¿Vale su desmesurado precio el progreso que define nuestra época?

¿Vale su desmesurado precio el progreso que define nuestra época?

"Aunque la ciencia ficción nos haya intentado convencer de lo contrario, la tecnología todavía tiene algunos límites"

Por: ismael suárez_córdoba -
octubre 14, 2020
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¿Vale su desmesurado precio el progreso que define nuestra época?
Foto: Pixabay

En los últimos 650.000 años el clima del planeta ha cambiado en siete ocasiones, por causa de pequeñas variaciones de la órbita terrestre. Final de la última edad de hielo registrada hace unos 11.700 años, que marcó el comienzo de la era climática moderna y de la civilización humana, en la que la evidencia antigua (o paleoclimática) revela que el calentamiento actual está ocurriendo diez veces más rápido que la tasa promedio de recuperación de la era de hielo. Advirtiendo los científicos que no cabe duda de que en los últimos años es el hombre el responsable de la evolución acelerada del Antropoceno* (intervalo geológico caracterizado por disturbios ocasionados por la acción humana). Siendo el momento de aprender a vivir de otra manera, puesto que el calentamiento global se prolongará miles de años después de que sus causas próximas hayan cesado, y la Tierra**, ya no pueda soportar mucho más la presión de 10.000 millones de habitantes (en los que se espera que a finales del siglo el crecimiento demográfico se estabilice). "Naturaleza mancillada, harta de servir de campo de experiencias a la química y la mecánica, que hoy se alza contra el hombre en abierta hostilidad" (Miguel Delibes - Un mundo que agoniza, 1979).

Progreso que no estriba en un desarrollo ilimitado y competitivo, ni en sostener a un tercio de la humanidad en el delirio del despilfarro, mientras los otros dos tercios se mueren de hambre, sino en racionalizar la utilización de la técnica y facilitar el acceso de toda la comunidad a lo necesario, donde la actividad industrial no sea dictada por la codicia de una minoría de grandes capitalistas, ni el medioambiente esté supeditado a la crisis económica o sanitaria. Procurando armonizar toda necesidad con la naturaleza y cerrar el ciclo de producción de manera racional, para que vaya en favor del único lugar donde puede desarrollarse la vida de la humanidad: el planeta Tierra. “Planeta en el cual todos los seres vivos estamos hechos con los mismos átomos, que se vienen tejiendo, destejiendo y retejiendo, desde hace millones de años. Y en el que cada día las plantas verdes llevan a cabo el increíble acto de transformar las moléculas inanimadas del aire, el agua y el suelo, en vida, en alimento, y también en cobijo e historias para los seres humanos” (Sandra Myrna Díaz y Joanne Chory – Premio Princesa de Asturias a la Investigación Científica y Técnica, 2019).

Aunque la ciencia ficción nos haya intentado convencer de lo contrario, la tecnología todavía tiene algunos límites, por mucho que la inteligencia artificial se cuele hasta en los más íntimos rincones de nuestra vida. Siendo habitual confundir progreso con adaptación (y por extensión con la evolución), supuesto que no presupone que una especie "mejore" a medida que evoluciona, sino que simplemente cada vez está mejor adaptada a su entorno. Progreso que define nuestra época y que a menudo parece estar tomando velocidad con la misma vertiginosidad con la que desaparece, en un mundo en el que la condición definitoria de la modernidad es la presencia constante de amenazas para la salud o para la naturaleza***. Mundo en el cual todas las civilizaciones que nos han precedido sucumbieron (algunas sin dejar rastro), existiendo una sola diferencia, mientras las que nos antecedieron desembocaron en colapsos regionales, la civilización que ahora parece que se derrumba es de carácter global****.

Superior dificultad que procede del ritmo acelerado de los cambios, que parece mayor que nuestra capacidad de concebir las nuevas realidades. Progreso tecnológico del que es imposible escapar, en el que la ciencia ha cambiado buena parte de sus paradigmas, pero la política no ha llevado a cabo la transformación correspondiente. Sin tener que pensar en prescindir del núcleo normativo del autogobierno de los seres libres, pero sí en que se debe revisar su realización concreta en momentos históricos distintos. Democracia que ha sido capaz de realzarse en la antigua Grecia, en cierto modo en las ciudades-estado renacentistas (Florencia, Milán, Nápoles), asimismo en la época de la revolución industrial. Como también es posible que haya democracia para las sociedades complejas en las que vivimos, cuyos modelos y procedimientos para gobernar no pueden pretender una forma de unidad que anule la diversidad, dadas las muchas instancias que compiten electoralmente por el poder. Sociedades pluriárquicas e interdependientes, en las que la dimensión de la acción siempre dependerá del grado de acuerdo que suscite una propuesta, y donde existe un sistema de contrapesos que impide esperar demasiado de un líder providencial, o que un mal gobernante haga demasiado daño.

Revalorizando para las naciones el encontrar espacios de soberanía compartida, integrando las diferencias y en momentos de incertidumbre, la inteligencia colectiva, el saber experto y unas lógicas de cooperación y de entendimiento, en las que se preste casi exclusivamente atención a los temas divisivos y en las cuales una más el riesgo compartido que los proyectos positivos. Pensando más en términos de cohesión y menos en términos de eficacia y escala, con la idea que la sociedad la constituimos todos, en la medida en que descubrimos hasta qué punto nuestros destinos son compartidos.

Siendo la verdadera salida la de la cooperación generalizada, y, en cualquier caso, entendiendo que hemos perdido por el camino la condición física necesaria para vivir cómodamente bajo el cielo, al ser la única especie que vive en jaulas de propio diseño.

Notas al texto.

(*) El Antropoceno o la "Edad de los Humanos", da por terminada la era que conocíamos como el Holoceno (que se inició hace 11.700 años). Concepto lanzado por el holandés y premio Nobel de química Paul Crutzen en el año 2000, que comenzó con la revolución industrial en Inglaterra (a mediados del siglo XVIII), extendiéndose y dejando una marca visible en todas las regiones del mundo (época que coincide con la creación de la máquina de vapor en 1784). Efectos en el medio ambiente y en la sociedad, que fueron aún más esenciales, de largo alcance y duraderos, que los de la revolución neolítica. En que la transición de las sociedades nómadas de cazadores, recolectores y pescadores, hacia el establecimiento de sociedades permanentes dedicadas a la agricultura (que duró 5.000 años), produjo la alteración de grandes porciones del paisaje e intervención del acervo genético natural en una escala sin precedentes.

(**) La tierra, Gaia o Gea la vieja dama, ha vivido 4.540 millones de años desde su formación a partir de la nebulosa protosolar, que en términos humanos representa unos ochenta años. Tiempo que es aproximadamente un tercio del total transcurrido desde la Gran Explosión del Big Bang (punto inicial en el que se formó la materia, el espacio y el tiempo), el cual se estima que tuvo lugar hace 13.700 millones de años. Hermosa diosa que ha envejecido con nosotros, y que al igual que nosotros es también mortal. Siendo un gran error del ser humano desconocer que en todos los sentidos la vida depende de ella y que nuestro destino final es fundirse con la química de un planeta vivo que se autorregula, ya que es la vida como generadora de orden la que altera el equilibrio químico y lo ordena. Tierra que no sólo contiene vida, sino que de algún modo regula la química de la atmósfera (tal como lo hace un organismo), constituyéndose su biosfera, su atmósfera, sus océanos y su superficie, en un sistema retroalimentado que siempre se las arregla para que la vida continúe.

(***) No siendo tampoco alentador el último año registrado en materia ambiental (2019), ya que se presentaron cambios abruptos, entre los que se encuentran: la caída de nieve en Hawái, la migración de osos polares a islas rusas y las bajas temperaturas en Chicago (Estados Unidos). Que en comparación al otro lado del mundo (por ejemplo, en Australia), el calor superó en ocasiones los 45 grados. Lo que requiere cambios urgentes y de gran escala por parte de gobiernos e individuos, además de invertir una gran cantidad de dinero cada año (alrededor del 2.5% del PIB mundial durante dos décadas), si se quiere cumplir la meta de disminuir en 1.5 las emisiones de dióxido de carbono (CO2) o en un 45% para el año 2030. Armonizando medidas, como que las energías renovables proporcionen hasta el 85% de la electricidad global para 2050 y que 7 millones de kilómetros cuadrados de tierra (más o menos el tamaño de Australia) se dediquen a cultivos energéticos (según el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de la ONU - IPCC). Exhortando a cada individuo a tener el más férreo sentido de pertenencia por el planeta que estamos acabando y que cada vez espera un mejor uso de sus recursos por parte de la humanidad. Temperatura media de la superficie del planeta, que ha aumentado alrededor de 2,05 grados Fahrenheit (1,14 grados Celsius) desde finales del siglo XIX, un cambio impulsado en gran medida por el aumento de dióxido de carbono y otras emisiones antropogénicas a la atmósfera.

(****) Las peores catástrofes ecológicas del siglo pasado sucedieron en la antigua Unión Soviética y en la China maoísta, en las que —bajo la influencia de la ideología marxista, según la cual el mundo natural tiene que ser "humanizado"— la naturaleza sufrió un menoscabo y una degradación aún peores que en cualquier país occidental. Entre ellos: 1. El accidente nuclear de Chernóbil en 1986. 2. El desastre del Mar de Aral. 3. El accidente biológico de Sverdlovsk. 4. El incendio forestal del “Dragón Negro” (que arraso 60.000 kilómetros cuadrados en Rusia y 12.0000 en China). 5. La Bomba de la isla Zar: la mayor explosión atómica de la historia. 6. La caza masiva de ballenas y el continuo derrame de petróleo por parte de la Unión Soviética.

Referencias. ONU, Objetivos de Desarrollo Sustentable’ (ODS) y Agenda 2030. Andreu Escrivà, Aún no es tarde: claves para entender y frenar el cambio climático. Cristopher Ryan, Civilizados hasta la muerte: el precio del progreso. James Lovelock, La venganza de Gaia y La retirada sostenible. Ulrick Beck, La sociedad del riesgo. Daniel Innerarity, Una teoría de la democracia compleja: Gobernar en el siglo XXI.

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