Inusitada historia de dos recetas inéditas de Oscar Wilde
Opinión

Inusitada historia de dos recetas inéditas de Oscar Wilde

Por lo increíble del relato, esta historia merece ser contada

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marzo 04, 2023
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La moderación es una virtud muy perniciosa. Bastante es tan malo como una comida. Demasiado, tan bueno como un festín

Óscar Wilde, El Retrato de Dorian Gray

Por lo increíble del relato, esta historia merece ser contada. Las cosas no son siempre ciertas por su carga probatoria, sino porque ante la duda razonable, gozan de notable belleza y una inusual calidad poética.

El siguiente es el extracto de mi entrevista con el Dr. Antonio Nascimento Thomas, médico y artista venezolano, cuya abuela fue amiga de Isabelle, una noble alemana quien recibió de su madre, amiga y protectora de Wilde, dos recetas para la posteridad que hoy presentamos en exclusiva.

 

Antonio Nascimento: En la luminosa mañana del 28 de marzo de 1960 -día de mi cumpleaños-, mi abuelita se acercó sigilosa, cuando me encontraba sentado en la terraza, admirando absorto el mar Caribe de cambiantes azules; después de felicitarme y darme un beso, me tendió un pequeño paquete envuelto en un delicado papel de regalo, atado por una bella cinta que terminaba en una gran lazada.

Yo, presuroso, desenvolví cuidadosamente aquel regalo, y ante mí apareció un libro con una bonita encuadernación, donde podía leerse: Cuentos por Oscar Wilde. Le di un beso a la abuela y las gracias.

Monserrat Lladó Ballard, abuela de Antonio con él  en la casa junto al mar (Macuto, Venezuela).

Ella me dijo:

–Espero te gusten, para mí están llenos de una extrema sensibilidad. Él, fue un gran poeta y escritor de mi tiempo, al que he admirado siempre.

Yo tenía apenas 7 años, pero me introduje en ese mundo que había creado Wilde; el primer cuento que leí fue  El Príncipe Feliz, y admiraba las bellas ilustraciones realizadas con un gusto y una sensibilidad exquisitas. Al finalizar este cuento, mis ojos estaban llenos de lágrimas…

Isabelle de pequeña vio a Wilde. Su madre alguna vez lo llevó a su casa, le daba dinero y solía comer con ellos

Una vez leído ese cuento, fui corriendo hacia el piano donde la abuela estaba interpretando el Vals Teresita, de la pianista venezolana Teresa Carreño. Me quedé escuchándolo en silencio, y cuando finalizó, le dije:

–¡Abuelita qué cuento tan lindo acabo de leer! Fíjate, me ha hecho llorar.

–Ya lo sé -me dijo-, seguro has leído El Príncipe Feliz.

–Sí, abuelita, el mismo…¿y cómo lo sabes?

–Es que a mí me sucedió lo mismo con ese cuento…

Después de ese vinieron, El gigante egoísta, maravilloso también, y con una gran moraleja, al igual que El Ruiseñor y la Rosa: cruel, y lleno de poesía... Luego El Cumpleaños de la Infanta, etc. Y así hasta leerlos todos.

Luego, de mayor conocí sus biografías y vi casi todas sus obras de teatro representadas.

Cuando leí El retrato de Dorian Gray me pareció muy ingenioso y macabro, yo era apenas un adolescente. También leí sus Poemas, su Salomé, Vera y los NihilistasLa importancia de Llamarse Ernesto, El Abanico de Lady Windermere, etc.

EL RECUERDO DE ISABELLE

Oscar Wilde

 

“El recuerdo de Isabelle era que Wilde era un hombre muy grande y gordo que la sentaba en sus rodillas”.

Cuando gracias a la abuela realicé mi soñado viaje a París a la edad de 14 años (en 1967), me alojé en casa de una dama francesa entrada en años, de nombre Isabelle, perteneciente a la nobleza alemana que había vivido en Macuto (Venezuela) por una temporada. Isabelle me había visto nacer y nos contaba a mí y mis hermanos muchas historias. Cuando retornó a París, ella me dijo que debía visitarla y estudiar ahí por un tiempo. La abuela me prometió costearme el viaje para cuando fuera adolescente y así lo cumplió. En las vacaciones de verano me fui a París, donde me di a la tarea de terminar mi bachillerato y perfeccionar mi francés. Isabelle me contó muchas historias de Oscar Wilde. Su madre había sido muy amiga de él, y de su amante Bosie (desde su vida en Londres), e incluso había visitado a Lillie Langtry en Montecarlo -varias veces habían coincidido en reuniones-. Isabelle de pequeña vio a Wilde. Su madre alguna vez lo llevó a su casa, le daba dinero y solía comer con ellos.

Oscar Wilde (der.) junto a Bosie.

El recuerdo de Isabelle era que Wilde era un hombre muy grande y gordo que la sentaba en sus rodillas, y recordaba que lloraba mucho viendo las fotos de sus hijos. Ella me enseñó el lugar donde murió (el Hôtel L’Alsace, ahora L’Hotel), que se encontraba en la Rive Gouche de París, muy cerca de los cafés Flore y Deux Magots.

Alguna vez nos acercamos, también fuimos al cementerio de Pere Lachaise a ver su enorme tumba y le llevábamos lirios blancos.

Primera tumba de Óscar Wilde

 

LAS DOS RECETAS INEDITAS DE OSCAR WILDE

En casa de Isabelle, solíamos preparar unas recetas dadas a su madre por él mismo.

Una era el brócoli a la Oscar. Se cree que esta receta la perfeccionó en el hotel donde se hospedaba y donde murió en París: Hotel L´Alsace en la rue Beaux Arts 13. La receta consistía en lo siguiente.

BRÓCOLI A LA OSCAR

Poner en una olla agua a hervir, y cuando rompa el hervor echar el Brócoli en la olla y dejarlo un rato, pero retirarlo antes de que se ponga muy blando, ya que debe estar crujiente; se sala y se reserva. Luego se hierven castañas ya peladas y se reservan; seguido, se hierve un poco de repollo hasta que esté blando y se reserva; finalmente hacemos una Bechamel. En una bandeja ponemos el brócoli rociado de trocitos de mantequilla; se pasa el repollo por una trituradora y se añade; las castañas por encima deben cubrirlo; se le adiciona la bechamel y finalmente, se le agregan varios tipos de quesos en trocitos: queso gruyere, queso pecorino, y parmesano en polvo; se agregan unos trocitos de mantequilla y al horno hasta que gratine

CANAPÉS DE PEPINO A LA OSCAR

Estos son deliciosos, para los afternoon teas o reuniones donde se ponen canapés.

Me los enseñó a confeccionar Berthe Clayrige, la doncella de Natalie Clifford Barney, esa norteamericana abiertamente homosexual tan importante en los círculos literarios de París, examante y mejor amiga de la esposa de Bosie, que afirmaba haber estado cerca de casarse con él. Pero bueno, vayamos a los canapés y dejemos de cotillear…

Natalie Clifford Barney

Natalie Clifford Barney

Para los canapés se necesita un pan de molde muy fresco sin corteza y de una calidad superior.

Se pelan y se corta un pepino muy grande en rodajas finísimas como hoja de papel. Se les agrega sal, pimienta y algo de limón y se dejan escurrir por una hora en un colador. Una vez escurridos se secan con un trapo y se reservan. Tomamos dos cucharaditas de mostaza de Dijon, dos cucharadas soperas de nata, y una taza pequeña de mantequilla, primero se bate bien la mantequilla con las dos cucharadas de nata y luego, se agregan las dos cucharaditas de mostaza. Si se quiere más nata se puede agregar otra cucharadita más.

Se toma la rebanada de pan y se cubre con abundante crema preparada; se agregan los pepinos en rodajas finas, y se unta el otro pan que servirá de tapa con la mezcla.

Se corta y se tapa el pan por la mitad. Es necesario apretar bien el pan y cortar; poner en un plato y cubrir con un paño húmedo por la parte de arriba para evitar que se seque el pan hasta el momento de servir. ¡Voilá! Están deliciosos, yo los he merendado muchas veces con mi Té de Darjeeling, o el Earl Grey tea, muchas veces los tomé en la Rue Jacob nº 20 con Natalie y Berthe mientras me contaban de aquel París decimonónico. Desde luego hoy en día suelo prepararlo en ciertas ocasiones especiales

En aquellos años de estudio en París, fui no una, sino varias veces al HOTEL L´ALSACE en el nº 13 de la Rue de Beaux Arts; allí conocí a su dueño -os hablo de los años 1967 al 71-. Era un hombre muy simpático, solía estar de pie en la recepción de madera, elegante pero decadente; hablé mucho con él…

Este pequeño hotel, hoy totalmente transformado en un hotel de lujo que poco o nada tiene de semejante, estaba muy deteriorado, pero conservaba un cierto charm, un no sé qué… Él decía mantenerlo casi igual como Oscar Wilde lo conoció.

 

LA HABITACION DE OSCAR WILDE

La primera vez que fui sentí una gran emoción y más cuando subimos a la habitación donde Wilde había pasado sus últimos días. El dueño me dijo que estaba tal cual, que enseñaba la habitación 16 (que nadie ocupaba jamás) por la módica suma de 3 francos.

Sobre la cama había una foto del mismo día en que Wilde murió, era impresionante y macabra, en ella se veía el mismo horrible papel tapiz que desde luego ahora estaba muy amarillento, desconchado y con algo de moho. Se cuenta que Wilde escribió sobre el papel poco antes de morir: “Eres tú o yo, pero uno de los tiene que irse”… El cuarto era espartano: constaba de una pequeña cama, y un escritorio con dos sillas, frente un amplio ventanal con unas cortinas muy viejas.

Wilde el día que murió. Habitación 16, Hotel L’Alsace

Yo visité la habitación varias veces, y tomé algunos cafés con el propietario del hotel. Un día llevé un poema que escribí a Wilde en un pergamino y lo dejé sobre el escritorio con un ramo de lirios blancos como homenaje, después el dueño tomó mi poema y lo enmarcó para ponerlo sobre la pared donde estaba el escritorio. Cuando marché de París -hacía el 71’, creo- fue remodelada, y ya, cuando volví varios años después, el hotel que no negaba su pasado de pensión menesterosa, era un hotel de gran lujo que nada tenía que ver con aquel lugar entrañable, nostálgico y decadente. Hoy, incluso, hay una habitación llamada Oscar Wilde en el mismo número 16, pero que es de un lujo fastuoso -desde luego la habitación que yo conocí dista muchísimo de esta-.

Wilde decía “siempre he vivido por encima de mis posibilidades” y así murió, el 30 de noviembre de 1900 en este hotel (entonces pensión) en París, preso de meningitis, lleno de deudas y en medio de un olor fatal.

En su etapa parisina Wilde parecía un mendigo, la ropa sucia, con remiendos y hasta rota, el padre del esteticismo, defensor del arte por el arte, sofocado por el papel tapiz. A veces se le veía ebrio y dando tumbos. La gente lo insultaba y él se escondía a sollozar en silencio lleno de dolor. Solía sacar las fotos de sus hijos, Cyril y Vyvyen según el testimonio de la madre de Isabelle; sus ojos se llenaban de lágrimas mientras las apretaba contra su pecho.

Wilde podía verse en cualquier café y además era asiduo a los cabarets, en el Moulin Rouge Toulousse Lautrec realizó un retrato de Oscar Wilde, cuando estaba en plena decadencia. Toulouse Lautrec realizó esta pintura cuando Oscar aparecía por el Moulin Rouge y allí posaba para él, siempre que Lautrec le invitara a unas copas de ajenjo, algo de champagne o absenta.

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