Bibliotecas universitarias fómites: otra realidad dantesca de la pandemia

Bibliotecas universitarias fómites: otra realidad dantesca de la pandemia

En las bibliotecas los libros pueden ser portadores del virus, lo que es un serio peligro para la salud pública. ¿Qué harán los departamentos de bibliotecas?

Por: Carlos Eduardo de Jesús Sierra Cuartas
septiembre 23, 2021
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Bibliotecas universitarias fómites: otra realidad dantesca de la pandemia
Foto: Pixabay

Un fómite es cualquier objeto o sustancia carente de vida que, si se contamina con algún agente patógeno viable, sean bacterias, virus, hongos o parásitos, es capaz de transferir dicho patógeno de un individuo a otro. Por ejemplo, las células de la piel, el pelo, las vestiduras y las sábanas son fuentes comunes de contaminación en los hospitales. Pero, claro está, los hospitales no son los únicos escenarios a este respecto. También, conviene no perder de vista las librerías y las bibliotecas habida cuenta de que los libros son de esos objetos que suelen manosear las personas que asisten a tales lugares. Y, naturalmente, resulta bastante complicado desinfectar a fondo un libro dado el riesgo de dañarlo.

Ni se diga si reparamos a este respecto en las bibliotecas universitarias en el actual contexto de pandemia, sobre todo en aquellas de las universidades públicas, en las cuales no suele contarse necesariamente con todos los medios necesarios para garantizar que los libros estén libres de agentes patógenos de diversa índole. Por tanto, en las bibliotecas universitarias, los libros entran en la categoría de los fómites, lo cual entraña un serio peligro en materia de salud pública con motivo del préstamo de libros que los usuarios suelen llevar a sus casas para fines de estudio o investigación.

Esto resulta aún más irónico en nuestro tiempo dada la amplia proliferación, se supone, de los formatos electrónicos de diversa índole y las herramientas brindadas por la inteligencia artificial. Por desgracia, las bibliotecas universitarias nuestras aún distan sobremanera de brindar un óptimo servicio en lo concerniente al uso extendido e irrestricto de los recursos electrónicos, máxime cuando no toda la población cuenta con la Internet y están de por medio los intereses crematísticos e inconfesables de las editoriales, tan imbuidas del espíritu nefasto de Mammón.

A guisa de ejemplo, mencionaré el caso del Departamento de Bibliotecas de la Universidad Nacional de Colombia. En principio, el mismo, diríamos, parece contar con un diapasón variopinto de recursos electrónicos entre revistas, libros y otros formatos. Empero, el principio de realidad nos pone un frío cable a tierra al momento de hacer uso de los mismos, puesto que, a la hora del té, en una sesión típica, queda restringida la capacidad de descarga a un tope de 200 megas, lo cual no suele ser mucho si se trata de textos que abundan en gráficos, ilustraciones e imágenes.

Para colmo de la ironía y el irrespeto, si nos dejamos llevar por el entusiasmo como consecuencia de nuestro amor al conocimiento, nos puede caer encima todo un sambenito que reza más o menos así: "Su cuenta ha quedado suspendida en forma temporal". ¿Qué significa esto? Sencillamente, que ha entrado en escena la defensa de los sórdidos intereses de las editoriales, las cuales ven con horror el acceso libre e irrestricto a los libros, revistas y demás categorías de textos. En el actual contexto de pandemia, esto es harto irónico por cuanto, entre los factores que han permitido sin la menor duda contar con diversas vacunas en un tiempo récord, figura de manera significativa el acceso libre e irrestricto a las fuentes de información por parte de investigadores ubicados por todo el mundo.

En muy marcado contraste, cabe señalar los recursos electrónicos brindados por otro tipo de organizaciones, concebidas para que la comunidad intelectual y científica de la Tierra comparta con generosidad materiales de diversa índole. Por mencionar unos cuantos ejemplos al respecto, están The Internet Archive, Academia.edu y ResearchGate. En Latinoamérica, botón de muestra, cabe señalar la amplia disponibilidad de publicaciones electrónicas del Clacso para su descarga gratuita. Al fin y al cabo, como parte de la buena cultura científica, está el afán por compartir y divulgar. Pero, claro está, la buena cultura científica tiende a escasear en países como el nuestro, al punto que, parafraseando a José Ortega y Gasset, resulta más fácil encontrar un torero en Alemania que un filósofo en Colombia. Ni se diga esto cuando las universidades nuestras están tan imbuidas en la lógica crematística neoliberal. Poderoso caballero es don Dinero.

Por consiguiente, entre las restricciones para el uso de los recursos electrónicos y la precariedad de medios para mantener desinfectados los libros ubicados en los anaqueles, resulta inevitable cuando menos que las bibliotecas de las universidades públicas adquieran un carácter inevitable de fómites, máxime que tampoco faltan los episodios de mala atención a los usuarios por parte de la burocracia correspondiente, en la que queda incluida así mismo una más que dudosa nómina paralela que dispara en grado sumo los gastos concomitantes, los cuales bien podrían tener un mejor destino.

Para concluir, diré lo siguiente: en los tiempos que corren en el mundo, ante los avances notabilísimos de la inteligencia artificial y la existencia de un diapasón variopinto de bibliotecas electrónicas y bases de datos con una oferta gratuita de millones y millones de textos y documentos que permiten nutrir múltiples actividades de docencia e investigación, en especial cuando están respaldados por licencias del tipo Creative Commons, sin fines de lucro, cabe preguntarse con objetividad extrema para qué rayos existen departamentos de bibliotecas en las universidades.

Justamente, si algo ha demostrado con tozudez el año y medio que llevamos de pandemia es el hecho incontestable que las bibliotecas de marras son prescindibles por completo. Para muestra un botón, mis propios cursos están apoyados en un ciento por ciento en el uso de fuentes con materiales de libre acceso como las señaladas. Al fin y al cabo, la ciencia es ecuménica por excelencia, es para todos, por lo cual resulta más que ridículo e indecoroso pretender que un departamento de bibliotecas de universidad le haga el juego mercachifle a las editoriales del primer mundo.

Por así decirlo, desde la época colonial, ya pagamos por adelantado y con creces, desde el Fondo Monetario Indoamericano, los derechos de acceso a la información mundial gracias a todas las riquezas que nos expoliaron las potencias coloniales, expoliación que todavía continua al fin de cuentas. Por lo demás, entretanto, solo está estar pendientes en el futuro inmediato acerca de las cifras de contagio de covid-19 a causa de tantos y tantos libros fómites.

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