Duque vs. Petro: se reedita la polarización centenaria

Duque vs. Petro: se reedita la polarización centenaria

Con la derrota de Sergio Fajardo en las urnas, las continuidades se prolongarán. La polarización y las formas tradicionales de hacer política triunfaron, para mal del país

Por: Jorge Enrique Esguerra Leongómez
junio 12, 2018
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Duque vs. Petro: se reedita la polarización centenaria
Foto: Las2orillas

La “fuerza de la esperanza”, que encarnaba la campaña de Sergio Fajardo, estaba fundamentada en que se debía derrotar al puñado de castas políticas que por décadas han enfrentado y dividido a los colombianos, mientras agencian el más tenebroso episodio de corrupción y de atraso en todos los órdenes de la vida nacional. Por eso, la Coalición Colombia congregaba a la ciudadanía en estas elecciones a defender un programa que apuntara a la reconciliación, única forma en que, desterrando la pugnacidad enquistada en las conciencias, pudiéramos desterrar las maneras clientelistas para llegar al poder y, por ende, las formas corruptas de gobernar que ya han “llenado la taza”, según las propias palabras de Fajardo. Y apuntaba a la educación, basada en principios éticos, como el pilar sobre el que se debía construir la unidad para la transformación social, libre de manejos infectos. Esa era la propuesta alternativa que se diferenciaba sustancialmente de las demás, y provenía de fuerzas que nunca han sido convivientes con las prácticas tradicionales de hacer política, aquellas con la que gobernó Fajardo después de haber derrotado con votos limpios a las maquinarias de Medellín y de Antioquia.

Por el contrario, los demás candidatos desarrollaron su campaña reeditando las viejas disputas centenarias, aquellas que confrontaron a liberales y a conservadores y más recientemente a Uribe y a Santos, con toda la carga de agresividad y de fanatismo que han fraccionado incluso el seno de las familias. Porque evidentemente competían los protagonistas de la última y pendenciera reyerta, los auspiciadores del SÍ y del NO en el plebiscito por la paz, profundizando aún más las trincheras opuestas de un propósito que debía ser de consenso nacional, y no un nuevo motivo para la discordia y la beligerancia. Y desafortunadamente así comenzaron los comicios, llamando a los dos bandos a aglutinarse en esos dos extremos, prolongando el errático señuelo de que la paz es el fiel de la balanza, y por lo tanto que quienes apoyan el proceso debían ser incondicionales con el gobierno de Santos y que quienes lo rechazaban debían anhelar al del expresidente Uribe.

Pero como el devenir político es caprichoso y también las fuerzas que apoyaban a Santos no avanzaban debido a su desprestigio, el extremo opuesto al uribismo lo fue llenando de forma oportunista Gustavo Petro, con la misma impronta de la división, la confrontación altisonante y el miedo, y nuevamente poniendo a la paz como la definitoria en esta contienda. Pero ante ese escenario en que la polarización y las formas tradicionales de hacer política marcaban no las transformaciones sino las continuidades, no es sorprendente que avanzara su rechazo, poco a poco, con profunda convicción y con la esperanza puesta en el principio de la ética. Así, la Coalición Colombia con Sergio Fajardo logró ubicarse, con 4,6 millones de votos, muy cerca de pasar a la segunda vuelta, lo que hubiera significado una competencia distinta, no entre dos fuerzas antagónicas pero similares en su accionar basado en la manipulación por el miedo, el todo vale y el caudillismo, sino en una inédita en que la ciudadanía las combatiera con la unidad de principios éticos.

La “fuerza de la esperanza” salió derrotada, pero inmediatamente los dos ganadores pretendieron atraerla a sus filas, animados con que ese inmenso porcentaje electoral (24%) podría engrosar fácilmente su cauda de agravios y de aprehensiones, para lo cual posaron con un lenguaje menos extremista con fines de conveniencia política. Así, muchos han resuelto apoyar a Petro, con toda seguridad cayendo en el anzuelo del miedo a Uribe, como también otros se unen a Duque por el pánico a Petro. Vuelve a jugar el ‘voto en contra’ o la lógica ingenua del ‘menos malo’, igual que todas las que han definido la presidencia de Colombia durante un siglo. Y cuando la convicción nos dice que no votamos por ninguno de los dos porque no confiamos ni en ellos ni en sus promesas, y por eso escogemos el voto en blanco, tal como lo anunciaron Sergio Fajardo y Jorge Enrique Robledo, entonces el matoneo fanático de los dos lados se vuelve contra los “tibios”, e incluso se ha llegado a criminalizar esta posición fundamentada en el convencimiento. Pareciera que fuera fácil entender que quienes no comulgamos antes del 27 de mayo con ninguno de los dos extremos estemos hoy siendo coherentes con nuestro proceder, pero la realidad está demostrando que priman la incomprensión, la intolerancia y la conveniencia.

Y vuelve el gancho de la paz a imponerse como chantaje. Se proclama que Gustavo Petro es quien aglutina ese anhelo, y que Iván Duque representa su frustración, reeditando la farsa demagógica que oponía a Zuluaga-Uribe contra Santos-Vargas Lleras hace cuatro años. Una farsa, porque hoy tenemos a todas las fuerzas del uribismo (Uribe, Pastrana y Ordóñez) y del santismo (Santos, Vargas Lleras y Gaviria) unidas en torno a Duque, evidenciando que la paz y la guerra son pretextos para dividir a los colombianos, mientras ellos se enfrentan o se amangualan movidos solo por el beneficio de las maquinarias y la mermelada.

Pero por el lado de Petro las prácticas politiqueras no están ausentes. Además del amañado estilo de contratación en la alcaldía de Bogotá en que el 96% se hizo a dedo, recordemos que el candidato de la Colombia Humana ha actuado siempre según sus oportunos intereses mezquinos, como cuando votó en 2008 por un fanático religioso (Alejandro Ordóñez) a la Procuraduría, o cuando pactó hace ocho años con el candidato triunfante, el que puso Uribe (Santos), traicionando a su propio partido, el Polo Democrático Alternativo. Y después, como alcalde de Bogotá, agitando el subterfugio de la paz, apoyó la reelección de Santos en las dos vueltas del 2014. Entonces, quienes vemos la posibilidad de que Petro recurra de nuevo al “acuerdo sobre lo fundamental” con sus supuestos opositores, tal como lo anunció incluso con Vargas Lleras y que pretenda “cogobernar” para alternarse el poder en torno al presupuesto, como el que le propuso a Fajardo pero que este rechazó, no nos queda otra opción que la que nos da la posibilidad del voto en blanco. Porque con el triunfo de cualquiera de los dos candidatos se reeditará la polarización centenaria, se seguirá dividiendo al país para manipularlo con el pretexto de la paz o con cualquier otro, y se profundizará la intolerancia hacia quienes nos oponemos a que las continuidades se perpetúen, para mal del país.

 

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