Historia capitalina # 1

Historia capitalina # 1

Llevo años con esta irritación. Son como ronchas rojas en grupos que explotan en mis mejillas, parezco una caricatura de bebé regordete o de payaso mal pintado

Por: Miguel Angel Fernández Niño
marzo 03, 2022
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Historia capitalina # 1
Foto: Pixabay

Me pica la cara, ¡sí! me pica. Ella me mira desde el otro lado de la mesa. Me rasco inconscientemente mientras duermo y eso lo empeora, le digo.

Ella sonríe mientras juega con su anillo de bodas, yo toco el mío por costumbre para confirmar que este allí.

Llevo años con esta irritación, pero nunca se había puesto así, le digo. Son como ronchas rojas en grupos que explotan en mis mejillas, parezco una caricatura de bebé regordete o de payaso mal pintado.

No es algo nuevo, lo sé, pero tampoco es algo de siempre. Ella me escucha y se prepara una galleta con la cantidad precisa de mantequilla de maní.

El olor de las almendras tostadas siempre me recuerda a ella. Yo la sigo hasta el cuarto. Mira por ejemplo acá, le digo mientras sujeto un marco blanco con una foto de nuestro matrimonio. Es increíble que ya sean tres años, suspiro.

Acá estaban rojos los cachetes, pero no era para tanto, le digo. Ella mira la foto con melancolía. Yo la veo tan idéntica, tan estática como la foto misma. Es increíble que ya sean tres años, suspiro.

En esa foto ya tenía los cachetes rojos, pero ha venido empeorando desde que llegamos acá, le digo. No sé si sea el agua pesada, algo en los alimentos o esos cambios de clima que te revuelven todo.

Ella sonríe y yo me acuesto entre sus piernas. Me encanta su cabello, dirán que estoy loco, pero pareciera que no creciera, desde hace tres años que sigue igual, largo, tímido terminando justo con su espalda. Es increíble que ya sean tres años, suspiro. ¡Es que es anormal!, grito.

Anoche inconscientemente me molesté tanto que parece que las ampollas se van a reventar. El doctor me verá en una hora, es aquí cerca no tienes que ir, le digo. Ella mira melancólica nuestra foto y yo pienso que es increíble que ya sean tres años.

Así, la tarde se va. Salgo de la casa y camino unas calles de puertas largas y vacías hacia el consultorio. Es una fortuna que tengamos un médico de piel tan cerca, pienso.

Camino pensando en mi condición como un precio justo por una mejor calidad de vida. Son solo unos cachetes rojos, pienso.

Al menos no vives con el miedo de ser violado y asesinado en una calle polvorienta de Bogotá. Llego a una consultoría de puertas verdes con barrotes rojos. Me recibe una enfermera y me pide que tome asiento, me siento ansioso y me pican más las mejillas.

Parece eterno el tiempo en esta sala, siento los cachetes a reventar, me acerco a la recepcionista y le pido que baje la ventilación, pienso que el cambio de temperatura me puede hacer mal.

Sigo esperando, impaciente me he rascado demasiado, y ahora siento como dos fuegos en mis mejillas. ¿Cuándo me van a atender?, me desespero. En su momento aparece la misma enfermera y me lleva a otro cuarto, ¿eres nuevo por acá?, me pregunta.

Te realizaré unas preguntas para la historia clínica, me dice.  Nombre completo e identificación. Le respondo fácilmente. Siento los cachetes cada vez más grandes y los ojos pequeños, desespero aún más.

¿Profesión?, me pregunta. Esa siempre me ha sido difícil, pienso. Investigador postdoctoral, le digo sin pensar. ¿estado civil?, pregunta.

Siento como los poros de mis mejillas se abren y comienzo a sangrar. ¿estado civil?, vuelve a preguntar esta vez más fuerte.

Me toco la cara y miro luego mis manos rojas también, frías, escurridas. ¿estado civil?, le respondo. ¡Sí!, me contesta enfadada.

La miro y respondo: estado civil viudo, mi esposa fue violada y asesinada en Bogotá hace tres años.

El psiquiatra siempre me incita a comentarlo y afrontar así mi realidad. Es increíble que ya sean tres años, suspiro.

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