El paso por los manicomios que casi acaban a Margalida Castro

El paso por los manicomios que casi acaban a Margalida Castro

Empezaba su carrera y los delirios la mandaron a centros psiquiátricos donde soportó crueles tratamientos. Los ángeles y la actuación fueron su salvación

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mayo 26, 2023
El paso por los manicomios que casi acaban a Margalida Castro

Sus gritos y llantos incomodaban tanto a las enfermeras del manicomio, que la amarraban de pies y manos y le ponían inyecciones de agua caliente en el estómago para que se calmara, pero se retorcía del dolor.

Aprendió a llorar en silencio porque si hacía algún ruido, por pequeño que fuera, la volvían a amarrar y el agua caliente de las agujas volvía a chuzar su cuerpo. Así fueron alguno de los años vividos en los 70 y 80 por Margalida Castro, una de las actrices más talentosas y queridas de la televisión nacional que ha estado presente en casi 80 novelas y series.

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Los lazos con los que la amarraban le hacían llagas en las muñecas y tobillos. Ensangrentada y adolorida, empezó a valorar el tener manos y pies, así solo le sirvieran en ese momento para estar atada a los tubos de las frías camillas. Todo eso ocurrió en los sótanos de los sanatorios psiquiátricos donde sus familiares la internaron para tratar las alucinaciones que sufría por cuenta de un insomnio crónico.

La actriz santandereana, de 80 años, recordada por papeles como la Tía Chavela Vargas en la novela Yo amo a Paquita Gallego, que le dio un premio Tv y Novelas y Gertrudis 'Dudis' Buenahora en El Secretario que le entregó un India Catalina, pasó por manicomios y clínicas psiquiátricas durante más de 12 años. La pérdida total del sueño la llevó a estar internada en aquellos lugares que se convirtieron en su más grande infierno.

Su abismo se abrió en 1970 después de un accidente casero, cuando tenía 27 años. Al entrar al baño de su casa, resbaló con el piso húmedo y su cabeza se estrelló violentamente contra el lavamanos, que al igual que su cráneo, terminó partido en varios pedazos. Los médicos le decían a su mamá que los daños sufridos por la actriz eran tan graves que era mejor dejarla morir porque las consecuencias de aquel golpe podrían ser devastadoras.

Según los cirujanos, Margalida podría quedar ciega, sorda, parapléjica, cuadripléjica. La decisión fue operarla sin importar aquel pesimista pronóstico. La cirugía de reconstrucción del cráneo, en la que intervinieron nueve médicos, duró más de 17 horas.

Al parecer, todo había quedado bien, pero tiempo después llegaron los daños colaterales. Tuvo pérdida total del sueño y no dormir le produjo una enfermedad mental que se hizo más evidente con los episodios de alucinación que se presentaban.

La solución fue internarla por varios meses. Los tratamientos los alternaba con grabaciones de las primeras producciones nacionales en las que participó. La última vez que estuvo en el psiquiátrico fue en 1984. La muerte de su mamá la volvió a llevar al hospital mental. Sus ocupaciones como actriz no le permitieron hacer el duelo de aquella pérdida y de tanto llorar, el fatal insomnio regresó.

Margalida, quien salió de los manicomios mucho más devota de la Virgen y los Ángeles, de quienes se convirtió en seguidora fiel, conoció la actuación cuando apenas comenzaba a estudiar Arquitectura en la Universidad Nacional, carrera que terminó abandonando por las cámaras y los escenarios de los teatros.

Fue el director de teatro y televisión Carlos José Reyes, quien la sumó al equipo de músicos de las obras dos teatrales, donde conoció a su amiga inseparable Consuelo Luzardo, a Álvaro Ruiz, Pepe Sánchez y a Carlos Perozzo, un actor y dramaturgo con quien se casó después de dos meses de noviazgo.

Después de conocer el mundo de las artes, Margalida Castro no pudo apartarse de él. Durante su vida ha recibido casi 20 premios y ha participado en 76 producciones. La primera de ellas fue en 1967, cuando interpretó a Peggy en la novela La Pantera.

Es una de las pocas actrices que a sus 80 años cumplidos sigue vigente frente a las pantallas, oficio que junto a su adoración a los ángeles y los santos en el altar que montó en su casa, le permitieron perdonar y dejar atrás el recuerdo del infierno que vivió en los manicomios donde muchas veces durmió atada de pies y manos gritando en el más amargo silencio.

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