Duque se metió con la juventud y se jodió
Opinión

Duque se metió con la juventud y se jodió

Para que la juventud de hoy no haga una trágica lectura de la crisis, como la que hicimos los jóvenes de 1977, debe alcanzar logros positivos, reales

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mayo 12, 2021
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Ya sabemos que fue la juventud la que le armó este tierrero al más joven e inmaduro presidente de Colombia, el que pasó de organizador de eventos culturales de artistas latinoamericanos en Washington –como asistente del director ejecutivo de BID– a asistente del dueño de esa inmensa finca del Ubérrimo en que querían convertir a Colombia. La juventud dijo ¡basta ya! y pintó de esperanza el futuro.

La irrupción de este movimiento de masas, que sólo tiene antecedentes cercanos en el Paro Cívico de 1977, pilló descolocados a todos los actores sociales, a las instituciones y al poder.

La arrogancia de los muchachos neoliberales, comandados por Carrasquilla, los llevó a querer pasar todo el costo económico de la pandemia y de la sucia reforma tributaria de 2019 –la que desfinanció al Estado para enriquecer más a los que impusieron a Duque– a los sectores populares y clases medias. Pero la reforma tributaria del 2021 fue solo la chispa. Se equivocan de raíz quienes creen que la crisis fue por errores de comunicación y de momentum, como dice el FMI. O porque Duque es idiota, como dice Hernando Gómez Buendía. ¡Por favor! Eso es creer que la guerra de independencia se dio por el florero de Llorente.

Hay quienes sospechan que la dramática crisis social, económica e institucional que vive Colombia fue un plan perfectamente diseñado por Uribe, para provocar un autogolpe y escalar la guerra, por miedo a las elecciones de 2022… Tampoco. Uribe es astuto pero no es brillante. Y sabe que ganó Biden, no Trump. De hecho esta crisis está reduciendo el uribismo de “embrujo autoritario” a secta mesiánica, con el desprecio de la comunidad internacional.

Los sectores de “centro” y del “pantano” (parecidos pero distintos) también fueron pillados descolocados. Llamaron a evitar las concentraciones de masas por la pandemia y a que mejor se reunieran Duque-Uribe con ellos y todo pasito. A lo “gatopardismo”, que todo cambie para que nada cambie.

Petro también se confundió de entrada. Proclamó que se trataba solo de tumbar la reforma de Carrasquilla y a Carrasquilla. Luego corrigió y se vistió de estadista. Para no dar papaya.

La insurgencia, por fortuna, quedó más descolocada que siempre. No alcanzó a subirse al bus. Por fortuna.

Es que este estallido de masas y de calle no habría sido posible sin el Acuerdo de Paz, sin la legitimidad y autoconfianza que la juventud, los indígenas y sectores populares han logrado, a pesar de los disparos del uribismo contra el proceso.

Las Fuerzas Armadas en especial estaban desalineadas. No alcanzaron a adoptar la “Doctrina Damasco” y mantienen la del “enemigo interno” de la época de la guerra fría y de antes del Acuerdo de Paz: todo el que proteste es terrorista, comunista, enemigo de la patria. Y tuvieron que improvisar alianzas con el paramilitarismo urbano en Cali, ese que desde sus camionetas de traquetos mata indios gritando “indios hijos de puta” y se autograba y difunde en redes su racismo. “Así no es”, les grita su patrón y el chileno fascista, el señor López, les explica: se trata de Revolución Molecular Disipada.

Lo cierto es que cuando el estallido de masas del Paro de 1977, las juventudes de entonces hicimos una lectura errada: creímos que el tiempo de la insurrección había llegado. Unos se fueron para el monte y otros nos quedamos esperando la insubordinación urbana. La respuesta fue la masacre liderada por Turbay y su Estatuto de Seguridad que, desde entonces, ha hecho de la democracia una mueca.

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La movilización de masas no es liderada por partido alguno, ni central sindical y menos por la insurgencia

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Lo diferente hoy es que la movilización de masas no es liderada por partido alguno, ni central sindical y menos por la insurgencia. Más importante: no existe ahora un referente ideológico, partidista o religioso que cautive a la juventud. Tal vez por eso todos quedaron (quedamos) descolocados.

Esta movilización se caracteriza por lo fragmentada, lo dispersa, lo heterogénea. Los jóvenes se agrupan por parches, combos, mingas, colectivos, plataformas, núcleos, comités, redes… Se convocan por WhatsApp y otras redes. Se autorreconocen en la marcha por el uniforme del colegio, el grupo de estudios de la U., porque son NiNi, ni estudian ni trabajan, se reclaman putas, maricas, afros, indígenas, de Siloé o de Puerto Resistencia, animalistas, ecologistas, feministas, teatreros, deportistas, caminantes. Como dice Hernán Darío Correa, son hijos de los 8.000.000 desplazados que ha dejado la guerra. Sí, tienen rabia e indignación por el mundo que heredaron. No tienen un gran proyecto de futuro, apenas luchan por sobrevivir al hambre, al desempleo, a la pandemia, a la desesperanza. Tienen que encontrarse en la calle para amar. Para no olvidar.

Sería injusto desconocer que en este paro también participan obreros, empleados, funcionarios, campesinos, camioneros, sí, pero estamos hablando de los jóvenes, por ahora.

Nadie lee los editoriales de El Tiempo y menos de Semana (¿recuerdan Noticolor?). Los expresidentes no son muebles viejos sino vejestorios desconocidos y despreciados. Los partidos políticos aparecen como empresas electorales desprestigiadas y corruptas, a los ojos de los marchantes. La democracia les suena a impunidad para la corrupción y para los 6.402 falsos positivos. Y ese relato asusta al viejo poder, patriarcal, blanco, señorial, muy macho, a lo Trump.

El general grita ¡Ajuaaaaa! y los muchachos se ríen. Él se emputa y los muchachos hacen de eso un canto. El Esmad, creado para combatir al enemigo interno, terrorista, se enfrenta a grupos de jóvenes que son música y canto y danza y teatro y cuerpos desnudos que gritan “A parar para avanzar…” Hay que criminalizar la protesta. Llamarla “terrorismo urbano”, castrochavista, pero ya no están de moda los falsos positivos, no lucen, y en las ciudades siempre hay una cámara oculta que no oculta.

Los más complejos señalan que en Colombia asistimos también a una crisis de transición civilizatoria y del capitalismo abismal, como dice Boaventura de Sousa Santos: “El neoliberalismo no muere sin matar, pero cuanto más mata más muere. Lo que está pasando en Colombia no es un problema colombiano, es un problema nuestro, de las y los demócratas del mundo.”

Por ahora el movimiento juvenil y social ha logrado desmontar dos matachos: la reforma tributaria de Carrasquilla y la compra de aviones para una guerra con Venezuela. Pero esos son logros precarios, por sustracción de materia. Para que la juventud de hoy no haga una trágica lectura de la crisis, como la que hicimos los jóvenes de 1977, debe alcanzar logros positivos, reales, tangibles. Como los muy sencillos que proponen los jóvenes de Puerto Resistencia en Cali.

 

Adenda:

  1. La única estatua que me importa respetar es la que se erija, en cada plaza, al joven Lucas Villa.
  2. El duque encomendero, convertido en Duque Presidente, ordena a los indios meterse al resguardo. Salen los sicarios a cazar indios en la "guajibiada" de siempre, por las calles de Cali. El racismo en el origen y continuidad del conflicto armado. SOS Colombia.
  3. La Fundación Ojo de Agua me invitó a responderle preguntas improvisadas a 11 niños y niñas de entre 8 y 14 años: estas fueron, textualmente, sus inquietudes:

¿Por qué la Reforma Tributaria si el gobierno tiene tanto dinero?

¿Por qué están matando a los líderes sociales?

¿Por qué nos mienten los medios de comunicación?

¿Qué es economía?

¿Es verdad que hay una mujer negra que se va a lanzar de presidente, y qué piensa que va a pensar el país de eso?

¿Qué es el Esmad y por qué atenta contra los jóvenes?

¿Qué están pidiendo los jóvenes en este paro?

¿Qué es una guerra civil?

Por esas preguntas, estoy seguro, ¡habrá futuro!

 

 

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