El neoliberalismo cambió de rostro pero no de esencia

En el nuevo neoliberalismo, los derechos no desaparecen: se vuelven negocios. El Estado ya no se retira, sino que subsidia al mercado

Por: Jassir Hernández Castilla
octubre 27, 2025
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El neoliberalismo cambió de rostro pero no de esencia

El nuevo rostro del neoliberalismo: más Estado, más mercado, menos derechos

Durante décadas, el neoliberalismo se asoció con privatizaciones, dictaduras militares, recortes al Estado y empobrecimiento generalizado. Sin embargo, esa visión simplificada mezcla mitos y realidades de dos fases distintas del mismo fenómeno económico y político.

Las dos etapas del neoliberalismo

La primera, iniciada hacia 1980, tuvo su auge en 1995, marcada por las reformas estructurales, las políticas de shock y la apertura económica. La segunda, vigente desde los años 2000, corresponde al nuevo neoliberalismo o “capitalismo político”: una versión más sofisticada, basada en la mercantilización de los derechos y la cooptación del descontento social.

Del fordismo al postfordismo

El neoliberalismo está íntimamente ligado al postfordismo, un modelo de producción globalizado que reemplazó la concentración industrial por redes de módulos productivos deslocalizados. En este esquema, Asia —con China, Taiwán, Malasia y Singapur— se convirtió en el gran taller del mundo.

China ha continuado el desarrollo capitalista, desdibujando la antigua división centro–periferia. En su lugar, surge una estructura global-local, donde incluso los países centrales tienen sus propias periferias.

El caso colombiano

En Colombia, la primera fase neoliberal se expresó en la venta de activos estatales y la privatización de servicios públicos. Esto debilitó la competencia internacional y precarizó el empleo mediante la externalización laboral. El consumo se sostuvo a crédito, mientras la movilidad social se estancó.

Hoy, el 67,5 % del PIB colombiano proviene de servicios, en su mayoría de bajo valor agregado (BPO, no KPO). Esa dependencia genera agotamiento neurofisiológico en los trabajadores y una cultura de escape basada en gimnasios y espectáculos masivos.

El mito del “Estado mínimo”

El nuevo neoliberalismo no busca reducir el Estado ni eliminar el gasto social. Por el contrario, lo expande y redirige hacia el sector privado mediante subsidios, bonos, concesiones y alianzas público-privadas. Los derechos fundamentales no desaparecen: se convierten en negocios.

En salud, los fondos públicos se canalizan hacia operadores privados. En educación, programas como Ser Pilo Paga y Generación E trasladaron recursos estatales a universidades privadas, fomentando el endeudamiento estudiantil a través del ICETEX.

Incluso en cultura y transporte, la lógica es la misma: recursos públicos, gestión privada y resultados desiguales. En vivienda, los subsidios benefician más a constructoras que a familias, perpetuando el endeudamiento y la informalidad.

Un Estado cooptado

Lejos de reducir el aparato estatal, el nuevo neoliberalismo lo amplía y precariza. Multiplica las empresas autónomas y las ONG que externalizan funciones públicas bajo un nuevo clientelismo laboral. El resultado es un Estado activo, pero capturado por intereses privados.

En política, el objetivo no es dominar, sino administrar el descontento. Las instituciones convierten los conflictos sociales en tensiones de baja intensidad. Así, la democracia funciona como mecanismo de contención y cooptación.

La protección del capital

En el plano financiero, los Acuerdos de Basilea y las calificadoras de riesgo garantizan la protección global de las inversiones. Aunque no son vinculantes, su poder disciplinario obliga a los Estados a priorizar la estabilidad del mercado sobre el gasto social.

En los recursos naturales, las concesiones mineras permiten deducir regalías como costos de producción, reduciendo la tributación empresarial. En las universidades públicas, la “autonomía” sirve para justificar la externalización docente y la desigualdad salarial.

El triunfo del nuevo neoliberalismo

Pese a los discursos de cambio, casi todos los gobiernos latinoamericanos —de izquierda o derecha— han mantenido estas políticas. Lo que cambió no fue el modelo, sino su forma: un capitalismo político donde la mercantilización de la vida cotidiana y la mediocridad generalizada reemplazan al viejo individualismo del fordismo.

Como dijo Joseph Stiglitz en entrevista con La Silla Vacía, “el modelo neoliberal fracasó”. Tal vez sí, pero solo para renacer bajo una forma más profunda y eficiente.

El viejo neoliberalismo murió; uno nuevo, más sofisticado, sigue vivo y dominante.


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