La certeza de la esperanza

La certeza de la esperanza

Aunque en el mundo las cosas parecen no pintar bien, aún se puede vencer la incredulidad y reducir los ánimos de hostilidad

Por: Juan Sebastian Prada Gil
octubre 11, 2019
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La certeza de la esperanza
Foto: John Christian Fjellestad - CC BY 2.0

El contexto geopolítico actual está demarcado por álgidos sucesos que han desatado un estado de pánico desde todas sus perspectivas: la devastación del Amazonas en Brasil y la crisis climática global; la disolución del Congreso y suspensión del presidente Vizcarra en Perú; el juicio político que deberá enfrentar Donald Trump; la imposición de sanciones económicas Estados Unidos-China que ha conllevado el disparo del dólar; los ataques iraníes sobre las refinerías de Arabia Saudita; el brexit en el Reino Unido; el cataclismo político en Venezuela, Ecuador y Nicaragua; los conflictos que aunque desatan ríos de sangre no suscitan la opinión pública como el de Siria, Yemen y el estado fallido en Libia... por nombrar algunos de los hechos más coyunturales.

El mundo parecía fijar una posición vehemente frente a la disminución del conflicto en la década de los noventa cuando se disponía el fin de la Guerra Fría y se abrían oportunidades protocolarias para buscar salidas negociadas a las confrontaciones civiles, políticas y económicas. Los gobiernos amparados bajo el principio de soberanía y la no interferencia, han transgredido las normas internas y sobreponen sus decisiones sometiendo a sus propios pueblos.

Sistemáticamente las democracias modernas han elegido dirigentes autócratas con egos superlativos, líderes excéntricos caracterizados por sus discursos beligerantes, llenos de amenazas y basados en la política del temor a toda costa.

Colombia, siguiendo estas nuevas tendencias, ha ido diluyendo en las prerrogativas del gobierno de oposición, un acuerdo de paz logrado tras cincuenta años de guerra, cuatro años de negociaciones y la disolución de una de las guerrillas más antiguas del hemisferio occidental; además de desincentivar las proyecciones económicas, la inversión extranjera y el reconocimiento internacional recuperado.

La violencia de otrora parece estar a la orden del día, la criminalidad en aumento, la arbitrariedad sobre los derechos humanos, el asesinato de líderes sociales, el despojo de las tierras a los campesinos, la censura de los medios de comunicación que divulgan información sensible a los intereses de unos pocos y la interferencia en los asuntos de la justicia, agudizan una crisis que se asoma desde todos los ámbitos del acontecer nacional.

El ilusorio pragmatismo que se divisaba en el horizonte del país hoy parece una quimera desvanecida en los vientos de polarización que se respira en la sociedad, atizada por las vertientes políticas, el extremismo y la corrupción que permea todos los niveles del poder.

Aunque las tensiones abundan y la paz parezca ser más difícil de emprender que la guerra, hay luces de esperanza. Alrededor del mundo diversos movimientos se han manifestado para desafiar las acciones incongruentes del espectro político con relación al cambio climático, los indígenas en Brasil protegiendo el Amazonas, el pueblo ecuatoriano que se subleva contra los atropellos de las autoridades de turno, los desmovilizados en nuestro país que decidieron poner en marcha planes productivos en su proceso de reinserción a la sociedad, las marchas en Puerto Rico que lograron derrocar el presidente permeado por la corrupción y el desarrollo de un modelo de justicia transicional desde el acuerdo de paz colombiano que ha retado la cultura narcoviolenta de nuestros pensamientos y que ha tratado de inculcar nuevos aires de perdón y reconciliación.

Sin duda se enfundaron las armas de la esperanza para vencer la incredulidad y reducir los ánimos de hostilidad.

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