Transición: acción o efecto de pasar de un modo de ser o estar, a otro distinto.
La honorable Real Academia de la Lengua nos trae una definición precisa de esta palabra, la cual comenzó a aparecer como por arte de magia luego de que nuestro laureado primer mandatario recogiera su premio de la paz en Oslo.
De repente, las Farc comenzaron a hablar de Gobierno de Transición, como si se tratara de uno de los puntos acordados en los austeros salones de La Habana, en donde sin ningún tipo de autoridad moral, legal o política, los negociantes se masticaron como a un chicle la Constitución y las leyes de nuestro país, arrojando al piso ese pedazo de caucho insaboro e incoloro que remplazó a nuestro ordenamiento jurídico.
Y comenzaron a empujar su idea del gobierno de transición. Con el debido respeto, valdría la pena, si hubiese a quien, preguntar ¿Transición hacia qué? ¿Transición hacia dónde?
Hasta donde sabemos, las Farc fueron fundadas originalmente como un grupo de autodefensa campesina (vaya ironía), que al final de los años sesenta del siglo pasado hizo transición a guerrilla marxista leninista y luego a grupo narcotraficante, siempre bajo el ropaje de luchadores en defensa de las masas obreras y campesinas, oprimidas según ellos por el imperialismo yanqui y sus lacayos criollos. Tales eran y han sido las expresiones de propaganda utilizadas durante su lamentablemente larga historia. Nunca ocultaron su desprecio por la democracia. Jamás trataron de posar como un movimiento de defensa de las libertades civiles. Por el contrario, siempre han promulgado su intención de llegar al poder para instaurar una dictadura del proletariado, siguiendo el exitoso modelo ruso, cubano, boliviano o venezolano.
Si se tiene en cuenta que durante las negociaciones, y luego de ellas, jamás renunciaron a su ideario político y a su concepción del Estado, resulta muy difícil de creer que lo que buscan es integrarse a nuestra democracia, para tratar de corregir sus imperfecciones. No. Lo que resulta evidente es que en su muy justificado triunfalismo se ven ahora en la posibilidad de forzar a 48 millones de colombianos a aceptar a la fuerza sus ideas; las ideas de 10 000 militantes con cuentas por arreglar con la justicia.
Envalentonados con la enorme chequera en blanco
que les entregó el presidente Santos,
ahora quieren someter al país a sus caprichos neocomunistas
Vamos haciendo tránsito entonces hacia el absurdo. Envalentonados con la enorme chequera en blanco que les entregó el presidente Santos; y apoyados en el descarado fraude cometido por él y su indigno Congreso, ahora quieren someter al país a sus caprichos neocomunistas. Ese es el verdadero trasfondo de los anuncios de un Gobierno de Transición: imponer por la fuerza lo que no pudieron por las vías de la democracia, ni mucho menos por el terror ejercido durante 50 años contra el pueblo que hipócritamente han dicho defender.
Por eso los miembros del secretariado se dan el lujo de regañar a los directores de medios, retándolos a enumerar sus delitos como le ocurrió al director de Caracol en una entrevista en vivo con uno de estos pillos. Le tocó quedarse callado, aguantarse el regaño, no sabemos si por miedo a las represalias el delincuente que entrevistaba en su set de noticias, o por miedo al cómplice de este bandido que desde la casa de Nariño reparte pautas billonarias para acallarlos.
Por eso, antes de que los nuevos líderes transicionales determinen por decreto que los votos no tienen validez en su idea de gobierno, los colombianos de bien debemos detenerlos a ellos y a su banda de milicianos del parlamento con la única arma que temen: el voto popular. Debemos detenerlos en las urnas, impidiendo que elijan su gobierno de transición hacia el vacío, hacia la eliminación de las libertades civiles. Hacia la nada.
