No cabe la menor duda de que si tuviéramos una fuerza pública mejor formada, educada, crítica y más conscientes del papel que juegan dentro de nuestra injusta democracia, otro sería el cantar político y social de Colombia.
Como simples ciudadanos hemos sido concientizados a través de una soterrada lavada de cerebros de que vivimos en libertad, en democracia y en medio de un Estado social de derecho, siendo que ninguna de estas circunstancias se da ni se presenta en nuestra cruda realidad, aunque nos muestren, por intermedio de los medios masivos de comunicación, los cuales siempre han estado al servicio, y también han sido afines a los regímenes que hemos padecido, como igualmente son de propiedad de quienes se benefician de ellos, señalándonos permanentemente todo tipo de malas experiencias sufridas por otros países, con el único fin de demostrarnos que existen otros que están en peores condiciones que nosotros, pretendiendo mimetizar, y minimizar, nuestro pequeño infierno terrenal, al querer naturalizar, normalizar y hasta justificar el mundo de injusticias en que nos movemos y vivimos.
Las inequidades y las injusticias sociales que se mantienen desbordadas en nuestro país están claramente sustentadas sobre una fuerza bruta y criminal, que por un lado ejecutan legalmente las instituciones constitucionales, o sea las representadas por el ejército y la policía, y por el otro lado, ilegalmente a través de los ejércitos privados de mercenarios y sicarios, que conforman las elites corruptas, violentas y antisociales, buscando con ellos defender con mucho más poder mortal sus robos, privilegios y negocios lícitos o ilícitos.
Como ciudadanía, conformamos una masa inerme de personas, asustadizas, ignorantes y temerosas, a raíz de unas políticas de terror que se vienen aplicando desde la misma creación de nuestra nación, siendo después estratificados y divididos, desde el mismo momento que nacemos y adquirimos o tomamos algún uso de razón, recibiendo una formación ciudadana e información histórica falseada, mediante una pésima educación, recurriendo a la cultura, que en realidad es pura incultura, o por vía de la religión lo que a duras penas es sectarismo, con las que terminan exaltando a los violadores, violentos y asesinos, generando una convicción social confusa, errada y perversa, encontrándose en ellas una de las explicaciones más claras del por qué las actividades delincuenciales, bandoleras, guerrilleras, mafiosas y corruptas hacen tan fácilmente carrera dentro de nuestras sociedades, pues como ciudadanos, desde niños, somos preparados psicológica y socialmente para aceptar todo tipo de imposiciones, por más absurdas e injustas que estas sean, partiendo de allí el que veamos luego a los más humildes ingresando, por necesidad y hasta por obligación, a esa fuerzas legales o ilegales, donde terminan prestando un servicio militar, aunque después en él tengan que agredir a sus semejantes, incluso a sus propios familiares.
La fuerza pública es la herramienta y el conducto ideal para desarrollar entre los colombianos las peores sensaciones de indolencia, injusticia y sometimiento, con las cuales desgraciadamente se vienen orquestando todo tipo de irregularidades y bajezas, sin poder desconocer que también dentro de ellas se puede llegar a encontrar personajes extraordinarios. Sin embargo, son muy pocas y raras excepciones.