Un poco del poeta Sabines
Opinión

Un poco del poeta Sabines

Este mero macho de la poesía mexicana, además de llamarse Sabines, Jaime Sabines, era todo un grande y sólido poeta, uno de los mejores de nuestra lengua

Por:
mayo 10, 2018
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Con esa cara de profesor de matemáticas que se gastaba, quien diablos iba a imaginarse, en caso de topárselo por ahí, que este mero macho de la poesía mexicana, además de llamarse Sabines, Jaime Sabines, era todo un grande y sólido poeta.

Uno de los mejores poetas contemporáneos de nuestra lengua, según el decir y sentir de otro mexicano universal, poeta para más señas, con nombre de emperador romano y nada mezquino para reconocer la grandeza de sus congéneres.

Menos podía uno imaginarse que en tamaña seriedad fisonómica, aumentada y corregida por unas gafas que le arropaban media cara, se escondiera un talante iconoclasta, un inquisidor de lo meramente estético y un violador sin escrúpulos de lo retórico.

El administrador de un lenguaje coloquial, cotidiano, llano, desprovisto de ripios, pero lleno hasta la saciedad de una poesía desbordante; de un lirismo que se le escurría por las palabras hasta volverse cuerpo, formas humanas, lugares y territorios.

Marcas y signos que simbolizan la llama viva y quemante de una poesía sin concesiones a lo banal y superfluo, y si abundante y minuciosa en la ironía:

Cantemos al dinero/con el espíritu de la Navidad cristiana/No hay nada más limpio que el dinero/ni más generoso/ni más fuerte/El dinero abre todas las puertas/es la llave de la vida jocunda/la vara del milagro/el instrumento de la resurrección/.

¡Aleluya/creyentes/uníos en la adoración del calumniado becerro de oro /y que las hermosas ubres de su madre nos amamanten! /.

Pero, así como la cáustica ironía con la que adoba sus palabras y las hace destilar poesía, así mismo, y sin forzarlas, las hace asumir una expresión y una significación diferente a lo que realmente las motivó a que fueran lo que el poeta presumió, y asumió en ellas, para hacerlas devenir en una ternura elemental; en una como lúdica entretención para disipar la pena y acariciar la eternidad:

 

A mí me encanta Dios. Viejo niño o sabio explorador, cuando deja de jugar con sus soldaditos de plomo de carne y hueso, hace campo de flores o pinta el cielo de manera increíble.

A la vez que elemental, este Jaime Sabines, de Tuxtla Gutiérrez, México, que se murió como su tía Chofi, pendejamente, tenía un vigor poético que bien le hubiera alcanzado para seguir viviendo en olor de poesía.

De esa poesía que atraviesa las calles, el cielo, la gloria y el infierno y no le pasa nada. Quiero decir, que no la atropellan los transeúntes desalmados ni los carros sin frenos, ni la perturba la serenidad del paraíso, ni la queman las llamas crepitantes en donde yacen tantos y tantos que en el mundo han oficiado de poetas.

Este tipo estaba hecho para aguantar las pruebas más duras, las palabras más agresivas, los potros más salvajes, los lenguajes más agrestes. El sabía dominarlo todo. Y en hablando de la palabra, había que ver las cabriolas y los altos que hacía con ellas y la plasticidad con que las domeñaba.

Pero si creen que todo este canto que les cuento de Sabines no es mas que una declaración de amor por un poeta muerto que no conocí, ahí los dejo con estos versos:

Vamos hablar del príncipe Cáncer/Señor de los pulmones/Varón de la Próstata/que se divierte arrojando dardo a los ovarios tersos/a las vaginas mustias/a las ingles multitudinarias/.

Mi padre tiene el ganglio más hermoso del cáncer/en la raíz del cuello/ sobre la subclavia/tubérculo del bueno de Dios/ampolleta de la buena muerte/y yo mando a la chingada a todos los soles del mundo/. El Señor Cáncer/El Señor Pendejo/es solo un instrumento en las manos oscuras /de los dulces personajes que hacen la vida/.

Poeta

@CristoGarciaTap

 

 

 

 

 

 

 

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