Las fantasías inconfesables del emprendedor de tecnología

Las fantasías inconfesables del emprendedor de tecnología

Hay algo aterrador detrás del sueño de los emprendedores de hacerse multimillonarios con poco trabajo y una idea creativa que la rompa. En un paper nos cuentan qué

Por: Sebastián C. Santisteban
abril 08, 2022
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Las fantasías inconfesables del emprendedor de tecnología

En la sección de conclusiones del artículo científico titulado “Ordinary Entrepreneurial Psychosis” (La Psicosis Ordinaria del Emprendimiento), firmado por los doctores Sebastián C. Santisteban y Campbell Jones y publicado por la prestigiosa revista de pensamiento crítico Organization, del grupo editorial norteamericano SAGE (https://doi.org/10.1177/13505084221079007), se pueden leer los siguientes apartes:

1. Que los resultados de la investigación no pretenden ni deben ser leídos desde una perspectiva clínica, es decir, como patologías específicas referidas a personas específicas, sino como una forma de análisis crítica de un discurso que modela el pensamiento y las conductas de muchas personas, particularmente a partir de la categoría desarrollada por el psicoanálisis lacaniano denominada “La psicosis ordinaria”

2. Que, en consecuencia, no se trata de sostener que los emprendedores son psicóticos (aunque a lo mejor algunos lo sean), sino que el concepto de la “psicosis ordinaria” resulta de gran utilidad y valor para explicar aspectos fundamentales de la práctica y el discurso del emprendimiento en la actualidad.

3. Que los autores no pretenden hacer vindicaciones morales en cuanto a la psicosis como una condición negativa o maligna, sino dar cuenta de las distintas formas en las que opera el discurso del emprendimiento en tanto su intención de romper el vínculo (al menos imaginariamente) con el orden simbólico de los otros, con la sociedad.

Y (quizás el punto más interesante de todos):

4. Que los autores tampoco pretenden hacer reclamaciones epidemiológicas en cuanto a las tasas de ocurrencia de la psicosis en la actualidad, ni sostienen que la psicosis como estructura sea más común al día de hoy. En cambio, señalan la manera en que discursos específicos contemporáneos sirven para hacer pasar ciertos rasgos de la psicosis como algo normal, común y corriente. En el límite, sostienen los autores, si hubo una especie de normalización de la neurosis obsesiva durante la época fordista de producción, en la actualidad del capitalismo del emprendimiento exponencial, la destrucción creativa y el agile management, lo que se observa es una normalización de la psicosis, y más específicamente, una serie de fantasías que prometen escapar del “yugo del vínculo social” y, como se verá, incluso del mundo mismo.

Examinemos, entonces, un poco más a profundidad.

Santisteban y Jones, haciendo uso de las elucubraciones del psicoanalista Jacques Lacan, dan cuenta de cómo el capitalismo en la época actual se configura como un discurso que no produce (pretende no producir) falta. De allí que ya no se trate más de la represión de ciertos afectos e ideas que se considerarían indeseables o inapropiados, tal como sucedía en la época victoriana en la que Freud inventó el psicoanálisis, sino de su completo rechazo o forclusión. ¿Rechazo a qué?, se pregunta Lacan, pues a la castración, es decir, a la imposibilidad estructural de cumplir el deseo.

En consecuencia, el discurso capitalista viene definido por un imperativo a gozar. Ya no se trata de moderar o reprimir el goce, como hecho ético y moral decimonónico y eurocéntrico, sino todo lo contrario, de provocarlo y maximizarlo. Las consecuencias son varias y las podemos observar patentemente en las sociedades de la actualidad: por un lado, la incitación a un consumo desbordado y sempiterno, que incluso amenaza con la destrucción de las condiciones de vida para los humanos en el planeta, pero, por otro, como una matriz de anhelos y aspiraciones que llevan a pensar que todo sueño y fantasía es posible si se cumple con ciertas condiciones de “trabajo duro”, desarrollo tecnológico y genio. La figura más relevante que encarna dichas fantasías es, efectivamente, el emprendedor, y particularmente el de tecnología.

Argumentan los autores del paper académico que dichas fantasías se materializan en las creencias y prácticas más salvajes y extrañas que, sin embargo, se racionalizan como parte de los requisitos necesarios para ser un emprendedor exitoso. Esto puede manifestarse en las ilusiones sobrenaturales de escapar literalmente del planeta hacia la Luna o Marte[1], de crear e invertir en mundos artificiales y virtuales a pesar de que el de la realidad material adolece de pobreza extrema, hambre, sistemas de salud y justicia atrozmente precarios e indignos, o simplemente en los intentos de crear "metaversos" que escapen a todas las limitaciones del mundo físico. Todo esto como si fuera el efecto de una especie de truco o “magia del sujeto emprendedor” y sus gadgets tecnológicos.

Justamente, se destaca en el artículo la importancia de la magia como concepto explicativo de las distintas prácticas y fantasías que dan forma a la psique de muchos emprendedores de tecnología en la actualidad. Así, nos dicen los autores: “La fantasía de la magia rompe con la simetría ostensiblemente meritocrática que se imagina entre el esfuerzo y la recompensa, entre el tiempo que se trabaja y el valor (pago) atribuido a ese tiempo y ese trabajo”.

En otras palabras, se recurre a un uso del concepto de la magia (como cierto rasgo sintomático social) para dar cuenta del extraño hecho, aunque ahora completamente normalizado, de que se puede obtener una gigantesca fortuna a cambio de muy poco trabajo. O, en otras palabras, de que uno puede pasar de ser un estudiante universitario de un país periférico a convertirse en un multimillonario global en apenas unos cuantos años o incluso meses.

Dichas fantasías (que, no obstante, efectivamente algunos pocos logran cumplir) señalan cierta locura bastante funcional al sistema que principalmente sirve para enloquecer a los otros, los que trabajan precarizados, aunque no de una forma racional sino estética, es decir, proveniente de la sensación y la emoción, y que los subyuga como simples esclavos a la máquina del capital.

Por supuesto, las fortunas multimillonarias no surgen del vacío o en el vacío, ni de la tecnología desarrollada por un par de veinteañeros en apenas unos cuantos meses o años: surgen de la precarización y el sufrimiento de los otros (los domiciliarios de Amazon y Rappi que mueren atropellados en las calles sin estar afiliados a un sistema de salud, los agentes de los call centers con sus quince minutos para ir al baño o almorzar, los sofisticados publicistas y diseñadores que terminan en el psiquiatra a causa de la manipulación que los lleva a creer que deben trabajar esclavizados para poder expresar “su creatividad”, las prácticas violentas de los gigantescos monopolios que llegan a sobornar gobiernos enteros y a financiar grupos terroristas o paramilitares para obtener ventajas en el mercado y quebrar toda posible competencia, etcétera).

De modo que para poner todo esto en operación  y para poder ajustarlo a los valores fantasiosos del ideal liberal tecnológico nacido en Silicon Valley (que desde un principio ha abogado supuestamente por la igualdad de acceso a la información y conocimiento para todos, por una mayor democratización de todos los recursos y por un avance racional y meritocrático de toda la sociedad) no basta con reprimir ciertos aspectos indeseables del discurso (y de la realidad, y la vida), sino que hay que rechazarlos de plano, es decir, hacer creer que efectivamente no existen. Y de ahí que no se trate ya de la neurosis del administrador fordista sino de la psicosis del emprendedor de tecnología (no obstante, precarizado también él) de la actualidad.

Agregan Jones y Santisteban que es justamente a partir de este rompimiento con el orden simbólico que el emprendedor sueña con encontrar su libertad total, sin restricciones por parte de los otros. Dichos emprendedores pretenden vivir en otros mundos literalmente, oscureciendo y forcluyendo la realidad de las distintas violencias producto de la acumulación del capital y la extrema explotación, y borrando de plano las existencias precarias y vulnerables de quienes producen y compran sus productos.

Para poder creer tan ciegamente en este tipo de fantasías (que los demás no sufren, por ejemplo, o que su sufrimiento se puede solucionar de manera muy ágil y muy simple, mediante unos cuantos ciclos de iteración tecnológica y SCRUM) el emprendedor no puede caer en la comprobación empírica de que su falta, es decir, la imposibilidad de su deseo, es estructural, sino que debe pensar que en efecto dicha falta puede ser completamente satisfecha, ser llenada.

Así, el emprendedor, como sujeto paradigmático del discurso capitalista actual, está en la obligación de perseguir encarnizadamente su deseo, o al menos lo que cree que desea, a costa de los demás. Por supuesto, todo esto solamente puede suceder a un nivel imaginario y no real, lo cual no quiere decir, sin embargo, que sea menos efectivo para la máquina del capital y que sus efectos sean menos atroces.

Para comprobar su punto empíricamente, los autores del paper recurren al estudio extensivo del discurso de un emprendedor de tecnología en Medellín. Ellos nos señalan:

Según todas las convenciones de la sociedad educada, S.[2] es agradable, inteligente e incluso una buena persona. Tiene una visión de fortaleza moral con la que se defiende de las realidades del mundo capitalista. Esta visión de su propia probidad moral ciertamente lo ayuda a navegar los conflictos entre la visión que tiene de sí mismo y la violencia y la explotación extremas, organizadas sistemáticamente, a su alrededor. Dicha ejecución imaginaria opera de varias maneras. Una de las cosas más interesantes de su lugar en las montañas de Antioquia es que la violencia espantosa que ha asolado y sigue asolando a su país simplemente no aparece en su discurso. La pobreza aparece, pero siempre en otro lugar, y cuando aparece se contrasta con su propia práctica empresarial. Igualmente, guarda absoluto silencio sobre el estado de salud física y mental de sus consumidores, a pesar de que la falta de financiación pública de la infraestructura sanitaria es la base subyacente de su modelo de negocio”.

A continuación, el mismo emprendedor (que bien podría ser de cualquier otra región del país) es quien nos cuenta:

Ah, es que no encuentro la palabra adecuada, se me escapa, cuando vos inflás todo, una hipérbole, creo que es una hipérbole, cuando vos te encontrás un gatito en el camino y cuando vas a contar la historia, ya, decís como ¡queeé!, marica me encontré un tigre ni el hijueputa, más grande, casi me come pero yo soy un verraco, hermano, y lo pasé. Los antioqueños son muy de ese estilo, contadores de historias, creo que también asociado a ser andariegos y caminantes pues por las montañas… y mentirosos, conversadores, pero me refiero mentiroso en el sentido de maximizar, no estar diciendo una mentira pero estar maximizando algo, no en el sentido de hacer daño sino de crear una historia: contadores de historias y las historias se dan pa la invención. Son creativos, inventores pues… son creativos, entonces creo que la cultura antioqueña tiene esa particularidad y eso mezclado con esa verraquera paisa, que es muy de, si usted es capaz de en esas montañas criar ganado, usted es capaz de lo que sea; si usted es capaz de pasar de allá para allá, usted es un verraco. Entonces, los antioqueños, creo que debido a su geografía, no han tenido ventajas, no tienen ventajas comparativas, como no pueden tener un puerto, entonces les toca ser muy creativos”.

Al respecto, Santisteban y Jones ponen a dialogar tales declaraciones con posturas de gurús del marketing y el emprendimiento, como Seth Godin, quienes, sin embargo, buscan romper con el mito del “genio” o “la creatividad” como elementos disparadores de los emprendimientos exitosos. Los autores del paper señalan:

“En otras palabras, la magia del proceso creativo es que no hay magia. Y la razón por la que no hay magia en la creatividad es que el trabajo creativo es una ‘práctica’ en lugar de un evento inspirado en el genio. Así, la magia es pura técnica y es el resultado de un trabajo preparatorio implacable. Solo los tontos creerían en la magia que están vendiendo. De hecho, para Godin, ‘ciertamente no tenemos que creer en la magia para crear magia’. En este mundo no hay actos de genio intelectual o creativo que traigan riquezas y felicidad. Más bien, el trabajo creativo está, por encima de todo, determinado por el trabajo puro y duro, y en la visión de Godin no hay escapatoria del trabajo”.

Sobre este punto habría que agregar, además: no solamente es el trabajo el que determina la operación (y cierto éxito) de los emprendimientos en la actualidad, sino que también habría que preguntarse por quién se apropia del valor del trabajo producido por quién. Al respecto, y volviendo a la operación de la categoría de la psicosis ordinaria, no bastaría con desmitificar el mito de la creatividad y el genio, sino además, el del trabajo duro (y solitario) como un componente heroico de los emprendedores exitosos.

A continuación, los autores del paper sugieren que emprender ya no debería responder al deseo adolescente e ingenuo de construir un nuevo Tinder, un nuevo Facebook o una nueva app para pedir domicilios de hamburguesas en promoción, únicamente en función de ciertas métricas financieras.

El mundo de la actualidad demanda urgentemente soluciones estructurales para problemas estructurales: la seguridad alimentaria, el cambio climático, la lucha contra el autoritarismo y la idiotez arrogante que deriva en la peligrosa “posverdad” de las redes sociales, la educación crítica y no solamente funcional para crear nuevos algoritmos y programas. Como si fuéramos simples máquinas o esclavos.

El problema no radica en cómo pedir más eficientemente el mercado a domicilio. Si se sigue reproduciendo irracionalmente la estructura actual, será solucionar el hecho de no tener qué mercar. En este sentido, a lo mejor los emprendedores podrían retomar los grandes cuestionamientos de la modernidad por la libertad, la dignidad y la razón de ser humano como coordenadas de orientación, por anacrónico que todo esto suene.

Santisteban y Jones nos aclaran: “Ser crítico de la idea y la práctica del emprendimiento contemporáneo no se trata solamente de una crítica hacia los emprendedores como individuos específicos, sino de una crítica principalmente al mundo del emprendimiento tal como está configurado en la actualidad”. En su artículo se pueden excavar algunos elementos importantes de la estructura simbólica del emprendimiento y con esto demostrar cómo cierta forma de la psicosis resulta tan seductora para tantos emprendedores. En el discurso del emprendimiento contemporáneo dicha ruptura con el orden simbólico promete una intensa liberación a costa de borrar completamente, tanto del discurso como de la psique, el sufrimiento y la explotación practicada en contra de los demás.

Sin embargo, no es posible entender el funcionamiento de esta ruptura si no se da el paso de conectar el discurso del emprendimiento con los imperativos y las violencias producto de la acumulación de capital. El emprendimiento contemporáneo constituye un modo de operación específico y en él se puede, supuestamente, llevar a cabo cosas mágicas; los objetos pueden aparecer, desaparecer o reaparecer en cualquier otra parte, así como el valor producto del trabajo de los demás, la riqueza y los grandes capitales, etcétera. Reconocer que todo esto no son simples efectos de una oscura magia de la tecnología, sino, de hecho, la operación de una estructura que oprime y genera un inmenso sufrimiento a miles de millones de personas en todo el mundo, primordialmente los más desfavorecidos y vulnerables, sería uno de los principales aportes del paper.

Nota de autor:

Sebastián C. Santisteban es doctor en estudios sociales con un posdoctorado en teoría crítica del emprendimiento, autor de varios libros y papers académicos sobre el tema; ha sido profesor y conferencista en algunas de las universidades más reconocidas del país, y ha presentado, con mayor o menor acierto, distintas ponencias y seminarios en universidades internacionales como las de Auckland, Ámsterdam y Melbourne. Sebastián C. Santisteban, por su parte, es un desempleado más en este país al que le gusta caminar tímidamente las calles de Chapinero Central de noche; suele dejar el celular y la billetera en el apartamento por el miedo a que lo roben, y de vez en cuando, algún tipo drogándose en un rincón o contra un poste lo insulta gratuitamente al verlo pasar.

No sé cuál de los dos escribe estos párrafos.

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[1] ¿Alguien quiere pensar en el emprendedor de la película taquillera de Netflix Don’t Look Up?

[2] El mentado emprendedor de tecnología.

 

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