Valoramos la escasez en vez de la abundancia
Opinión

Valoramos la escasez en vez de la abundancia

Colombia se está convirtiendo en un país rico, lleno de gente pobre

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septiembre 05, 2015
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Desde hace algún tiempo venimos viendo todo tipo de imágenes de anaqueles vacíos en los supermercados venezolanos, y todo tipo de comentarios de cómo esto es una muestra de la pobreza en la que se encuentra su pueblo. Estoy de acuerdo con que las fotos son tristes, sobre todo porque son normalmente los más pobres quienes sufren las peores consecuencias. Pero esta imagen de escasez = pobreza no refleja en realidad cómo se mueve el mundo moderno. En el mundo moderno se valora la escasez: entre menos haya, más valor le damos; entre más haya, menos vale. Todo esto se explica con el popular término económico de la utilidad marginal decreciente: cada unidad adicional tiene menos valor a medida que se van satisfaciendo las necesidades.

Esa dura realidad, en la que lo abundante no vale casi nada, trae consigo la explotación desmesurada de recursos naturales y la ceguera temporal ante los efectos que esto trae a largo plazo. John D. Liu, ecologista y productor cinematográfico estadounidense, lo resume en unas pocas palabras: «Hemos cometido un error fundamental. Hemos valorado la escasez y no la abundancia. Los sistemas funcionales son abundantes y los sistemas disfuncionales son “desacumulativos”», hablando de la recuperación del altiplano de Loess, en China.

Wikipedia, por ejemplo, habla de la microeconomía (una rama de la economía) como el «estudio de las elecciones que hacen individuos, empresas y gobiernos, denominados “agentes económicos”; es decir, su comportamiento ante la escasez» (negrilla añadida). Las personas y los pueblos hacen dinero y acumulan poder al convertirla abundancia en escasez. Y así ha sido por los siglos de los siglos, como elegantemente lo describe Frederick Jackson Turner:

Para aquellos que siguieron a Colombo y a Cortés, el Nuevo Mundo era algo increíble, debido a sus legados naturales. La tierra se anunciaba a sí misma, frecuentemente, con fuertes esencias que trascendían las costas hacia el océano. En 1524, Giovanni da Verrazzano podía oler los cedros de la costa oeste desde un centenar de millas de distancia. Los hombres de la “Media Luna” de Henry Hudson fueron desarmados temporalmente por la fragancia del litoral de Nueva Jersey, mientras que las naves que se aventuraban más al norte ocasionalmente nadaban a través de grandes colchones de flores flotantes. Por donde fuera que entraran a tierra firme encontraban un abundante despilfarro de color y sonido, de animales salvajes y vegetación exuberante. Si hubieran sido personas diferentes, tal vez hubieran escrito una nueva mitología aquí. Siendo los que fueron, hicieron un inventario.

Reconozco que yo mismo parezco estarme contradiciendo. Después de muchos años viviendo por fuera de Colombia regresé y me quedé impresionado con la variedad (y cantidad) de productos que llenan las estanterías de los supermercados de mi ciudad. Hasta un escandinavo se impresionaría con esta abundancia, muy en línea con el modelo estadounidense del “millón de cereales”. En este caso me pregunto si esto es en realidad una señal de riqueza: pocos en este país pueden acceder a tantos productos tan exóticos y “tan extranjeros”. Y creo que lo que pasa es que Colombia se está convirtiendo en un país rico, lleno de gente pobre.

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