Tito Puente a todo timbal
Opinión

Tito Puente a todo timbal

Noticias de la otra orilla

Por:
octubre 22, 2016
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Las lluvias inclementes de estos días en el Caribe me obligaron a orear mis viejos discos de acetato enmohecidos por la falta de uso y la humedad. Uno de ellos se me cae cuando atravieso el patio apurado por el peso de un enorme paquete, y cuando me devuelvo a recogerlo resulta ser este que empieza a girar en mi memoria: My fair lady goes latin de Tito Puente.

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Y empezó la música a iluminar esa tarde. Y Tito a hacer de las suyas. Yo creo que si bien Tito Puente no fue la presencia más importante en el panorama de la música Latina de los últimos cincuenta años, si fue, en cambio, sin duda alguna, el intérprete, compositor, arreglista y showman más notable e impactante de ese mundo, debido a esa manera absolutamente personal y efectiva de moverse en los ambientes más estratégicos de la compleja vida social y cultural de Nueva York, en la que casi siempre andaba en plan protagónico con su personalidad talentosa hecha música en un par de timbales, que con el tiempo fueron cuatro o cinco, al frente de su gran orquesta, en fiestas y reuniones con primerísimas figuras de la política, el arte y los negocios, sobresaliendo con su histriónica bacanería, sentido del humor, su generosidad y su vivaz temperamento.  O encendiendo en grandes duelos orquestales los monumentales salones de bailes de Nueva York en cuyas pistas muchas veces podían verse apretujadas más de dos mil parejas entregadas al fragor rítmico de la cosa latina.

Desde muy temprano desarrolló un gran olfato para aprovechar las oportunidades artísticas y comerciales que le iba ofreciendo el medio y a vivir y trabajar con una pasmosa capacidad de adaptación y vigencia que le permitió sobrevivir a las modas musicales y a los difíciles procesos del paso del tiempo en el negocio de la música.  Y porque siempre “estuvo en algo”, pudo darle a su imagen personal y a la de su gran orquesta el privilegio de estar siempre en los primeros lugares de popularidad no sólo en los Estados Unidos sino en el mundo hispano, gracias a una permanente dinámica de promoción y figuración que lo sostenía en la palestra tocando su música, y presentando, además de sus propias creaciones, y versionando los grandes temas pertenecientes a la música clásica, al jazz, y a los éxitos de las grandes bandas sonoras de las películas taquilleras del momento.

Así se cuentan sus arreglos y versiones de la Danza ritual del fuego de Manuel de Falla; Brasil; Carioca; y Wave, de la corriente de la bossa nova; El último tango en París,  asociado a la mítica figura de Brando, con quien se cruzó en más de una ocasión en las grandes rumbas del Palladium; La canción del trabajo,  el gran éxito de los hermanos Adderley; Lullaby of birland,  un tema que le servía para rendir tributo de admiración a los jazzistas padres del Be Bop, y del que le conocemos tres o cuatro versiones; Love for sale,  uno de los Standard más célebres del cancionero americano; y Going out of my head,  entre muchos otros, pero en especial su famoso álbum My fair lady goes latin,  hoy casi una rareza de coleccionistas, en el que Tito presenta su genio de arreglista en 12 versiones latinas de uno de los más grandes éxitos musicales del Hollywood de finales de los cincuenta, compitiendo en el mercado americano de ese momento con la versión jazzística de la misma obra realizada por Quince Jones para Jerry Mulligan con el Trío de Billy Taylor.

 

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No hay duda que esa capacidad de adaptación, versatilidad, renovación y desdoblamiento lo ponían en más altos niveles de figuración y vigencia que otras grandes orquestas  latinas como la de Machito, en la que había militado brevemente en sus inicios, y a quien él consideraba su mentor al lado del gran Mario Bauzá, y cuyo sonido podemos reconocer en los primeros trabajos orquestales de Tito, en los que las voces de Vicentino Valdez y Bobby Escoto suenan con una asombrosa aproximación a la del cantante y líder de los Afrocubans.  Las otras orquestas a las que Tito supera en impacto y popularidad en esos momentos son las de Tito Rodríguez y Pupi Campo, por mencionar sólo dos, que también eran altamente cotizadas en los ambientes latinos de los estados unidos, especialmente en el momento en el que comenzaba a definirse y a tomar el rumbo de la consolidación el lenguaje del latin jazz.

Algunos especialistas afirman que, paralela a la importancia  que representó la liberación del bajo en la orquesta de jazz de la esclavitud de ser solo un instrumento acompañante, surge también otra liberación: la del timbal en la orquesta latina, gracias a un nuevo rol que le definiría Tito Puente, al traerlo desde atrás de la orquesta en donde desempeñaba un papel acompañante mediante la cáscara y el baqueteo, para instalarlo al puro frente de la banda en donde, en adelante, en las manos de Puente y de sus múltiples seguidores servirán para escribir una nueva historia rítmica en nuestra música, especialmente en el género cada vez más creciente en importancia del latin jazz, en el cual nuestro personaje ha pasado a ser una figura paradigmática en la que se juntan muchas veces el carácter pionero y la vocación experimentalista.

Allí están muchas, no todas, de sus producciones para ilustrar esa importancia, porque hay que decir que Tito fue de los que hizo de todo, desde discos de altísima calidad hasta producciones que se quedaban en una sosa medianía.  La clave estaba en que él siempre sabía cuando, cómo y en qué momento había que entregarle al público exigente y conocedor sus grandes cosas.

 

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Así y todo, en los últimos 25 años podemos encontrar momentos memorables en su producción y su carrera, con formaciones en las que combinaba el talento veterano de hombres como Tony Cofresi, Jimmy Frisaura, Bobby Rodríguez, Bobby Porcelly o Sonny Bravo, con nuevas figuras como John Benítez, Ray Vega, Paquito de Rivera o Michel Camilo, entre otros, en contextos sonoros nuevos, con nuevas texturas orquestales y novedosos criterios arreglísticos y compositivos, sin renunciar a una manera de interpretar propia que era su sello artístico siempre reconocible.

Al momento de su muerte Tito Puente tenía en proceso de lanzamiento su última producción y una agenda apretadísima de importantes compromisos discográficos y concertísticos. Prueba irrefutable de un artista que vivió a todo timbal.

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