De la captura de Jhonier Leal por parte de la Fiscalía, como presunto autor del homicidio de su hermano y su madre, se infiere que en poder del órgano de investigación se encuentran elementos materiales de prueba contundentes que pueden llevar a acusarlo ante un juez para que en la trazabilidad del proceso penal determine su responsabilidad.
Sin embargo, lo que más llama la atención de este hecho convertido en noticia hace unos meses, es la degradación social y el cercenamiento de los principios morales básicos, que hacen que ya no solo tengamos que presenciar impávidos a diario el desmoronamiento de la sociedad por el afán del dinero y la codicia, sino que al parecer los límites sobrepasan a tal punto, que si es necesario, se profana y se extermina la propia familia, desconociendo su condición de institución primigenia y fundamento de la existencia misma del ser humano.
Cuando de lo que se trata es satisfacer las ambiciones personales muchos no observan límites, el fratricidio de Mauricio Leal trascendió en medios por su reconocimiento social como estilista, pero ya es muy común en Colombia escuchar este tipo de noticias que bien podrían ser el argumento de una narración de Allan Poe.
Hay muchos cerebros sometidos a una suerte de castración moral que dentro de la jerarquización de sus prioridades han puesto en la cúspide al dinero y al poder, por encima de la vida misma, incluso la de sus padres y hermanos.
A diario se sacrifican amistades entrañables por el afán del dinero, se rompen relaciones familiares por el dinero, se asesinan limpiavidrios y limosneros, se jura en vano, se revelan secretos, se soborna, se evade, se injuria por unos cuántos pesos, se desconoce la sacralidad de los recursos públicos, se roban la plata de la salud, de la educación, de los adultos mayores, no solamente algunos funcionarios sino también y en gran medida los particulares que actúan en contubernio.
Así las cosas, mientras nuestra imaginación siga permeada por la podredumbre de la ambición resulta utópico pretender que llegue un gobernante a organizar sociedades que desde su génesis están contaminadas por el impulso a acceder al dinero, incluso a fuerza de asesinar a sus propias madres y hermanos.
