La cultura como plan C
Opinión

La cultura como plan C

Marceliano Orozco perteneció a la cultura que jamás entrará en crisis, porque no es la que importa solo para incluirla a conveniencia, o la tercera opción de algún alcalde en la pandemia

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junio 10, 2020
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El pasado 7 de junio, leí en el diario El Universal, una entrevista con el alcalde de El Carmen de Bolívar, Carlos Torres Cohen, que ante la detección del primer caso de la covid-19, el 25 de mayo pasado, extremaba las medidas y controles sanitarios en el municipio.

En la entrevista, el mismo alcalde se pregunta qué se haría si la ESE Nuestra Señora del Carmen, que maneja el segundo nivel, colapsa por “exceso de COVID-19”. La respuesta que se da, establece un plan B que es: “En la Giovanni Cristini (ESE Municipal) la posibilidad de armar diez camas. También tenemos un puesto de salud en el barrio Bureche, donde podemos poner otras diez camas”.

De inmediato, el alcalde anuncia que como plan C: “Está la Escuela Lucho Bermúdez, que tiene aire acondicionado y una planta eléctrica que le da energía a medio municipio. Allí podríamos poner unas 25 camas”.

La respuesta del alcalde sobre la Escuela de Música, un estandarte cultural, no solo del municipio sino de toda la región, sorprende en demasía, por ha sido él mismo quien ha sido negligente en ponerle luz a la escuela. Más allá de la absurda respuesta de una planta “que le da energía a medio municipio”, el apresurado plan C, es otra muestra que la cultura importa cuando se puede puedo incluir a conveniencia, pero mientras tanto, es el sector que incomoda, al que se le asignas los presupuestos más bajos o se le abandona a su suerte con la excusa de que hay prioridades mucho más urgentes.

Se pregunta uno, no habrá otro espacio en la llamada Capital de los Montes de María para un plan C o uno D, o es solo el primer paso para intentar luego manejar a su antojo una escuela que es ejemplo de dinamismo, creación y resiliencia para otros males de la zona, y luego dejar a centenares de niños y jóvenes sin la posibilidad de una formación musical y cultural como la que ha ofrecido desde su apertura la Escuela de Música Lucho Bermúdez.

La cultura, en toda su extensión, debería ser siempre el plan, sin letras como B, C o D a su lado.

 

La cultura minimizada

 

Viernes cultural… Así llamaban al viernes un grupo de estudiantes de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad Autónoma del Caribe.

Era el último día de actividades académicas que se apellidaba cultural.

El grupo estaba integrado por 5 chicas y un gay, que desde muy temprano se preguntaban “¿Qué vamos a hacer este viernes cultural?”.

Se trataba, eso y nada más, de planificar en qué sitio se tomarían unas cervezas, beers, decían ellos en una estética bilingüe que comenzaba a hacer estragos, en qué discoteca irían a bailar, o el lugar donde se comerían alguna pizza large o un hot dog con el nombre de algún país europeo.

En ciertas ocasiones, ese viernes cultural ocurría en la casa de algún miembro del grupo, en la que se dedicaban a hablar, escuchar música foránea y tomar algunas bebidas espirituosas, hasta una impredecible hora de la madrugada.

La controversia más acalorada, que tenía ese grupo, estaba relacionada con la ropa que usarían. Algo que, para ellos,  era muy importante. No faltaban las sugerencias mutuas, los comentarios desalentadores, las marcas extranjeras, los lugares de compra y el nombre de ciertos almacenes que vendían marcas de USA que ofrecían el último grito de la moda chic.

En la más alta simplicidad, que es entre todas la más simple de todas las simplicidades, un viernes cultural era para beber, bailar y comer.

Tales acciones estaban amarradas a un consagrado sistema de frivolidades que se pregonaban en voz alta, con la idea de perturbar al resto de los miembros del curso, que, solo por razones netamente económicas,  no podían ni acceder ni disfrutar ni mucho menos vestir como esos seis que llamaban al viernes, viernes cultural.

En ese grupo de compañeros universitarios he pensado, en momentos en que se habla de crisis de la cultura.

¿Cómo se puede afirmar tal asunto?

Si hay algo en crisis son las manifestaciones que encajan en la definición de viernes cultural, formas transables donde el espectáculo y todo un sistema que gira en torno a él, alcanzan el máximo nivel de aberración.

Luego de que caigan todas las tarimas, todas las formas de exhibición de los egos. Luego de que caigan los sistemas de mercadear la cultura, y las industrias que lo agencian, brotará impertérrito el origen de todo, la raíz imperturbable de todas las formas posibles, contrarias, eso sí, a un viernes cultural.

Destarimizar la cultura puede ser la ruta que nos lleve a los orígenes.

 

La cultura en sus orígenes

 

He estado pensando en el maestro Marceliano Orozco, cacique mayor de la danza de son de negro de Malagana.

Sus contemporáneos lo llamaban “Oreja gorda”. Los jóvenes bailadores y tamboreros de la danza de los Negros Cimarrones de Malagana le decían Marce, o más bien Madce, la posibilidad fonética que cargaba los entrañables afectos del territorio.

Desde joven, Madce aprendió a cultivar en las tierras de Cimarra, que era el apellido de la familia de su madre. A comienzos de los años 90, Madce fue favorecido con una tierra, cercana a la llamada Cruz del Viso, que fue otorgada por el Instituto Colombiano de la Reforma Agraria, Incora. Esa tierra, hizo parte del Ingenio Santa Cruz, “Una cosa poderosa”, como se refiere en  un verso el maestro Rafael Cassiani Cassiani, cantador del Sexteto Tabalá.

Esa tierra era para Madce su lugar de trabajo y de creación.

La trabajaba de lunes a viernes. Llegaba a las cinco de la mañana, en su singular mula blanca, que tenía en la frente un lunar negro azabache, por eso la bautizó como “La moña negra”.

Madce sembraba yuca, maíz, patilla, melón, plátano y papaya. Tenía palos de caimito, mango, níspero y guayaba. Jamás llegó a su casa en Malagana con las manos vacías. Regresaba siempre a las cinco de la tarde, orondo en “La moña negra”

Los sábados ni los domingos iba a su roza. Esos días los destinaba para caminar por el pueblo, saludar a los amigos, conversar con la gente, era su forma de hallar las historias que luego cantaba en versos.

En una de esas caminatas, escuchó la voz potente de una mujer que sacaba arena en el arroyo.

Era Petrona Martínez.

Fue Madce, quien llevó a Petrona Martínez a recorrer la región, con el grupo Tambores de Malagana, su primera agrupación.

Con los sucesos de la semana, recogidos de las voces de sus paisanos, se iba entonces para su roza a componer. Una vez se enteró que una mujer, cuyo marido vendía fritos desde las 4 de la mañana en la Cruz del Viso, tenía un amante. Madce se enteró, por comentarios de la gente, que la mujer, apenas llegaba el amante tiraba una estera en el piso, lugar donde lo acogía con sus encantos.

Madce cantaba: En el barrio ‘e la invasión / Hay un nuevo comedero / uno que come en la cama / Y el otro come en el suelo//

También le componía versos a las mujeres de Malagana: En Malagana hay una chica / Que se llama Ana María / Ella quiere que le toque / el tambor con alegría. 

Hoy Janer Amarís, nieto del maestro Marceliano Orozco, y el mejor tamborero de la región, asegura que su familia jamás pasó hambre, porque siempre tuvieron los productos de la tierra, que Madce cultivaba, al tiempo que verseaba la realidad de su pueblo.

Madce era un juglar de los sones de negro, y su más robusta raíz.

Marceliano Orozco murió en septiembre de 2007.

El día que se cumplieron sus nueve noches de velorio, el gentío abarrotó las calles. Hubo música, rezos, comida, bailes y más rezos.  A las 12 de la noche, los integrantes del grupo de son de negro marcharon hacia el cementerio, con su danza frenética, para darle el adiós de forma definitiva.

Madce perteneció a la cultura que jamás entrará en crisis, así caigan en fila todas las tarimas al tiempo.

Los artistas de hoy deberían buscar la forma de organizar comunidades que unan el valor del trabajo de la tierra y el valor del trabajo creativo, que es en últimas donde se forman todas las raíces.

Basta de estar mendigado ayudas a un Estado sordo que repite y repite el discurso de la economía naranja, para exprimir a la gente que hace la cultura.

Madce jamás pidió un peso, Madce jamás mendigó una ayuda, tenía la dignidad, como decía el maestro Cayetano Camargo, para no doblare el lomo a nadie, sabía que con su tierra y sus versos le bastaba.

 

 

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