Una familia diferente
Opinión

Una familia diferente

Por:
marzo 02, 2015
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¿Escucharon en La W, en los pasados días, el conmovedor testimonio de una chica que con voz dulce leía al aire la amorosa carta de apoyo a su hermana, en medio de la efervescencia provocada por el concepto enviado a la Corte por la Universidad de La Sabana, en el que se afirmaba que los homosexuales eran enfermos?

La chica se llama Catalina y si no escucharon su testimonio, acá pueden hacerlo:

La hermana de Catalina se llama María Adelaida, Lalis, para quienes tenemos la felicidad de ser sus amigos.

A Catalina y a Lalis las conozco desde su infancia y he asistido, en parte a la distancia pero también en parte de un modo presencial gracias al voyeurismo de las redes sociales, a su crecimiento y a su evolución como seres humanos.

Cata es abogada. Lalis es productora de eventos. Cata tiene talentos artísticos, Lalis también. Ambas son líderes naturales en su campo. Cata gusta de los hombres y Lalis de las mujeres. Y esa última peculiaridad, que debería ser tan meramente retórica como las otras —pero que desafortunadamente no lo es, en virtud de los reaccionarios tiempos que corren— las ha puesto a ambas en el centro de una lucha que atañe a su generación y que las enaltece.

Las escucho y me sobrecojo. Las veo y me emociono. Mientras una levanta las banderas de la igualdad, la otra decide hacernos saber que su hermana no está sola en esa lucha. ¿Cómo no sentirse conmovido?

Sin embargo hay un tercer eslabón en esta cadena de afecto que me conmueve aún más: el de los padres de ambas, que han arropado a su hija con la misma vehemencia de la hermana y que han hecho suya la lucha por la igualdad de derechos.

Mientras las chicas afrontan una batalla que ya es natural para quienes comparten su edad, José y María Elisa, sus padres, se enfrentaron a un escenario que para gran parte de su generación resultaría infernal.
Mientras Catalina y Lalis crecieron en una época de visibles luchas por la igualdad, sus padres lo hicieron en el seno de familias tradicionales antioqueñas, católicas y conservadoras.

Quiero decir, para detallar mi punto, que si bien la postura de las hermanas requiere valentía y arrojo (y es digna de ser subrayada y enaltecida), la de sus padres intuyo que ha demandado un esfuerzo adicional: el de la confrontación de los principios sobre los cuales fueron criados y el de su dolorosa modificación. Y esa es una batalla interior de dimensiones épicas que muy pocos están dispuestos a asumir y que solo logran llevar a feliz puerto aquellos que entienden lo que para los opositores a la igualdad de derechos es meramente retórico: que el amor es la más poderosa de todas las fuerzas.

Cuando asisto a la lucha de Lalis y observo el apoyo de su hermana Catalina, no puedo menos que aplaudir de pie. Pero cuando veo a sus padres, detrás de la barrera y sosteniendo las espaldas de sus hijas, recupero la esperanza en la humanidad.

A quienes deseen unirse a la valiente lucha de Lalis y su familia, los invito a visitar la página de su campaña ABRAZA LA DIFERENCIA.

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