El drama de los inmigrantes que un artista colorea

El drama de los inmigrantes que un artista colorea

Breve perfil del muralista Chicano Carlos Valenzuela de Tucson, Arizona

Por: Carlos Andres Orlas
junio 02, 2015
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El drama de los inmigrantes que un artista colorea
Foto: subida por autor

Carlos Valenzuela, a través de los murales, propicia alternativas de vida, encuentro, resistencia y creación para las personas inmigrantes en grave situación humanitaria, víctimas de la xenofobia y la persecución policial.

Chicano según Carlos es “persona de origen mexicano que nace en Norteamérica”; o sea, en la parte de México que Norteamérica arrebató con la guerra. Con esta condición de chicanos, que también hace referencia a la tribu Mechica en el valle de México, empezamos a entender las complejidades y contradicciones de la frontera con EE.UU. De manera que los chicanos son cruzados por una frontera que tratan de romper todo el tiempo con una herramienta sencilla: el amor al prójimo y al territorio.

En el caso de Carlos Valenzuela, el vehículo de ese amor por el pueblo inmigrante es el arte. El muralismo. El poder de la palabra y del color plasmado en grandes muros como señal de resistencia a la opresión contra el inmigrante latino. El mural es manifiesto político. Por eso Carlos lo hace con la comunidad, como un ritual de encuentro que mantiene fresca la memoria de la tribu, la necesidad de vivir sin fronteras que matan, desaparecen, y encarcelan cantidad de vidas humanas. La frontera de México-EE.UU. es, en su mayoría, un desierto agreste en el que la gente muere de sed mientras se le escapa a la policía de inmigración.

Muchas personas mueren tratando de “pasar al otro lado” y si pasan corren el riesgo de ser perseguidas y encarceladas. Dice Carlos Valenzuela que muchos de los muertos que le endilgan a la mafia mexicana en la frontera son “falsos positivos” de fuerzas armadas estadounidenses. Ante esta situación han sido las mismas comunidades y colectivos como el de “no más muertes” quienes han decidido emprender acciones que buscan proteger y dignificar la vida del emigrante.

La labor de Carlos Valenzuela como muralista es la de ser y hacer memoria. La mezcla cultural del territorio que habita parece ser una marea que sube cada vez con más fuerza hacia el norte y amenaza con socavar el racismo y la xenofobia de muchos norteamericanos. La memoria de la tierra perdida sigue agitando esa marea a través del arte como lenguaje alternativo, como voz del inconsciente que sacude y trastoca el orden, el poder y la imposición violenta de las fronteras.

De Tucson a Medellín

Carlos estaba en Medellín durante una semana y decidió visitar algunas comunas y realizar un diálogo abierto en la Universidad Nacional. Cae la noche y Carlos se dispone a entrar a la universidad acompañado de una estudiante.

–“Señor, permítame el carné”. “No tengo” -dice Carlos- con su acento extranjero.

–“A qué viene, no puede ingresar al campus”. Como los estudiantes aún tienen criterio, logran ingresar a Carlos sin permiso y conversar con él en las fueras de la facultad de arquitectura.

Muchas similitudes encuentra Carlos entre la ciudad de Tucson y Medellín, la principal es la de la situación en que sobreviven los no aptos para el sistema, los excluidos del bienestar, las comunas y barriadas donde la gente resuelve la vida diaria al filo de la muerte. Carlos ve en el arte un arma contundente, una forma de agrietar el sistema. Nos cuenta que al inmigrante actual no lo deportan sino que lo encarcelan, razón por la cual la indignación (digna rabia dicen los zapatistas) aumenta la movilización a través de canales como los que abre Carlos Valenzuela con su atrevimiento y creatividad.

Aquello de que “la frontera nos cruzó a nosotros” es la justificación para que la comunidad de inmigrantes tenga derecho al suelo que pisa, a no ser perseguida y estigmatizada. A vivir en paz. Recuerdo una tribu indígena de los Embera en Valparaíso, Suroeste antioqueño, que tuvieron que vivir en los árboles y siendo nómadas durante la época de la violencia para no ser exterminados. Hoy miles de personas se esconden en el desierto de la frontera para no ser exterminados o desaparecidos, arriesgan su vida por atravesar un territorio que es de sus ancestros. ¿Hasta cuándo?

Tal vez los inmigrantes (hombres-mujeres, mujeres-hombres), en su categoría de ciudadanos emergentes y en resistencia al sistema racista, sean como el viejo topo: capaz de socavar con sus garras, de manera subterránea y paciente, las bases de un orden social putrefacto.

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