La carta de Álvaro Leyva huele al resentimiento de una élite que no acepta su desplazamiento

La carta de Álvaro Leyva huele al resentimiento de una élite que no acepta su desplazamiento

La carta de Leyva no aclara, confunde. Más que crítica, es revancha de una élite herida que no acepta ceder el poder a nuevas formas populares

Por: Stella Ramirez G.
abril 23, 2025
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La carta de Álvaro Leyva huele al resentimiento de una élite que no acepta su desplazamiento

Esa carta del excanciller Leyva tiene todos los tintes de un ajuste de cuentas: más que un texto diplomático o jurídico, parece una vendetta personal. Está escrita con una prosa densa, cargada de insinuaciones, como si cada palabra buscara clavar una espina.

No es solo una carta, es un acto performativo de acusación, para hacer el mayor daño. La gran pregunta: ¿en qué estado se encontraba Leiva cuando decidió escribirla? ¿Será que proyecta en el presidente Petro los síntomas que él mismo padecía? Hay algo paradójico, casi freudiano, en acusar de incapacidad a otro mientras se firma una carta de ese calibre, tan desequilibrada en su tono y propósito.

Hay cartas que construyen puentes y otras que los incendian. La misiva de Álvaro Leyva pertenece a esta última categoría: no busca esclarecer, sino oscurecer; no pretende comunicar, sino confundir.

El tono de la carta, parece ser un ajuste de cuentas, el tono revanchista, acusatorio, casi delirante del texto lo describe. Más que un excanciller, Leyva parece un dramaturgo en pleno arrebato trágico. La pluma le tiembla, pero no de emoción diplomática, sino de una bilis contenida que terminó salpicando las paredes del Palacio de Nariño.

Resulta inevitable volver a preguntarse: ¿En qué estado se encontraba Leyva cuando redactó esa pieza? ¿Será el mismo que le atribuye, con mal disimulada sorna, al presidente Petro? Porque si hay signos de desequilibrio, no parecen provenir del despacho presidencial, sino del escritorio del excanciller.

La carta no es solo un documento: es un síntoma. El síntoma de una élite herida, de un burócrata que se resiste a ser desplazado por las nuevas formas de poder popular.

Al final, la carta de Leyva dice más de él que del presidente. Como un espejo roto, refleja su propia caída, sus propias grietas. Quizá, sin querer, nos entregó su autorretrato más sincero.

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