El parque de Rionegro: la historia del rey desnudo

El parque de Rionegro: la historia del rey desnudo

"Fui esperanzado, como muchos otros, a ver lo que tanto nos habían hecho esperar. Me encontré con ese vestido enorme de baldosas grises"

Por: Juan Esteban Trujilo Marín
noviembre 14, 2017
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El parque de Rionegro: la historia del rey desnudo

Hay un cuento muy popular cuyo reconocimiento es basto, en los que todavía salimos a jugar ataviados como el niño que alguna vez fuimos, y que, muchas veces lo conservamos dentro del corazón en el columpio dorado de la imaginación. El cuento al que me refiero es conocido popularmente como El traje nuevo del emperador o El rey desnudo, es un cuento de hadas danés escrito por Hans Christian Andersen y publicado en 1837.

La historia habla sobre un mandatario que desea tener el traje más maravilloso del mundo, y un sastre que aparece de la bruma de la nada, como si nada (tal y como aparecen muchos funcionarios aquí), le confecciona uno fundamentalmente maravilloso: el traje es invisible a los ojos de la vanidad, la mentira y la codicia (entre otros defectos), y todos en el reino (aunque mentirosos, hipócritas y codiciosos) juran por sobre todas las cosas poder verlo (aunque el mismo líder es ciego ante su propio pedido). Pues bien, este cuento dibuja exactamente el suceso ocurrido el viernes 10 de noviembre del año en curso. Fui esperanzado como muchos otros, a ver lo que tanto nos habían hecho esperar, y me encontré con ese vestido enorme de baldosas grises, que solo los "humildes", "inteligentes" y "moralmente superiores", pueden ver con las formas de un parque magnífico y muy trabajado, que "superó todas las expectativas".

Somos una legión reducida, quienes no vimos absolutamente nada más que funcionarios de la administración abriendo con extravagancia la boca en una coreografía mímica deplorable, impresionados ante un acto que no fue ni tibio ni caliente, porque de seguro ellos eran los únicos que podían ver el preciosísimo vestido del emperador, emperador que conforme pasan los días, me parece más un emparedado de mentiras, de doble porción y con salsas ácidas de falsa humildad, esa misma  humildad que se tiene solo para atraer simpatías, emperador que ahora se atribuye a sí mismo el cómico título de "Guardián de nuestro patrimonio", el César (que así se verá él ante el espejo diariamente) cumplió las expectativas más sobrias y conformistas, y se encargó de ejercer su pasatiempo favorito: actos de ilusionismo y prestidigitación barata, creó un perfecto espejismo en medio de este desierto triste y desolador que es Rionegro, y ya algunos van babeándose ante su gran sentido social, a pesar de que esa legión de la que hablé anteriormente se está intoxicando con tremenda cortina de humo. EDESO planea construir con esta saliva una piscina olímpica, en cuyas profundidades esté escrita la huella parlamentaria de Andrés Julian, para posiblemente capitalizarla como agua potable en un futuro no muy lejano. Pero bueno, regresando al tema de la fatalidad inicial, nuestra esperanza sigue siendo el dichoso museo subterráneo que parece que se está convirtiendo en una media profecía del profesor Salomón, después de una noche de cocaína y licor adulterado, allí supuestamente tendrá sede una librería, pues esperemos que esa sea la puerta dimensional que nos ayude a muchos a escapar de esta política tan atroz, y ojalá no solo pongan ejemplares de 'Mi lucha' de Álvaro Uribe Vélez, escritos bajo el seudónimo de Adolfo Hitler.

Paseando por la nave central no hay mucho que decir, hubo una mejora en los asientos circulares que descansan bajo los contados árboles (sobraba gente, faltaban árboles), y evidentemente se resalta la figura de Córdova, pues no podían hacer otra cosa para sobarle las heridas al pueblo; en los corredores posteriores abundaban las máquinas ruidosas por doquier, trabajadores chocando contra la gente que asistía al evento, palas, bultos de arena y cemento, tapando las pocas y delgadísimas aceras que posee el municipio, y sin embargo para algunos lo ocurrido fue enorgullecedor; una quinceañera con un morral de Justin Bieber gritó: "¡Lo máximo!". Una chica despeinada y sin maquillar, sale de una de las farmacias aledañas, y me dice con los ojos pronunciados hacia el cielo: "A mí lo que me interesa es que dejen esa bulla que ya me está consumiendo los tímpanos, y mire, hasta el momento tengo que tener cuatro y cinco algodones puestos".

Los alrededores son como un laberinto hecho de tierra y tablitas de madera chichipata, en donde todo el que entra se pierde y prefiere devolverse a su casa, porque al final suponen que se encontrarán con ese guardián que no es en lo absoluto un minotauro y ni a cabrito llega. Las calles de tierra bruñida con despojos y basura, que hay que atravesar gústenos o no, son otras de las dudas que quedaron como siempre flotando, levitando en el aire de las deudas que todavía sigue siendo contaminado por el humo putrefacto de las monstruosas volquetas. De verdad, bajo la capa de la más absoluta imparcialidad, yo no me explico el motivo científico del tantísimo tiempo que se tomaron para entregar un patio grande, en donde lo único que da un hálito de patrimonio, es aquella vieja estatua, que si pudiese hablar y moverse, le volaría la cabeza a más de uno y entraría de un golpe a ese nido de usureros que es la alcaldía, pues de seguro si por ellos fuera, la hubiesen vendido por treinta monedas de oro, y hubiesen puesto un busto de Andrés Julián, sonriendo con su clásica sinceridad, imán de simpatías ingenuas. Pero he aquí la mayor desgracia, algunos de los vendedores ambulantes de los alrededores, tuvieron que ser llevados en ambulancias hasta sus casas, porque saben que lo que viene será la erradicación de cualquier tipo de comercio que no tenga que ver con los intereses del emperador, porque el ciudadano del común no es nada, solo sirve para sacarle fotos al lado de las comitivas y colocar: "Estamos haciendo la tarea". Y para terminar, solo puedo escribir unas cuantas líneas fulminantes: ojalá me equivoque y yo sea una persona demasiado apasionada y muy poco prudente, ojalá y el rey no esté desnudo.

 

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