El héroe del Santa Fe que anotó el último gol en un mundial

El héroe del Santa Fe que anotó el último gol en un mundial

Léider Preciado no olvida ese momento en que el balón cruzó el arco de la porteria de Tunez en 1998.

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julio 17, 2013
El héroe del Santa Fe que anotó el último gol en un mundial

Es conseguir la inmortalidad. Marcar un gol en un mundial de fútbol y que esa anotación sea el recuerdo de la última victoria es volverse inmortal. Léider Calimenio Preciado Guerrero fue el último colombiano en conseguir esta proeza en La Coup du monde de 1998, en Francia.

No hay sensación de orgullo más impresionante que lucir la camiseta de una selección nacional –mientras suena el himno– durante el protocolo previo a un partido de una copa mundo. El país entero observa, entona a viva voz las notas musicales. La caja torácica vocifera y tiñe de sentimiento patrio cada estrofa. Los partidos son a muerte, luego habrá tiempo para estrechar las manos y darle paso a la camaradería. De momento, el césped se vuelve un campo de batalla y la camiseta, que representa los colores de la nación, es el símbolo del pueblo. Los jugadores son guerreros, su sudor es el reflejo del esfuerzo en combate.

Cuando hablo con Carlos “el Pibe” Valderrama, máxima figura del fútbol colombiano  y compañero de Léider en el mundial de Francia, me dice:

–Jugar un mundial es el grado del futbolista. Es lo máximo.

Los convocados se gradúan. Obtienen su título en la cancha. En ese momento me asalta una duda y se la transmito a Valderrama.

–Si jugar el mundial es lo máximo; entonces, ¿qué es hacer un gol en el mundial?

El Pibe mantiene vivo su estilo de juego: antes de que le lanzara la pregunta, ya sabía la respuesta. Me contestó así como le entregó el balón a Léider: de inmediato y certero.

–Imagínate tú.

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Selección Colombia Mundial Francia 98’
Arriba: Leider Preciado, Ever Palacios, Jorge Bermúdez, Fredy Rincón, Farid Mondragón, Harold Lozano.
Abajo: Wilmer Cabrera, Anthony de Ávila Mauricio Serna Antonio Moreno y Carlos Valderrama.

Pateando la pobreza

La pobreza caracterizó su infancia. En los años ochenta los jíbaros del barrio Humberto Manzi, de Tumaco, Nariño, le ofrecían doscientos pesos para entregar droga. Léider prefirió no meterse en el mundo del tráfico de drogas y optaba, aunque la paga fuera menor, por caminar cinco mil metros con una canasta de treinta botellas vacías de cerveza hasta el punto de venta de Bavaria. Allí las cambiaba por unas nuevas llenas, y con la canasta en la cabeza desandaba los cinco mil metros hasta la tienda de Don Santiago, quien previamente le había entregado el dinero para pagar las cervezas. Léider por ese recorrido se ganaba cincuenta pesos que le alcanzaban para un pan y un refresco en bolsa.

Esas andanzas ante los treinta grados de temperatura que en promedio tiene Tumaco, le fortalecieron sus piernas, y el pan con el refresco era, en ocasiones, la única comida del día. Los Preciado Guerrero vivían en un palafito a orillas del mar sostenido con cuatro columnas débiles de mangle. El padre, Leoncio Preciado, trabajaba con madera construyendo cercas, corrales y casas. La madre, Colombia Guerrero, era profesora de primaria en una de las escuelas rurales de la población. De esta unión nacieron ocho hermanos: Willington, Wilber, Léider, Paula, Aidy, Wirley, Ruth y Marcos.

De todos fue con Wilber con quien más tiempo pasó en su niñez. Ambos lloraban cuando   a las 3:00 de la tarde, al llegar a su hogar, veían que los carbones habían sido pasados por agua. Esa imagen era fiel indicio que no habría nada para comer. Secándose las lágrimas iban a jugar fútbol en la playa y a bajar mangos de los arboles privados. Sí privados, porque pertenecían algún dueño de finca de la región. Léider no era bueno trepando en los árboles. Su hermano sí. Por eso él iba arriba, arrancaba los frutos que por la vista se le antojaban apetitosos y se los lanzaba a Léider, quien esperaba abajo con un costal. Esa práctica fue frecuente hasta que el dueño de la tierra los sorprendió y con escopeta en mano lanzó una advertencia contundente.

–¡Al que se mueva le vuelo una pierna!

Léider ni se inmutó. Sus piernas se salvaron. No pudieron llevarse los mangos y sacaron barata la invasión a propiedad privada: sólo les costó un par de horas. Tuvieron que barrer toda la finca y arreglar la cerca que ellos mismos saltaban.

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Leider Preciado creció en Tumaco a orillas del mar en una casa sostenido con cuatro columnas débiles de mangle.

El 22 de junio de 1998, las piernas salvas de Léider hacían ejercicios de calentamiento para ingresar si el técnico así lo disponía. El partido enfrentaba a Colombia contra Túnez. Quinientos millones de televidentes de todo el mundo lo observaban. Las dos selecciones completaban el grupo G junto a Inglaterra y Rumania. Contra Rumania, Colombia ya había perdido 1 – 0. Léider había jugado un puñado de minutos al final. Desde la lógica del Pibe ya se había graduado; pero quería más, tenía hambre, hambre de gloria.

Preciado era el más callado e inexperto del grupo. Esa selección Colombia que representó una generación dorada estaba ante el principio del fin. Los apellidos como Valderrama, Higuita, Valencia, Asprilla, Rincón, Serna, Mondragón, de Ávila, Bermúdez, Lozano, entre otros, asistían a una copa mundo a la que no volveríamos. Preciado aguardaba su oportunidad.

–Yo no sabía qué era jugar un mundial. Estando allá no pensaba en eso, no entendía la magnitud. Sólo estaba feliz por compartir con los grandes, con los que hace poco miraba por televisión: el Pibe, el Tren, el Patrón, el Tino; ya eso era mucho premio para mí.

Léider llevaba poco tiempo en el profesionalismo y su convocatoria sorprendió a un sector de la afición colombiana. Debutó en la primera división del fútbol colombiano en mayo de 1996, mientras que el resto de delanteros de la selección llevaban una amplia trayectoria. Además, no fue tenido en cuenta en ningún partido de eliminatoria. La selección no lo necesitó para clasificarse al mundial. Pero Léider jugaba en Independiente Santa Fe, un equipo capitalino que tenía mucha prensa deportiva empujando su llamado. El profe Hernán Darío “el Bolillo” Gómez cedió y lo convocó para jugar un partido amistoso contra Chile. Le dijo:

–Si haces gol te vas a ir labrando tu camino para el mundial.

En mayo de 1996 Léider se encontraba jugando en el Independiente Santa Fe cuando “el Bolillo” lo convocó para que jugara contra Chile.

El tumaqueño le hizo caso: marcó dos goles que le valieron la inclusión en la lista definitiva para viajar a Francia. El “Bolillo” confió ciegamente en Preciado. La artillería colombiana ya tenía cinco nombres fuertes: Faustino “el Tino” Asprilla, Adolfo “el Tren” Valencia, Anthony “el Pitufo” de Ávila, Víctor Aristizabal y Hamilton Ricard. Incluir a Léider parecía innecesario y arriesgado, pues una nómina mundialista se debe armar, al menos, con dos jugadores por posición; el Bolillo decidió apostarlo todo: llevó seis delanteros. De los veintidós seleccionados seis eran los responsables directos de hacer goles, entre ellos estaba Léider.

En el partido contra Túnez las cosas no iban bien. Colombia no llegaba al gol y Túnez amenazaba con adelantarse en el marcador. Como suplente Léider aguardaba. Terminó el primer tiempo 0 – 0. Charla en el camerino y a jugar. El segundo tiempo arrancó igual, opciones de lado y lado pero nada. Colombia tenía que ganar para mantener viva la esperanza de clasificar a la segunda ronda. A cientos de miles de kilómetros de su natal Tumaco el nombre de Léider era coreado por lo colombianos en las tribunas del estadio Stade de la Mosson en Montpellier. De las gradas bajaba una petición.

–¡Léider! ¡Léider! ¡Léider!

Está vez la voz del público fue la voz de Dios que al unísono le gritó al oído del técnico. Preciado no podía creer que en Francia corearan su nombre. Los asistentes pidieron con fervor su inclusión en el campo. De tanto grito, en el minuto  cincuenta y seis “el Bolillo” nuevamente cedió y llamó a Léider.

–Vaya y haga lo que sabe –le dijo.

Preciado entró a la cancha por Adolfo “el Tren” Valencia, quien era su ídolo y ahora debía sustituirlo en pleno mundial. El Tren recuerda a Léider como un joven muy respetuoso de los grandes y de buen apetito.

–En Francia nos daban la misma comida a todos, la dieta era muy balanceada y estricta, pero él decía que no le alcanzaba. Hablaba poco pero me decía: “Tren ayudamé”. Y yo como era más veterano hacía la maña: por la noche nos comíamos un pollo sin que nadie se diera cuenta.

El pollo fortaleció las piernas que no voló la escopeta y Preciado, ya en la cancha, intentaba de cualquier forma marcar su gol. En el minuto ochenta y dos Harold “el Betún” Lozano, transita un balón por la mitad de cancha. Llega al área rival y engancha, se devuelve, pierde terreno y luego pierde el esférico. El balón es de Túnez, pero el capitán colombiano va a lucharlo. El Pibe Valderrama pone firme su pie derecho y recupera la bola en el campo tunecino. El balón queda quieto dos metros por delante. El 10 levanta su cabellera rubia y ve que Preciado pica entre los centrales. Allá le pone el balón con precisión quirúrgica. Léider recibe la habilitación con pierna derecha. La recepción no es buena, el balón se adelanta en diagonal y parece que la oportunidad se pierde. Léider insiste, corre, bracea para alcanzar la bola y aguantar los defensas, la acomoda hacía su izquierda y cuando la tiene enfrente vence de potente remate con pierna zurda al arquero tunecino. El balón se clava en el fondo de la red, roza el palo derecho del arco después de que el arquero Choukri El Ouaer intentara, sin éxito, detener el disparo. La potencia le dobló la mano. Léider rompió el hechizo del cero. Con tan solo veintiún años, el tumaqueño instaló su nombre en la historia del fútbol colombiano. Hizo suya la gloria. Abrió las manos, el estadio era una mancha amarilla. Preciado corrió hacia el banderín izquierdo…

El narrador para la cadena radial colombiana Antena Dos, Jorge Eliecer Torres, también inmortalizó en su relato el gol de Preciado. A viva voz narró:

–¡Léider Preciado es un hombre tocado por la madre naturaleza! ¡Bendito seas Léider Preciado! En un partido donde la pelota no quiere entrar, el tun tun Preciado le saca el remate abajo y por fin cae la resistencia del equipo tunecino […] ¡Todos los colombianos tenemos que abrazarlo por la victoria, toda Colombia, 38 millones de colombianos, en un solo grito de goool […] esto es impresionante, tanta emoción para un solo corazón!

La prensa capitalina, en cabeza del comentarista Carlos Antonio Vélez, sacó pecho de su presión al técnico colombiano para incluir a Léider. Vélez acompañó la narración del gol con el siguiente comentario.

–Lo que faltaba era meterlo, nada más, y llegó Léider. Para qué voy a contar intimidades,     cuántas veces en charlas de café en Bélgica, en Alemania, le decía a Hernán Darío metélo, que él es el bombero voluntario que nos va apagar el incendio.

El tun tun Preciado tiene la imagen de la celebración fresca en su memoria.

–Me acuerdo corriendo con las manos abiertas y veo todo ese estadio lleno de amarillo, era impresionante… recuerdo que me tapo la cabeza y bailo en la esquina.

Ese bailecito se hizo famoso rápidamente. El paso del tun tun.

–En el pueblo ese pasito se hace para descansar del sarandeo –dice Wilber Preciado–. Tú sabes que la música del pacífico es pura energía y cuando uno está cansado pues suelta la pareja y va respirando de aquí pa´allá, de aquí pa´allá.

Después del baile de celebración, Léider tuvo una nueva opción: marcó un segundo gol que no se recuerda y que fue anulado por el juez de línea de forma dudosa. Qué más daba, Colombia volvía a ganar en una copa mundo. Era la tercera victoria de la historia en los mundiales. La anterior fue 2 – 0 contra Suiza en Estados Unidos 1994; allí marcaron el Betún Lozano y el Carepa Gaviria. En ese mismo mundial, el Tren Valencia le hizo gol a Rumania y al anfitrión. Antes de eso, el país celebró a rabiar el gol de Fredy Rincón que firmó el empate 1 – 1 con Alemania, en la copa mundo de Italia 1990. Colombia entró en un sueño de victoria que se acabó con Camerún: una devolución indebida del “Coroncoro” Perea costó la eliminación. Perea le dio el balón a Rene Higuita, lo complicó, el arquero no pudo driblar a Roger Milla, quien sentenció la suerte. El premio de consolación fue que no hubo otro equipo que le empatara Alemania, el campeón de ese mundial. El descuento con Camerún lo hizo Bernardo Redín, quien también marcó, junto al Pibe Valderrama, en la primera victoria en los mundiales: 2 – 0 contra Emiratos Árabes.

Esos fueron los momentos gloriosos de la selección Colombia, pero antes de 1990, el resultado más celebrado fue un 4 – 4 en el mundial de Chile 1962 contra la Unión Soviética. En ese partido marcaron: Marino Klinger, Antonio Rada, Marcos Coll y Germán “Cuca” Aceros. Y en la derrota con Uruguay, también en Chile, marcó Francisco “el Cobo” Zuluaga. Léider consiguió el doceavo gol para Colombia en los mundiales y se convirtió en el décimo colombiano en inflar la red en una copa mundo.

http://youtu.be/U6Cw0sGjy_4

De regreso al hotel después del partido, Léider tuvo que enfrentarse a un mundo de periodistas que en mandarín, francés, inglés, portugués, italiano, alemán y otras lenguas incomprensibles asediaban a la figura colombiana. No supo qué contestar, se quedó mudo. Mutismo que rememora el Pibe Valderrama.

–Yo a Calimeño le puse el mudo del fútbol. Ese man no hablaba ni adentro de la cancha ni afuera. Nunca se le escuchaba la voz.

La timidez de Léider es similar a su estilo de juego. Él no decora su lenguaje. Es de frases cortas, contundentes, sin driblar, sin enganchar. Es potencia pura, media vuelta y gol.

En la intimidad, el Patrón Bermúdez se le acercó a hablarle.

–Me dijo si sabía lo que acababa de conseguir, yo le dije que no, ahí de una me aconseja que siga trabajando con humildad y disciplina como lo venía haciendo. Yo no entendía muy bien qué pasaba, pero era como una revolución.

El capitán de este barco, el Bolillo Gómez, fue a charlar con su pupilo.

–El profe Bolillo me dice que no me agrande y que si estoy listo para ser titular contra Inglaterra. Yo le digo que si vine es para jugar, de titular o desde la banca, pero para jugar.

Léider fue inicialista contra Inglaterra, la ilusión colombiana duró 96 horas. Se nos olvidó lo difícil que era el equipo inglés y el triunfalismo nos cegó. Inglaterra, el 26 de junio de 1998, ganó 2 – 0. Pudieron ser fácilmente tres goles más, pero el guardián de la portería colombiana fue inmenso. Gracias a un mágico día de Farid Mondragón sólo quedamos eliminados y no pasamos vergüenzas mayores. El mundial terminó para Colombia pero     fue la vitrina para que Léider Preciado se mostrara ante el mundo del fútbol. Su gol con Túnez lo hizo visible y le permitió dar el anhelado salto al fútbol europeo. Preciado obtuvo su coronación, fue transferido del club Independiente Santa Fe de Bogotá al Racing de Santander español. Su pase se cotizó en una cifra cercana a los siete mil millones de pesos colombianos. No cabía duda, la fama, el dinero y la gloria llegaron a su vida, pero su carrera futbolística apenas arrancaba. Le aguardaban trece años más de traspiés, trabajo duro, lágrimas, goles y celebraciones con su particular pasito tun tun.

El mudo que habló con goles

Ahora el dinero le pertenecía. Lejos estaban esas épocas de miseria, como cuando tuvo que reunir lo poco que ganaba, jugando en el Cóndor F.C. de la categoría de ascenso, para levantar su casa en Tumaco. El mangle cedió ante la presión del agua y el hogar de los Preciado Guerrero se vino abajo. Quedaron sin casa y Léider pudo enviar dinero para levantarla. Luego, en  1998, mandó para una casa nueva en el mejor barrio de Tumaco, el barrio Miramar.

Léider hoy, si puede, no va a Tumaco por la violencia. La misma que en su infancia lo obligaba a dormir en casa de Arturo Arizala, cuando, pateando balones, no se percataba del pasar del tiempo. Su formación escolar en el Liceo Nacional Max Seidel no hizo nada por él, pero su fortaleza física la adquirió jugando en la cancha San Judas, el templo del fútbol aficionado de Tumaco, que hoy desapareció y se transformó en otro templo, pero católico, en el que sobresale una estatua conmemorativa de doscientos cuarenta centímetros de Juan Pablo II, el papa que visitó la población el 4 de julio de 1986.

En todos los campeonatos que jugó en la San Judas quedó goleador. En esa época su panza crecía por los parásitos y su cuerpo era escuálido. La delgadez de su cuerpo y la redondez de su barriga hicieron que en el pueblo se le comparara con la imagen de una jarra redonda que ilustraba un refresco en polvo llamado Kool Aid. La pronunciación del pacífico cambió la k por una t y el resto de letras rimaron solas: Tuley. Aún su madre y los veteranos del barrio le llaman Tuley, pero su delgadez cambió por fibra y su panza, de momento, desapareció.

5

Leider jugó en España con el Racing de Santander

Tuley desembarcó en España para jugar en el Racing de Santander. Jugó en la liga de las estrellas, la más importante del mundo. No le fue del todo bien, marcó algunos goles pero no se consolidó. Por eso el técnico que Léider considera como su padre, Fernando “el Pecoso” Castro, lo repatrió a Independiente Santa Fe. Pasó por varios equipos en Colombia (Deportivo Cali, Once Caldas, América, Atlético Bucaramanga y Deportes Quindío). Fue máximo artillero del torneo colombiano en dos ocasiones: 2003, con el Deportivo Cali, y 2004, con Santa Fe. Hizo 17 goles cada temporada.

El Pecoso afirma que siempre confió en Léider.

–Es un profesional. Tiene un don de gente impresionante y así es más fácil trabajar con los jugadores, los que pierden la humildad, pierden la pasión, pero Léider siempre fue respetuoso de su profesión. Él no era un delantero que pateara al arco por patear, se tomaba esas milésimas de segundo para levantar la cabeza decidir dónde poner el balón y asegurarla. Por eso siempre, donde fue, hizo goles.

Léider tiene casi doscientas anotaciones como profesional, pero la que más nostalgia le genera fue en un clásico contra Millonarios, el club que le cerró la puertas. Él llegó de Tumaco a Bogotá a probarse a Millonarios, un club que no quiso dar un peso por él porque podría ser cualquier otra cosa menos futbolista, por eso fue a Santa Fe. La violencia en Tumaco no paraba y cinco disparos terminaron con la vida de su hermano mayor Willington. Léider viajó el fin de semana al entierro y volvió a concentrarse el martes. La noche del miércoles 15 de septiembre de 2004 se jugó el clásico Millonarios vs Santa Fe, que nunca es un partido más y esta vez no fue la excepción.

Léider en el campo escuchaba el insulto a la memoria de su hermano que la barra de Millonarios cantaba para sacarlo del partido. Así lo recuerda el periodista e hincha furibundo cardenal Daniel Samper Ospina, el coro de la hinchada azul era: “Léider Calimenio/Oh–ohó–ohó/Mataron a tu hermano /Oh–ohó–ohó”. Estos desmanes verbales de la barra brava de Millonarios terminaron por motivar al goleador. Samper Ospina escribe que “el hecho es que Léider hizo gol esa noche. En lugar de doblarlo, los cánticos ejercieron en él el efecto inverso: Léider hizo gol y se deslizó por toda la tribuna norte y, como una mantequilla sobre tostada, los embadurnó con su gol: se atravesó de un lado al otro con el dedo índice en la boca, para callarlos. Y los calló. Los calló a todos con ese gol. El fútbol me estaba regalando un momento de justicia poética imposible de olvidar”.

En el clásico Millonarios vs Santa Fe, la tribuna le gritaba Léider Calimenio/Oh–ohó–ohó/Mataron a tu hermano /Oh–ohó–ohó”

Léider silenció el estadio sin palabras, contestó con goles. Eso mismo hizo cuando la prensa le criticó su falta de pertenencia con Santa Fe, hizo gol y en la celebración se tomó sus genitales con los músculos de sus brazos tensionados. El gesto quería demostrar que huevos le sobraban. Él siempre hizo goles, los mismos que le permitieron viajar con su familia a Arabia Saudita, a jugar con el Al Shabab. Pensar en esa travesía le estremece el olfato.

–Jugamos un clásico contra el Raid y de premio nos dieron un perfume chiquitico que olía hediondo. Yo me lo eché y por más que me bañaba, nada, ese olor me duró siete días.

Botó el perfume y regresó de Arabia en seis meses, no pudo con el idioma ni con la cultura. Su familia no se adaptó y él casi va preso porque compró hielo para desinflamar un golpe y la autoridad lo detuvo creyendo que iba para su casa a enfriar alguna bebida alcohólica –en Arabia Saudita el Islam prohíbe tomar alcohol–. Por más que intentó explicarles en español, los guardias no le entendieron nada. Al fin, un integrante del cuerpo técnico, que llegó en el momento, lo salvó de ir preso por comprar hielo.

Su tercera salida al exterior la hizo a Ecuador entre 2008 y 2009. Allí consiguió con el  Deportivo Quito su único título. No fue en su tierra pero calmó una sequía de cuarenta años en la afición, que no levantaba un título desde casi medio siglo atrás.

Salió de Quito nuevamente para Colombia. Jugando en el Deportes Quindío visitó el templo del fútbol antioqueño: el estadio Atanasio Girardot. La prensa en Medellín lo llamó gordo y aventuraron que su sobrepeso le impedía moverse y marcar goles. Nuevamente a pura potencia infló la red y no habló, se levantó la camiseta mostrando su panza.

–Quise decirles a los que me daban palo que gordito y todo la seguía metiendo.

Su técnico era el Pecoso Castro, quien inmediatamente lo reprendió para que se bajara la camiseta.

–Yo le grité de una: “¡póngase la camisa, póngasela!” Porque el juez podía entender que estaba incitando al público y me lo echaban, no podía darme ese lujo, él era el hombre de experiencia del equipo.

En 2012 se retiró en el club de sus amores: Independiente Santa Fe. Ahora es una gloria del fútbol. Vive tranquilamente porque invirtió su dinero en finca raíz. Su compañera fiel es Marileth Umaña, con quien tuvo dos hijas: Valeria de siete años y Derley de catorce, a quien Léider bautizó invirtiendo su propio nombre. Hoy el ídolo santafereño que se transformó en ídolo colombiano llega con sus ciento ochenta centímetros a entrenar a los niños que sueñan ser como él. Con sudadera completa, aunque sigue gordo, pareciera que todavía juega fútbol profesional a sus 36 años. Aún habla poco, pero logró patear la miseria con su goles. Así habló, no necesitó de palabras, como cuando lo contacté por primera vez el 16 de marzo de 2012. Luego de insistir para obtener su número celular por fin lo consigo. Inmediatamente lo llamo y del otro lado me contesta una voz.

–¿Aló?

–Léider Preciado por favor

–¿Quién lo necesita?

Asumo que es otra persona, porque la voz es diferente a aquella voz destemplada y llorosa que se había ganado tantas burlas. Aún desconozco sus frases cortas y su timidez, le cuento en breves palabras al interlocutor incógnito mi interés de comunicarme con Preciado para redactar la crónica de su gol, pactar posibles encuentros y conversar. Supongo que es alguien que le maneja su agenda pero insisto en la necesidad de contactarlo y explico todo con detalles.

–Por eso desearía que usted le transmita mi interés de charlar con él –la voz cambia de inmediato, pero sale del mismo interlocutor–:

–Con él habla.

Leider con su compañera fiel: Marileth Umaña

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