El cadáver que pasearon por las calles

El cadáver que pasearon por las calles

"Ramón Quintero era Colombia, el cuerpo de un país desconfiado e incrédulo, pero con todas las razones para serlo"

Por: Efraín José Martínez Meneses
abril 13, 2021
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El cadáver que pasearon por las calles

Pasean el cadáver de Ramón Quintero por las calles de Fundación-Magdalena. Sus familiares lo sacaron a la fuerza del hospital al no confiar que haya muerto de COVID, porque este fue ingresado por otros problemas al centro médico.

Turba el alma ver su cuerpo, aún blando, moverse al ritmo de los saltos de la camilla en las piedras del patio de la institución, y sentir empatía por el dolor de sus familiares que seguramente, como muchos, jamás olvidarán la escena y la embriaguez de la desesperación que los llevó a pensar que podían conseguir a alguien más para hacer una necropsia a esas horas, en ese pueblo y sin tener en qué transportar el cuerpo.

Aunque todo eso es una imagen imborrable, se puede sentir algo más, que Ramón Quintero era Colombia, el cuerpo de un país desconfiado e incrédulo, pero con todas las razones para serlo. En el gremio de la salud, que nadie niega que en su mayoría se han echado al hombro todas las dificultades de una pandemia compleja, entregando en muchos casos su propia vida, hay quienes traicionan el mandato hipocrático y el alto valor de su profesión y la calidad humana de su comunidad; no son pocos los casos de personas que denuncian el ingreso de enfermos con afecciones ajenas al COVID, pero fallecidas y diagnosticadas con el virus.

No se olvida que el gobierno, que pagaba un rubro por UCI ocupada con paciente COVID, tuvo que cambiar las reglas de juego y pagar por cama vacía, debido a las dudas que se generaban con la diagnosis. Es un espectáculo deprimente ver las salas de vacunación llenas de pacientes con acompañantes que graban el procedimiento y toman foto de la ampolleta por el temor de que apliquen inyecciones vacías. Ahora, sí hay personas en el personal de la salud que son profesionales, maduros, acostumbrados al trabajo y con mayor sensibilidad y humanidad, y aun así existen algunos que arriesgan, toman y juegan con la vida de pacientes, qué podíamos esperar de soldados hambrientos, mal pagos, presionados y emocionalmente inmaduros, en montes agrestes.

Nada de esto justifica atentar contra la vida, pero explica la facilidad con lo que se produjo. No se puede asegurar que el caso de Fundación sea un falso positivo, pero sí acudimos al espectáculo de nuestra negativa, pero bien fundamentada idea de la moral y la ética en el país. Urge, como hace siglos urge, una moralización para poder continuar, la corrupción ha tocado lo que se creía intocable y hemos descendido más allá de lo que se podía descender, corremos desesperados con un muerto por las calles, en una madrugada, enloquecidos de llanto e indignación y sin poder revivirlo. La paz de los vivos se aleja cada vez que alguien antepone la ambición por encima de la vida.

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