Impresiones sobre el asesinato y las exequias de Félix Sáenz Bedoya

Impresiones sobre el asesinato y las exequias de Félix Sáenz Bedoya

Un acto de memoria a raíz de los trágicos hechos que treinta y cuatro años atrás acabaron con la vida del dirigente estudiantil cordobense

Por: Hugo Paternina Espinosa
abril 08, 2021
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Impresiones sobre el asesinato y las exequias de Félix Sáenz Bedoya

"No te rindas que la vida es eso, continuar el viaje, perseguir tus sueños, destrabar el tiempo, correr los escombros y destapar el cielo" (Mario Benedetti).

Todavía recuerdo aquella tarde del 31 de marzo de 1987, previa al asesinato de Félix Saénz Bedoya a manos de los criminales de ayer y de hoy. Y recuerdo que lo ví haciendo tránsito del maltrecho jardín que conectaba al programa de Ciencias Sociales con el de Matemáticas y Física de la Universidad de Córdoba. Aquel día sentí que sus ojos entumecidos y su risa blanca ya no parecían pertenecerles. Su risa no era la risa de otros días, de otras tardes. Se fue raudo y desapareció entre los muros. Pasaron los minutos y al poco tiempo volví a verlo comprando en la improvisada chaza de Bernardo. Me acuerdo que cruzamos unas palabras y mientras lo hacíamos buscaba algo de modo afanoso en su emblemática mochila. Cuando estábamos en este lugar apareció como un relámpago Jaime Bula, el patón, y al instante se formó un microclima de solidaridad y hermandad. Aquello fue fugaz, pues Félix tenía clase y nosotros teníamos una reunión de A-Luchar. Nunca olvidaré la mirada cruzada que se dieron entre sí y mucho menos el abrazo en el que se fundieron.

Transcurrieron las horas y luego me llegó la infausta noticia de que habían asesinado a Félix Sáenz Bedoya en Ciénaga de Oro mientras tenía a su pequeño bebé entre los brazos. La infausta y dolorosa noticia me la dio Jaime pasada casi la media noche, luego de dejarlo en la universidad una vez acabó la reunión que teníamos prevista. No pregunté de dónde provenía la noticia y él tampoco ahondó en los detalles. De repente un silencio lo llenó todo y se apoderó de todo. Recuerdo que lo único que exclamó fue que habían cortado el fluido eléctrico y en medio de la oscuridad lo ultimaron a tiros en su tierra natal.

Quiero recordar que por entonces se había hecho muy común y extendida la idea de que cuando iban a asesinar a un dirigente político y social la Electrificadora de Córdoba de modo extraño suspendía el fluido eléctrico. Previo al asesinato de Félix Saénz Bedoya, recuerdo que el presidente del gremio de ganadero de Córdoba llamaba a actuar contra los líderes de la izquierda, a quienes consideraba aliados de la subversión. Concomitante con esto, los principales medios radiales de la ciudad de Montería difundían sin empacho de ninguna clase que en la Universidad de Córdoba se pagaban impuestos revolucionarios y se negociaba la liberación de personas retenidas o secuestradas por la insurgencia del EPL, la UCELN y las FARC. Así y de esta manera se fue generando un régimen de subjetividad y representación que situaba a los miembros de la comunidad universitaria como subversivos, peligrosos y, por tanto, se llamaba a actuar contra ellos de modo ejemplar. La ejemplaridad era en el mejor de los casos arrestarnos y torturarnos, y en el peor, desde luego, desaparecernos o asesinarnos.

La noticia del asesinato de Sáenz Bedoya nos embargó y nos sigue embargando. Muy temprano los noticieros dieron detalles del hecho. Consternado, preocupado y rabioso me fui para la universidad muy temprano y junto a otros líderes estudiantiles, recuerdo a Emiro Villeras, William Aguirre y otros, solicitamos a la directiva de la universidad que nos facilitarán un autobús para asistir a las exequias del amigo, el cómplice, el artista, el político, el intelectual. Organizamos la cosa y en el autobús se gritaban consignas de reconocimiento a su figura, trayectoria y al mismo tiempo de repudio por el desgarrador hecho, que entre otras cosas, sin duda, era el primer asesinato contra un miembro de la comunidad universitaria. Ya antes, efectivamente, habían intentado asesinar a Geminiano Pérez, amenazado a Andrés López, Joaquín Amaris, Roberto Elías y otros más. Y creo también, ya habían desaparecido a Álvaro Cordero Torres, joven militante de la Juventud Revolucionaria de Colombia y quien estaba matriculado en el programa de Biología y Química. Transcurría el primer semestre de 1987. Para esta fecha quiero recordar que el MIR-Patria Libre y el ELN le habían anunciado al pueblo de Córdoba que se habían fusionado y que habían dado origen a la UC-ELN.

Aquellos días fueron muy duros, pues coincidieron con el surgimiento de la XI Brigada del Ejército y el nacimiento de los paramilitares de Fidel Castaño en Córdoba. Por entonces el temido Emilio Vence Zabaleta era el director del DAS en Córdoba. Para todos estos tres actores la Universidad de Córdoba, decían, era un nido infectado de guerrilleros. Así nos construyeron como agentes patógenos y, por tanto, ellos tenían la solución para acabar con el mal que habían identificado que éramos nosotros. En su lógica era dado agredirnos, violentarnos y matarnos se ponía al orden del día. Y así fue. Desde entonces nadie en la Universidad estuvo tranquilo. Llegar al alma mater era una proeza y regresar al día siguiente una hazaña.

En este clima de terror y sufrimiento social las masacres se sucedían una tras otras por varios lugares del departamento. Estos execrables hechos eran denunciados y confrontados en la Universidad de Córdoba sin medias tintas por el estudiantado. Félix Sáenz Bedoya siempre estuvo en primera línea para denunciar estas abominables matanzas. Y lo hacía porque él no solo era un hombre, era un campo de batalla al decir de Friedrich Nietzsche. Su gran altura y sus ojos de luna llena eran claramente identificables en las marchas o mítines en donde condenábamos la orgía de dolor y sangre a la que paramilitares y militares sometían al valeroso pueblo de Córdoba, por supuesto con la complicidad de la élite ganadera y terrateniente de la región. Y de este modo, entre llanto y repudio llegamos aquella calurosa tarde a enterrar al Pance como le decíamos. En aquel lugar estaban gran parte de sus amigos de la Juventud Comunista, organización con la que militaba, pero también el resto de la dirigencia de la entonces izquierda revolucionaria y democrática del departamento. Pero estaba, de igual modo, el pueblo llano de Ciénaga de Oro que repudiaba el crimen de su noble y valeroso hijo.

Hoy recuerdo que el calor era insoportable y una columna de vapor se elevaba hasta imposibilitarnos la respiración. La tensión se acumulaba y los gritos de dolor eran desgarradores mientras avanzaba el cortejo fúnebre. Algunos veíamos los rostros tristes de los asistentes al acto y la manera de como las lágrimas se deslizaban por sus abatidas mejillas. Resistíamos y lo hacíamos porque estábamos cumpliendo una cita con la historia. Ahora reconstruyó aquel duro momento y mientras lo escribo lloro y lloro mientras escribo. Y lo hago porque aquella tarde no solo enterramos a Félix, después nos tocó enterrar a muchos de los que allí estaban. Otros para salvarnos nos tocó el duro camino del desplazamiento forzado y luego el del exilio. Hoy recuerdo a Gustavo Ballesteros, ilustre científico que acaba de morir en su duro exilio en México. Pregunto ahora: ¿ya se le hizo el homenaje de rigor o cuándo se lo vamos a hacer? A él también rindo tributo en esta mañana de memoria y dolor.

En esta descripción luctuosa, crónica necrótica más bien, recuerdo que llevábamos el féretro de Félix a la iglesia cuando se formó una refriega con la policía y el ataúd casi que mordió el suelo. De este modo, la policía que no lo protegió tampoco estaba dispuesta a que el entierro de nuestro hermano en y la lucha fuera tranquilo. La tensión fue en aumento. A un lado de la plaza, cerca de la Iglesia, el gran Yusti, también asesinado después, tocaba la trompeta y sacaba las notas más tristes y duras que había escuchado. La trompeta no era una trompeta, era una especie de fusil en donde en cada nota podía sentirse que se reclamaba justicia, pero sobre todo una justicia revolucionaria. Aún recuerdo los ojos llorosos de Numidia y la cara pintada de blanco en señal de duelo de Yusti. Su parada era erguida, única y singular para la ocasión. No era para menos, pues despedíamos al gran Félix, a Changó, a quien no alcanzó a conocer las luchas que después muchos daríamos en el contexto de la Asamblea Nacional Constituyente para que un afrocolombiano como él fuera respetado y reconocido en su negritud en nuestro país.

A su entierro siguieron días de enfrentamientos entre los estudiantes de la Universidad de Córdoba, del colegio Nacional José María Córdoba e INEM, y la policía y el ejército. De este modo, se inauguraba el primer ciclo de violencia abierta contra la comunidad universitaria. Al asesinato de Félix le sucederían otros, por ejemplo, el de Oswaldo Regino Pérez, Alberto Alzate Patiño, mi amigo y padre académico e intelectual; el de Pacho Aguilar, Iván Garnica, Misael Díaz, Hugo Iguarán, William Aguirre, Jaime Elías Bula y muchos más. Después de aquello salí de la Universidad y juré no volver hasta tanto no hubiese un rector decente. Volví hace cuatro años. La violencia contra la universidad de Córdoba desde entonces fue sistemática, al punto de que los paramilitares de Salvatore Mancuso se la tomaron. Primero con Víctor Hugo Hernández y después con Claudio Sánchez. Uno y otro eran una representación eximia del arribismo, la indecencia y el crimen. Y lo más triste de todo esto es saber que hoy miembros activos de la universidad colaboraron por miedo o por convicción con ese proyecto fascista y criminal de captura de la institución universitaria. Y todo esto con el presunto apoyo del gobierno del presidente Álvaro Uribe Vélez. No olvidemos que las reuniones del Consejo Superior se realizaban en Santa Fe de Ralito, santuario criminal de Salvatore Mancuso. Allá Víctor Hugo Hernández y Claudio Sánchez, como si de una peregrinación se tratara, fueron a concertar con el gamonalismo armado y criminal cómo quitarle los derechos sindicales adquiridos a profesores y trabajadores, y de paso imponer un conservadurismo ideológico y político aderezado con una exaltación a la mediocridad.

Llegado a este punto, aprovechemos este acto de memoria alrededor de nuestro amigo y hermano Félix Sáenz Bedoya para que la verdad, la justicia, la reparación y el principio de no repetición brillen en la Universidad de Córdoba. Hagamos que la universidad sea reconocida de modo real como sujeto de reparación colectiva. Córdoba y el país deben conocer el parque temático del horror en que fue convertida esta casa del saber. Tenemos memoria. Hoy rindo tributo a Félix y a todas las víctimas de la Universidad, pero también alzó mi voz y mi dedo índice para indicar a quienes fueron los colaboracionistas que brindaron apoyo al proyecto paramilitar en la entidad. Por ejemplo, ¿por qué el Señor Juan Manuel López Cabrales nunca dijo nada si vio que le estaban quitando la joya de la corona? ¿No era senador de la república? Él podía hacerlo. ¿Por qué no promovió un debate sobre este hecho en el Congreso? No. No dijo nunca nada, se quedó callado. Y no solo esto, firmó el Pacto de Santa Fe de Ralito, hecho por el que fue condenado.

Está probado y patentado que el otrora senador Juan Manuel López Cabrales calló mientras Salvatore Mancuso lo desplazaba de la Universidad de Córdoba, la CVS y de pasó lo incluía en la Gobernación de Córdoba. Él que en su día calló de forma cómplice y genuflexa ante el paramilitarismo, hoy quiere volver a apoderarse de la universidad y para este innoble propósito se ampara en sujetos zafios que tienen nostalgia, como él, de aquellos días de gloria cuando manejaban burocracia y contratos. No nos llamemos a engaño, detrás de esto está la repetición de las recientes elecciones en la Universidad de Córdoba. Por fortuna se impuso de nuevo el rector Jairo Torres, también víctima. Qué triste toda esta dura realidad. De todo esto hay que hablar. Invito a que con todas estas memorias saquemos una publicación. Espero respuestas. Esto sería el mejor acto de verdad, justicia, reparación y no repetición que existiese. De este modo honraríamos de verdad a nuestros amigos asesinados. Carpe diem.

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