El niño que combatió a los paracos con su música

El niño que combatió a los paracos con su música

Jarrison Posada se ríe de la ocupación paramilitar que sufrió su pueblo, Toledo Antioquia, a punta de canciones que él mismo compone

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septiembre 29, 2015
El niño que combatió a los paracos con su música

La mano del diablo se le apareció a Jarrison Posada en forma de diez mulas cargadas de material de guerra. Era el año 2001 y Toledo, como la mayoría de pueblos del norte de Antioquia, estaba golpeado por el paramilitarismo. Las bestias las traía un hombre de las AUC. Lo convenció apuntándole el pecho con un fusil. Tenía que llevar la tropa de mulas a la cima de una montaña, en donde guerrilleros y paracos se trenzaban en una balacera eterna. Se echó la cruz y acompañado de un primo, empezaron a andar la trocha. Desde el postigo de una ventana su madre lo veía irse entre las ceibas mientras un río sucio le salía por los ojos.

En esa época Jarrison soñaba con ser músico. Cualquier tubo de pvc se podía convertir en una baqueta con la misma facilidad con la que se transformaba en batería un conjunto de ollas. Tenía 13 años y el mundo por delante. Si la violencia se acabara quien quita que llegara a ser tan bueno como Alfredo Gutiérrez, Darío Gómez, Joaquín Bedoya o Bob Marley, los músicos que más admiraba. Pero la mano del diablo le aprisionaba la garganta y ahora, antes que artista, debería ser un ayudante involuntario de los paracos que tanto odiaba. En el camino los campesinos de la zona identificaban sus mulas. Insultaron a Jarrison, lo trataron de ladrón y él, dócil y con el temblor en las rodillas, entregó las bestias a sus verdaderos dueños. Con el paso de las horas se le quitó el miedo que le tenía a las autodefensas y bajo el abrazo de su madre entendió que hacer lo correcto era más importante que estar vivo.

La guerra por fin se fue de Toledo y Jarrison, sin preocuparse de tener la plata para comprarse un instrumento, se declaró músico. Solito aprendió a leer las partituras y transformó un pedazo de tubería vieja en una guacharaca. A los 15 ya sabía tocar la trompeta y electrocutó al pueblo con su sabor y alegría. Cuando aprendió a manejar el redoblante todo Toledo se dio cuenta que el muchacho había sido premiado con el don de hacer música.

Sin saber de Bono y su altruismo alborotado, de George Harrison y sus conciertos benéficos, el músico de Toledo empezó a preocuparse por los problemas políticos de su región. La represa de Ituango y el problema ambiental que llevaría su inundación empezó a ser prioridad para él. Pero, no conforme con eso, empezó a ser también el guardián de la memoria de Toledo. En sus 27 años, el líder de la pachanga de su pueblo es el muchacho encargado de recopilar fotos, documentos y recuerdos que atestiguan el paso del tiempo de este municipio.

La violencia también se combate no olvidando y es por eso que Jarrison Posada Torres quiere hacer cambiar la mentalidad de todo un pueblo incrustándoles en su mente la voluntad de recordar, de ser felices a partir de un pasillo, del poder atronador de un vallenato.

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