El fuego que no es el sol
Opinión

El fuego que no es el sol

Noticias de la otra orilla

Por:
noviembre 18, 2017
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El fuego que no es el sol

Está claro que si la poesía no es asombro para la inteligencia y sorpresa para los sentidos; si en su texto no hay ingenio y creatividad que configure un evento lingüístico; si su cuerpo no está cruzado de conceptos e imágenes reveladoras de una particular visión de la experiencia humana o de las esferas del mito y de los misterios del universo; si no hay en ella una atmósfera inexplicable casi siempre, y que hace del poema un objeto tocado por la magia, entonces habrá cualquier cosa menos poesía en un determinado texto.

Digo esto de la poesía del poeta Pedro Granados, porque en sus trabajos encuentro señales inequívocas de lo que bien puede tenerse como prueba de buen oficio literario. Hace muchos años, cuando conocí a su autor en Barranquilla leí este libro suyo, que a raíz de nuestro encuentro otra vez en Barranquilla más recientemente, esta vez en PoeMaRío, volví a leer para ratificar mis impresiones iniciales. Y reitero convencido entonces lo que en aquella primera ocasión dije.

Las experiencias que producen su lectura, la acercan a lo que el poeta Octavio Paz define como posmoderno.  Es la recuperación a través de un ojo atemporal de las angustias de un ser humano universal, por eso, las preocupaciones por su Perú, o por sus hermanos, más allá incluso de la propia intención del poeta, pueden ser perfectamente tomadas como la preocupación por los dramas del hombre contemporáneo.  Su trabajo está fundado en una sensibilidad herida permanentemente por las agresiones de la memoria, la memoria del país, la memoria de su familia, la memoria del amor que le desfigura el rostro y lo convierte en monstruo en Lima, Madrid o Jones Beach.  Es esa memoria múltiple como el hombre mismo y que se traduce en una extraña soledad que ahora es nostalgia o ternura, luego rabia, ironía o humor surreal, más tarde desarraigo o afirmación, o mueca de falsa indiferencia que sirve un tanto para distanciar los rigores del “irrenunciable abatimiento”, y para esconder “unos ojos mojados detrás de este gesto arrogante”.  Todos esos son rasgos de lo que hoy por hoy damos en llamar posmodernismo.

 

 

Pero la poesía de El fuego que no es sol, contrario a lo que pudiera inferirse de lo dicho arriba, no tiene nada que ver con la quejumbre, la autoconmiseración o con la lástima.  Como lector la asumo en lo que tiene de poesía desencantada pero alerta, con un controlado manejo del decir, a veces con una sencillez que desconcierta, pero con la plenitud de poderes que da el oficio.  Granados elige bien los recursos: metaforiza no para mostrar pirotecnia estilística, sino para lograr una o dos imágenes brillantes y certeras en el poema, que iluminan su contexto y preparan el encantamiento.  Y eso es algo que solo puede hacerse con la pericia y la madurez de quien ha leído bien y sabe esconder los rastros de esas lecturas en sus propios textos.

Para Granados la escritura poética es un ejercicio de incrustación de sentidos y misterios en una página.  Es “hacer una incrustación en el cuerpo del papel… donde interactúe una palabra  con un objeto u otros objetos, creando así campos de palabras-objetos, de palabras-recuerdos, de palabras-silencios”.  Se trata entonces de esa otra realidad que sólo es posible a través de la poesía y con la fundación de esa otra realidad con la cual intentamos recomponer el mundo y recomponernos nosotros frente a él, mediante el ejercicio altamente lúdico de la creación. Pero Granados dice: “Digo Cuy y aparece el cuy y se mete en la página y juego el juego cuy”.  Es decir, con sólo nombrar algo, lo invento, lo hago vivo, lo convierto en una convención.  Es la poesía.  Así funciona.  Es también una manera de recordarnos que vivimos inmersos en una realidad que más que ella es su mera representación.  Una población de símbolos que nos permite ser entre la razón y el sinsentido.

Otra marca conceptual en este libro de Pedro Granados la constituye un cierto doble ámbito de cosas, un sí pero no en el cual, mediante fórmulas antitéticas o paradojales, el poeta y su mundo son y no son al mismo tiempo. En fin, es la demostración de que nada es tan rotundo, de que no hay certezas acabadas ni en la vida-vida ni en el texto que pretende explicarla, que somos lo uno y lo otro.

Así, con la dualidad, la doble esencia, el doble movimiento, ave y reptil, Pedro Granados nos eleva o nos arrastra a través de sus libros que son otros y éste que es la antología personal que hoy presentamos.  Un libro de interesantes poemas en el cual lo que se dice es tanto como lo que se esconde, y esa es otra forma de jugar el juego de los supremos peligros de la poesía, que como en la música, valen tanto la nota y el silencio.

 

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