Después de la vida
Opinión

Después de la vida

Ya vendrán días mejores y por ahora nos haría bien a todos un poco de silencio

Por:
mayo 03, 2020
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Tony era un tipo cualquiera. Cincuenta años o algo parecido. Vivía con su esposa Lisa en una casa de ladrillos marrones ubicada en uno de los extremos de un estrecho y nublado pueblo de Inglaterra llamado Tambury. Su padre, un tipo cálido y presente, los visitaba con frecuencia y mientras jugaba cartas con su hijo, no ocultaba su paternal fascinación por su nuera. La vida de Tony transcurría sin sobresaltos o antecedentes apremiantes. Incluso, compraron una mascota: una juguetona perrita que se convirtió en la adoración de la pareja, a pesar de los estragos que causaba. Todo estaba en su lugar, y en su hora, hasta que  la vida de Tony se estremeció con dos bofetadas: el cáncer de su esposa y el Alzheimer de su padre. Mientras el anciano se perdía -de a poco- en la yerma tempestad del olvido, Lisa, la esposa agonizante y sonriente, grabó algunos videos con una cámara casera desde la clínica: sabiendo que Tony -hecho pedazos y llantos- no sabría cómo vivir sin ella y que, conociéndolo, desbordaría su irónica personalidad contra el mundo.

“After Life” (Después de la Vida) la última obra televisiva del genial comediante británico Ricky Gervais (que ya tiene segunda temporada en Netflix), es un cuidadoso retrato de un hombre doblegado por la tristeza e incapaz -por el revés de la muerte y la enfermedad- de seguir adelante.  Su vida, con la pérdida de su esposa, y la silenciosa enfermedad de su padre, se ha convertido en un sin sentido que lo conduce a la inevitable decisión de suicidarse. Y mientras suma el valor para hacerlo, se enfrenta con todos sus conocidos -y quien se atreva a aparecer en sus alrededores- con la rabia mordaz y cómica de un inglés defraudado y herido. La virtud de Gervais es construir una historia en la que se ríe con la misma facilidad con la que se llora: una representación más que justa de la experiencia humana.

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Sus compañeros de trabajo, su cartero, su padre y una prostituta ocurrente, le enseñan lo irrefutable: nadie es el dueño del dolor en el mundo

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Con el paso de los días, y puesto en marcha la estrategia de Tony de destruirse a sí mismo y destruir a los otros, va reconociendo -de a poco- una verdad absoluta que le causa un solaz pasajero: la inevitable presencia del dolor en la vida de todos los demás. Sus compañeros de trabajo, su cartero, su padre y una prostituta ocurrente, le enseñan lo irrefutable: nadie es el dueño del dolor en el mundo. No existe tal monopolio. De esta forma, y al reconocerse en la aflicción de los otros Tony comprende la naturaleza de su pena y -sin que medie una epifanía instantánea- va concibiendo una vida posible y eventual, distinta por supuesto a la que anhela todos los días, pero al fin a cabo una vida vivible.

No obstante, Gervais es incisivo a la hora de fijar otra de sus premisas, la que extiende y contrae a lo largo de cada episodio, el derecho de cada quien a sentirse triste: cómo, cuándo y dónde se quiera. Aunque Tony no descarta la posibilidad de aliviarse algún día, asume con entereza el hecho de que sigue sumergido en la tristeza y el dolor y además, que su luto es tan íntimo  y especial, como lo fue su amor por Lisa. Nadie lo entiende y lo dimensiona, y nadie debería osar pronunciarse -u opinar- sobre su duelo.

En todo caso, la moraleja detrás de la ficción del comediante inglés no podría ser más pertinente y considerada con la extraña realidad que afrontamos. En la actualidad proliferan algunos consejeros del dolor ajeno que posan de chamanes sentimentales, difundiendo obviedades -y uno que otro recurso mágico- por redes sociales para que los demás -su público- se obliguen a sentirse mejor; casi siempre asumiendo la incertidumbre de nuestros días con un optimismo ligero y condescendiente. Hacen llamados a la reinvención (lo que sea que esto pueda significar, si es que significa algo) como si fuéramos mecanismos de armar y desarmar o algún artefacto con un botón oculto de prendido y apagado. Afortunadamente, los humanos no funcionamos así. Estos influenciares de las emociones humanas, buscan aliviar al mundo con su azucarada sabiduría y sonrisas postizas, causando más daño que favor, al no permitir que cada quien, y de la forma que considere adecuada atraviese esta situación anormal -esta breve muerte del porvenir- como bien les parezca; a su tiempo y con su ritmo. Tarde lo que tarde la vida continuará.

Ya vendrán días mejores y por ahora nos haría bien a todos un poco de silencio. En eso también consiste la compasión.

@CamiloFidel

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