¿Es Pablo de Tarso el verdadero fundador del cristianismo?

¿Es Pablo de Tarso el verdadero fundador del cristianismo?

Una de las figuras más controvertidas de la tradición judeocristiana es consriderado por algunos un hereje, mientras que para otros es el más gentil apóstol

Por: ismael suárez_córdoba -
abril 13, 2022
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¿Es Pablo de Tarso el verdadero fundador del cristianismo?
Foto: Wikimedia

Antecedentes históricos. Pablo de Tarso, una de las figuras más controvertidas de la tradición judeocristiana, es para los judíos el apóstata que consolidó la herejía fundada por Jesús de Nazaret.

Y para los cristianos, el 'apóstol de los gentiles' (o no judíos), el visionario que propagó la buena nueva por el mundo, sin establecer distinciones entre pueblos y culturas. Siendo también para algunos otros intérpretes o exégetas bíblicos (del griego ἐξήγησις exéguesis), el primer hereje y tergiversador de las enseñanzas de Jesús.

Así mismo lo vio Friedrich Nietzsche (filósofo alemán del siglo XIX), el que elogiando la figura de Jesús y denigrando de la de Pablo, en su opúsculo tardío 'El Anticristo' escribió: “En el fondo solo ha habido un cristiano, y ése murió en la cruz”.

Mientras que a Pablo lo describe como “el genio del odio, de la visión del odio, de la lógica inexorable del odio”. Coincidiendo también la investigación moderna sobre el Nuevo Testamento, en que Jesús de Nazaret no tenía pretensiones de divinidad, sino que ésta surgió a partir de la interpretación de Pablo, rompiendo así el cristianismo con sus raíces judías al ponerse en sintonía con el paganismo (o con los adoradores de dioses).

Pablo, de nacionalidad romana por su padre y con nexos judíos por parte de su madre, a quien según la leyenda se le apareció Jesús resucitado en el camino de Damasco, nació en la capital de la provincia romana de Cilicia (gr. Kilikía, “tierra de Cilix”), hoy Turquía, aproximadamente en el año 8 d. C.

Y en el espacio de tiempo entre la muerte de Jesús y su conversión (año 27 d. C.), como policía del templo de Jerusalén, realizaba persecuciones y acciones violentas contra los primeros cristianos (insultos, calumnias, agresión física y aniquilamiento), vinculándolo con la muerte por lapidación de San esteban en el año 34 de la presente era. Siendo posteriormente capturado en las puertas del mismo Templo de Jerusalén y conducido a Roma, donde se cree que murió decapitado durante las persecuciones de Nerón (año 62 d. C.).

Hostilidad de Pablo hacia la Torá (libro de la ley mosaica), que dio lugar al conflicto de Antioquia, donde Pablo trató a Pedro de 'falso hermano', declarando: 'Cristo ha rescatado nuestra libertad de la ley mosaica, que como medida temporaria por nuestra causa se convierte en cosa maldita'.

Concepción pagana de Pablo de un Jesús divinizado, libre de todo pecado y hecho hombre, proveniente de la mitología griega en la que un ser humano era elevado (exaltado) a la categoría de dios en atención a circunstancias o cualidades extraordinarias. Idea que tampoco armoniza con su supuesta formación fariseo-rabínica fundada en la observancia de la ley judaica, recibida al parecer de parte del anciano Gamaliel, el más destacado rabino de la época en Jerusalén.

Figura de hombre hecho dios, basada por Pablo en el acontecimiento de la Resurrección de Jesucristo. Que fue el impulso creador que abrió las mentes de apóstoles y predicadores de ese entonces (judíos de origen y formación), para buscar en los libros sagrados todo lo que sobre el mesías prometido al pueblo de Israel habían anunciado los profetas a través de los tiempos (mesías en hebreo: משיח [mâshı̂yach] 'el ungido'). Poniendo siempre Pablo de relieve en sus escritos, la presencia de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad en la vida del cristiano: 'El Espíritu habita en nuestros corazones; ha sido enviado por Dios para que nos identifique con el Hijo y podamos exclamar ¡Abbá, Padre!'.

II. Filosofía Paulista. Decimotercer (?) Apóstol Pablo, que ha pasado a la posteridad como el que justificó la esclavitud y ordenó a las mujeres someterse a sus maridos. Lo cual choca «con el signo que representa la cruz», reservada para los humildes u oprimidos, y con un activo papel asignado en la predicación (en forma muy especial) a las mujeres. Tal como se puede leer en la primera epístola de Pablo a los corintios: 'el hombre es la cabeza de la mujer, así como Cristo es la cabeza de la iglesia'.

O en la Epístola a los colonenses, donde llega aún más lejos: 'Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene al Señor' (3, 18). Epístola en la que también incita a los esclavos a ser obedientes: “Siervos, obedeced en todo a vuestros amos de la tierra” (3:22). Igualmente en la Epístola a los romanos, donde Pablo pide a los cristianos que 'todo hombre se someta a las autoridades superiores, porque no hay autoridad que no provenga de Dios; y las que existen, por Dios han sido constituidas'.

Dando más importancia a los ritos que al relato de la vida de Jesús y de sus enseñanzas, marcando de este modo el rumbo que han seguido las iglesias cristianas durante siglos (catolicismo, cristianismo ortodoxo, protestantismo y las diferentes variantes del evangelismo). Planteando, por ejemplo: 'sujetar a normas la libido, impidiendo que su voracidad destruya todos los límites, lo cual acarrearía la cosificación del otro y se reduciría a simple fuente de goce'.

O en cuanto a la organización jerárquica de las primeras comunidades cristianas, en la que insistía en que lo esencial no era el orden, sino la adhesión a los principios de libertad, fraternidad y servicio. Epístolas paulinas que al ser anteriores en treinta años a los evangelios (ya que los evangelios salen a la luz setenta años después de la muerte de Jesús), provocaron que el cristianismo se configurara como una religión organizada alrededor de una figura de connotaciones míticas, pasando por alto la humanidad de Jesús.

Deshumanización de las enseñanzas de Jesús que provocó que se adoptara una perspectiva mitológica, muy alejada del espíritu de las Bienaventuranzas y del Sermón de la Montaña (o de la felicidad centrada en las necesidades materiales y espirituales del prójimo). Ignorando que el Reino profetizado por Jesús comenzaba aquí y ahora, y no en una esfera estrictamente espiritual deslindada del devenir histórico. Donde Jesús vino a decir que era posible otro mundo y que, más allá de la muerte, aguardaba una justicia cósmica que repararía todos los agravios de la historia. En su lugar Pablo –o, si se prefiere, Saulo–, sostenía que Jesús el Cristo 'según la carne' carecía de importancia frente al Cristo resucitado. Viendo a Jesucristo muerto y resucitado, como la única razón de ser de toda la vida del cristiano y de su misión.

Distinción que implica cierto menosprecio hacia la labor de Jesús como reformador moral y social, prestando apenas atención a la dimensión histórica de Jesús, lo que rebajó al cristianismo a una simple promesa de vida eterna. Promesa en la que solo se salvan los que se arrepienten y hacen penitencia, doblegando los impulsos de la carne, postergando de ese modo una de las enseñanzas capitales de Jesús: “Misericordia quiero, y no sacrificio” (Mateo 9:13).

Al hablar siempre Pablo solo de culpa, pecado y castigo tras la muerte, reduciendo al humano a ser presuntamente corrompido hasta la raíz, e interpretando a su antojo las enseñanzas de Jesús y creando una iglesia que persiguió a los judíos como 'deicidas' durante siglos (hasta el Concilio Vaticano de 1965 y después de 1900 años de prácticas anti judaicas).

Anti judaísmo cristiano que se distinguió entre todos por servirse de un 'Dios de la caridad', para excluir culturalmente al judío. Desconociendo que 'Jesús jamás desistió de su condición de judío' (puesto que en la Biblia hebrea Dios suele aplicar su castigo en la esfera terrenal), e ignorando también el potencial transformador de las enseñanzas de Cristo.

Un Jesús que cuando llamaba a la conversión, no pedía que nos humilláramos, sino que abriéramos nuestro corazón a los demás, solidarizándonos con el que sufre. Perdonando sin exigir ninguna penitencia y sin pedir arrepentimiento, ni menos aún ningún propósito de enmienda. Sin mostrar esa hostilidad hacia el sexo, ni tampoco manifestando interés alguno por crear una nueva religión sostenida por una pomposa estructura jerárquica y ascendente.

Un Jesús que hablaba más de los pecadores que del pecado, y siempre lo hacía para absolverlos, no para condenarlos. Insistiendo en que 'en el reino de Dios los denigrados y los menospreciados serán los primeros'.

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