ELN, el salvavidas de Iván Duque

ELN, el salvavidas de Iván Duque

Parece que hemos regresado a algún enero entre 2002 y 2010. ¿Tendrá el presidente la habilidad necesaria para capitalizar este hecho políticamente como lo haría su jefe?

Por: David Esteban Rojas Ospina
enero 23, 2019
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ELN, el salvavidas de Iván Duque
Foto: Instagram @ivanduquemarquez

El gobierno Santos fue un gobierno fatal, tanto el primero como el segundo: no hizo nada para resolver el dramático problema de la inequidad, está ahogado hasta el cogote en el escándalo de Odebrecht, no generó nuevas industrias ni actividades económicas que permitieran a Colombia insertarse en la vanguardia mundial, continuó como sus predecesores caminando por la senda de la mermelada, la privatización a diestra y siniestra, la precarización laboral y la negación de la protesta social (ese tal paro no existe) y no modernizó la infraestructura del país. De hecho, proyectos tan ambiciosos como la navegabilidad del río Magdalena hicieron aguas gracias a las acciones de un gobierno corrupto cuya única finalidad fue gobernar para los de siempre. La lista es extensa y esta aleatoria selección de acontecimientos solo tiene la finalidad de ejemplificar la perversidad de su gobierno. En fin, los dos mandatos de Santos fueron gobiernos de los mismos con las mismas.

Queda claro que no sufro para nada de la nostalgia que amplios sectores políticos, muchos de ellos valiosos para la democracia colombiana, sienten con respecto al último gobierno de quien fuera en su momento el que dijo Uribe.  Sin embargo, el acuerdo de paz y la posterior desaparición de las Farc como organización armada sí generó en su momento una transformación importante en materia del debate político nacional, lo cual constituye un hito importante en la historia de nuestro país.

Gracias a la desmovilización de las Farc, con el pasar de los meses, por fin las discusiones principales giraron entorno hacia lo que supone que es de lo que se debe tratar en una democracia decente: la política macroeconómica, el modelo de desarrollo nacional, el crecimiento de las ciudades, el sistema pensional, la migración, la pobreza y las brechas entre regiones, entre otros temas. Parecía que lentamente el clima de la opinión pública del país se alejaba de la distorsión provocada por medio siglo de guerra para enfocarse en lo que se supone debemos enfocarnos como país en vías de desarrollo.

Todo esto hasta que el ELN en su profunda y sádica estupidez decidió poner una bomba en la Escuela de Cadetes General Santander, asesinando e hiriendo a sangre fría a un número considerable de estudiantes. Semejante atrocidad, deleznable e injustificable desde cualquier punto de vista, ha significado la revitalización política del tercer mandato de Álvaro Uribe Vélez, escenificado por el inexperto y torpe Iván Duque.

El gobierno del señor Duque no ha sido un camino de rosas: ministros y nombramientos fuertemente cuestionados como Alberto Carrasquilla por el caso de los bonos de Agua o los nombramientos de personas que no cumplen con los requisitos necesarios en cargos de importancia nacional tales como de Claudia Ortíz en la agenda de Desarrollo Rural y de Ubeimar Delgado como embajador en Suecia (quien además de no tener título profesional, no habla ni inglés ni sueco). Imposibilidad de tramitar sus proyectos en el Congreso, manifestaciones masivas y contundentes de varios sectores sociales más las salidas en falso y ridiculeces dichas y hechas ante cámaras de todo el mundo, todo lo cual le ha generado una creciente impopularidad.

Pues desde aquel fatídico atentado, todo esto ha sido relegado nuevamente a un segundo plano. Hoy Colombia es un solo clamor, un solo dolor, una sola negativa, una sola voluntad encarnada en la figura de nuestro presidente Duque que valientemente combate las pérfidas acciones de indolentes y sanguinarios bandoleros. Eso si excluimos de nuestro religioso duelo cualquier condolencia hacia los centenares de líderes sociales asesinados, que no caben en el encuadre de un país hecho para ser habitado por gente de bien. Ahora que nos sobrecogemos de miedo ante la latente amenaza terrorista buscamos nuevamente el ala protectora de la seguridad democrática, marchamos hacia las plazas del país gritando al unísono encolerizados, las consignas de defensa ante la amenaza comunista y de paso golpeamos e insultamos a menores de edad que bien podrían ser nuestros nietos.

El éxito electoral de Álvaro Uribe se cimentó sobre la configuración de la amenaza terrorista como principal causa nacional, como gesta y cruzada. Hoy parece hemos regresado a algún enero entre el 2002 y el 2010. ¿Tendrá Iván Duque la habilidad necesaria para capitalizar este hecho políticamente tal y como lo hizo su jefe? El tiempo dirá.

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