Bitácora de un mediocre

Bitácora de un mediocre

El despertador ha sonado tres veces y el holgazán no se ha desperezado. Se revuelca con parsimonia cual sanguijuela a la que le han espolvoreado sal

Por: Lizandro Penagos Cortés
octubre 30, 2023
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Bitácora de un mediocre

La progresiva degeneración de la especie humana se percibe claramente
en que cada vez nos engañan personas con menos talento.

Charles Darwin

El despertador ha sonado tres veces y el holgazán no se ha desperezado. Se revuelca con parsimonia cual sanguijuela a la que le han espolvoreado sal en toda su humanidad. (Disculparán ustedes mi insuficiencia metafórica, pero como en ningún otro ser, en el mediocre la pereza es la madre de todos sus vicios, que también practica a medias). Su madre –la de él claro está–, responsable en buena medida de la condición de su vástago, ha alistado con esmero la ropa de marca que lucirá el inservible y ha preparado con cariño el desayuno frugal y equilibrado del bueno para nada.

Su padre –el de él por supuesto– responsable del engendro y solidario patriarcal, considera una afrenta que su muchacho deba madrugar para clase de 8:00 a.m. por lo que llegará tarde a la oficina para llevar a su pela’o a la U –que paga con inconfesable sacrificio–, para que el camaján no deba sufrir las peripecias de utilizar el transporte público de la ciudad, una ciudad en la que están de paso porque se merecen un mejor vividero –Miami, obviamente– que el cagadero en el que están de manera apenas provisional y circunstancial.

El pequeñín, que ya cumplió 20 años –vapea, rumbea y tiene sexo a discreción con una chica réplica de su mamá–, duró hasta la madrugada conectado al aparato más inteligente que él, que les costó a sus papis lo de tres cuotas del apartamento que pagan hace justo 20 años, cuando concibieron –después de una rumba electrónica– al que no los va a sacar de pobres. Chateó y posteó cuanta estupidez lengua mortal decir no puede y no tiene idea de lo que hará en la clase cuando le pregunten lo que no sabe o recojan los trabajos que no ha realizado. No cabe duda que siempre está en su mejor momento: no actúa.

Es lunes, un día que siempre debería ser festivo para el gaznápiro en cuestión. Repite desayuno con frituras varias en la cafetería de la U para debatir de forma superflua con Nati, Pati, Lau, Pau, Sebas, Pipe y toda la recua de congéneres, si entrar o no a esa mierda: la primera clase. Están atosigados de trabajos a los que no responderán y cuya ausencia o falta no tendrá absolutamente ninguna repercusión. Otra semana del tortuoso privilegio de estudiar. Una más de las desgracias que comparten en la que consideran es la vida miserable que les ha correspondido vivir. Una vida más digital y virtual, que física y real.

No van ni siquiera en la cresta de la implacable ola de la mediocridad, sino arrastrados como los camarones dormidos –me disculparán de nuevo– por la rutina académica que en rigor no les enseña, pero los engaña con mucha clase, con mucha palabrería que justifica el negocio. La exigencia es exigua pues el cliente siempre tiene la razón y ese dinero no puede dejarse ir. Tratados entre algodones, avanzan en su carrera de medianía sin tomar apuntes, sin participar, sin realizar trabajos individuales, colgándose de los trabajos en grupo y siguiendo con la idea de que una palanca vale más que cualquier sacrificio.

El día terminará con un cónclave del parche para definir la salida nocturna de la media semana. Algo suave: cena y un par de cocteles. Mañana será martes y deberá estar claro el argumento para requerir dinero a los dadores. No ostentan ningún talento académico, pero su virtuosismo en las redes y la destreza con la que manejan su aparato, les permite una habilidad logística sin precedentes para organizar cualquier cosa que no sea estudiar. El regreso a casa es por cuenta propia y si no hay amigo con transporte, tocará untarse de pueblo y quemar los últimos cartuchos de la loción ‘chiviada’ que porta como elixir unas veces y, en este caso, como repelente. La jornada fue terrible, al fin y cabo que más se puede esperar de un día en el que hay que levantarse.

Papá tiene pico y placa. La desgracia es infinita. Mamá, reunión con las damas de la caridad de las que espera algunos réditos. Está abandonado, echado a su suerte, solo en este mundo. Suena providencial el teléfono móvil y el milagro emerge como epifanía: ¡No hay clase! El listado de trabajos es copioso, pero decide dormir otro rato. Se despierta a las 12:00 m. No hay almuerzo. Papi ha recargado Nequi. Pide un domicilio. Reanuda la maratón de Netflix que ha iniciado la noche anterior. Cae la tarde y el gimnasio espera. Es vago pero vanidoso y narciso. Otro día que pasa sin pena y sin Gloria, su mamá.

Llegar al miércoles sin ninguna exigencia real es una proeza para este bobalicón que considera que su vida marcha como debiera. Ahí va, con su incompetencia y sin cumplir ninguna obligación a cabalidad, más que amontonar días. En adelante es bajada, sólo le queda el jueves. El viernes para él no cuenta como día académico. Comienza el fin de semana y el ciclo se repetirá con alguna variación producto de una contingencia que ponga algún sobresalto a su rutina de tedio, modorra y mediocridad. No hay ámbito libre de mediocridad: académico, político, deportivo, jurídico, popular, económico, mediático o cultural. Todo es igual y ojalá usted sea parte de la excepción, de la inmensa minoría.

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