora es dirigida por bailarines profesionales que dicen cómo moverse.

Pero como no hay poder absoluto que cope la vida entera, siempre salen rasgos de lo que somos: familias celebrantes que se salen del protocolo, loquitos que gritan y bailan sin control, y lo que más esperanzada y reconciliada me ha dejado: una potente generación de jóvenes que bailan como les da la gana, que se gozan el encuentro, que a pesar del desastre de mundo que les estamos dejando, aún encuentran motivos para celebrar, para inventarse sus propias rebeldías, sus propios caminos.

Fecha de publicación original: 5 de agosto de 2014

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